Manzanares enciende las Fallas

Hay toreros que hacen del toreo poes¨ªa; los hay que lo hacen en prosa. Y de vez en cuando sale alguno que combina las dos: el verso y la prosa. Manzanares fue ayer de estos ¨²ltimos. Donde el ritmo, el gusto, la profundidad, son valores que reunidos todos juntos modelan una obra de arte. Obra maestra la de Manzanares al quinto de la tarde. Por cabeza y coraz¨®n. Por t¨¦cnica y sentimiento.

No pareci¨® ese quinto ser toro de prometer. Manse¨® en varas y anduvo distra¨ªdo y suelto, de aqu¨ª para all¨¢, en banderillas. Tambi¨¦n algo rebrincado de entrada. Manzanares comenz¨® por dejarse querer, tirando de ¨¦l con suavidad. Al poco, la voluntad del cuvillo estaba secuestrada. La primera virtud: sujetar al toro, que solo viera muleta. A partir de ah¨ª, derroche de cualidades y calidades: sentimiento, gusto, lentitud, profundidad. Todas reunidas en una sola palabra: maestr¨ªa. La ruta de esa obra no tuvo baches. Por la derecha o al natural. Una primera cita con la izquierda fue como un luminoso anuncio de las que vendr¨ªan despu¨¦s. Y entre serie y serie, un monumento al pase de pecho. Sin prisas. Asentado. Con naturalidad. Faena macerada poco a poco. De las que calan de verdad y que no ser¨¢ f¨¢cil superar en lo que resta de feria.

Manzanares quiso coronar la obra. Y, en estos casos, el riesgo hay que asumirlo al precio que sea. Cit¨® a recibir y encontr¨® hueso. No hubo trofeos. Mas fue lo que menos import¨® a todo el mundo. El recuerdo de la obra maestra supera cualquier dato estad¨ªstico. La ovaci¨®n que Manzanares recogi¨® desde los medios fue, con la plaza entregada, sencillamente memorable.

S¨ª hubo oreja en el segundo. Buena faena, pero con la impresi¨®n de que faltaba toro o sobraba torero. F¨¢cil siempre, no tuvo enemigo ni para empezar. Esta vez hubo acierto con la espada. La estocada que hizo falta en el quinto la dio en este segundo.

La poes¨ªa era cosa de Morante. Mas las musas no siempre acuden a la cita con el artista, que sembr¨® el ruedo de destellos en su faena al blando primero. El cuarto quiso enterarse de todo demasiado pronto y a Morante no le hizo gracia tanto atrevimiento. Probaturas y a matar. Con la capa s¨ª encontr¨® Morante la diosa de la inspiraci¨®n. Las ver¨®nicas y las chicuelinas al primero de la tarde fueron para paladares exquisitos.

Daniel Luque, que cerraba terna, fue la precipitaci¨®n personalizada. Ganas no le faltaron. Prisas tampoco. Y gestos absurdos, como darle cabezazos al sexto, estuvieron fuera de lugar. Sus dos faenas no encontraron equilibrio. Y terminaron sin sentido. Se vinieron a menos pese a los fuegos de artificio finales.