?Socorro: un optimista!
"?Ap¨¢rtense! ?Corran! ?Ll¨¦vense a los ni?os de aqu¨ª! ?No se acerquen a ¨¦l!", gritaron algunas de las personas que estaban a su lado, mientras otras retroced¨ªan con pies de plomo hasta encontrar una pared en la espalda, y una polic¨ªa municipal que en ese momento regresaba a su comisar¨ªa con los bolsillos del uniforme llenos de multas se llevaba las manos a la boca y abr¨ªa los ojos igual que si viera a los muertos de La Almudena salir de sus tumbas, y una mujer que en ese instante sal¨ªa del supermercado soltaba las bolsas de la compra y echaba a correr gritando: "?Socorro: un optimista!". En un instante, todos ellos hab¨ªan huido y se qued¨® solo en la plaza, rodeado de interrogaciones y en medio de un silencio inexplicable, de esos que ocupan el lugar de los gallos, como dice en uno de sus libros el poeta Eugenio Montejo.
"Yo creo que las cosas empiezan a arreglarse", dijo el hombre. Los dem¨¢s pararon en seco
Todo hab¨ªa comenzado un minuto antes y a medio metro de Juan Urbano y de m¨ª, cuando ese hombre, que sal¨ªa a la vez que nosotros de la cafeter¨ªa en la que hab¨ªamos desayunado, con un peri¨®dico bajo el brazo y en compa?¨ªa de cuatro o cinco personas que seguramente eran compa?eros de trabajo, sonri¨® y dijo: "Pues yo creo que las cosas empiezan a arreglarse".
Los dem¨¢s se pararon en seco y lo miraron sin poder creer lo que ve¨ªan. "?Qu¨¦ quieres decir?", le pregunt¨® uno, con el mismo tiento con el que alguien toca una serpiente con un palo para ver si est¨¢ muerta. ?l tambi¨¦n se detuvo y mir¨® alrededor, inseguro, igual que si buscara algo o alguien en lo que apoyarse: "Bueno, ya sab¨¦is, se empiezan a ver algunas cosas, algunos signos de recuperaci¨®n. Por ejemplo esto de AENA, que lleguen a un acuerdo con los sindicatos, que se desconvoquen las huelgas de Semana Santa y verano".
Sus colegas, que hab¨ªan estado toda la ma?ana hablando de la crisis y pintando de negro el futuro, dieron un paso atr¨¢s. "O sea, que t¨² eres...", empez¨® a decir el que estaba m¨¢s pr¨®ximo a ¨¦l, pero sin atreverse a continuar. "S¨ª", dijo otro, "?entonces, t¨² eres...?". Y ¨¦l contest¨® con una respuesta entera a esas medias preguntas: "Pues s¨ª, yo la verdad es que soy optimista. Y adem¨¢s estoy harto de que me amarguen cada segundo de mi vida con lo mal que est¨¢ todo, con lo que nos espera, con la ruina que viene. ?Ya est¨¢ bien! ?No?". Poco despu¨¦s, Juan Urbano y yo le est¨¢bamos pidiendo una tila en un bar.
El camarero se puso unos guantes de pl¨¢stico para atenderle y el hombre que estaba al lado en la barra, se apresur¨® a pagar su consumici¨®n y a escapar de all¨ª. El resto de los clientes hicieron lo mismo. Alguien debi¨® de hacer una llamada telef¨®nica, porque de inmediato aparecieron en la puerta del local una ambulancia del SAMUR y un par de coches patrulla. "Pero si yo no he dicho casi nada", se lament¨® el optimista, "solo quer¨ªa animarles un poco, que pudieran pensar que ya se ve una lucecita al final del t¨²nel, aunque sea muy lejos".
Juan Urbano lo mir¨® con una mezcla de severidad y condescendencia, y le respondi¨®: "?Querido amigo, pero es que no se puede ir a un entierro y bailar una rumba encima del ata¨²d!". Y mientras esa frase misteriosa a¨²n humeaba, los agentes se acercaron al hombre y le pidieron la documentaci¨®n.
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