T¨² no existes
T¨² no existes. T¨² no eres ni est¨¢s. Metrob¨²s, no te enga?es: oh, tirita de cartulina tan resistente, aunque te doble en la mochila o te pise por error, tirita que asomas blanca por un lado y rosa por el otro, igual que se tornan los turistas que aterrizan en Madrid y te utilizan; oh, Metrob¨²s, sus calcetines y sus sandalias en vagones y por las escaleras mec¨¢nicas, oh t¨ªtulo de mis transportes: t¨² no existes. T¨² no ocupas en mi monedero un lugar junto a las fotos de carn¨¦; yo no te necesito. ?Qu¨¦ muescas en tu reverso tras el uso? No, Metrob¨²s: no existes. No hay m¨¢s que hablar. En Facebook, en Twitter y en los blogs lo escribieron: eres los padres, eres un invitado al programa de Iker Jim¨¦nez, eres el nuevo hu¨¦sped en la isla de los mitos que se fingen muertos para vivir en paz. No me lo invento yo: te lo llama la gente.
Yo, Metrob¨²s, no pido que Echeverr¨ªa se desplace en transporte p¨²blico para sus cortes de cintas
No eres, Metrob¨²s: eso que expenden las m¨¢quinas en las estaciones se llama ambros¨ªa, billetito, qu¨¦ s¨¦ yo; mas t¨² nunca. Yo pienso en ti y me regreso al siglo XIX, a los a?os de encajes y sombrilla de mano, de parques recoletos, cuando quiz¨¢ t¨² eras, y como tal te escribo, te canto y te recuerdo. Contigo, Metrob¨²s, me siento poderosa, indestructible: Magna Alejandra de la l¨ªnea 5, saltando de autob¨²s en autob¨²s pese a que no me dejas transbordar. ?Ah, caprichoso Metrob¨²s, cu¨¢ntas alegr¨ªas y a la vez cu¨¢ntos pesares me suscitas! ?Cu¨¢nto me animas al paseo para ahorrarme un eurito, qu¨¦ bonhom¨ªa en m¨ª cuando pienso en el dinero que, adquiri¨¦ndote, no gasto! Con esas monedillas, ?qu¨¦ me compro? ?Algo de marca blanca? ?Un paquete de chicles? ?Reviso en el sof¨¢, en los abrigos, y sumo y acumulo para la entrada de nuestra vida juntos? Ah, Metrob¨²s: no, no existes.
Te han negado, Metrob¨²s. Igual que san Pedro respondi¨® que no en tres ocasiones, Jos¨¦ Ignacio Echeverr¨ªa, que guarda en el bolsillo las llaves de la Consejer¨ªa de Transportes e Infraestructuras, lo ha proclamado: se lo contest¨® a un diputado del PSOE, que no existes, que qu¨¦ utiliza ¨¦l para viajar, que si tiene uno nos vamos todos. Nos vamos todos, Metrob¨²s: 10 personas, un viaje de ida, te gastas y no existes. ?Cu¨¢ntos parlamentarios? ?A cu¨¢ntos metrobuses tocan? ?Y c¨®mo, si no existes? ?Iluso consejero, no me cuadran las cuentas!
Yo, Metrob¨²s, no pido que Echeverr¨ªa se desplace en transporte p¨²blico para sus cortes de cintas y sus ruedas de prensa: yo te amo, Metrob¨²s, y amo cuanto me brindas, pero entiendo que un coche oficial con su conductor, y su libertad de horarios, y su puerta a puerta, y su gustito de no clav¨¢rsete un codo en el pecho y una axila en la pituitaria, pues entiendo, te digo, Metrob¨²s, que lo prefiera.
Sin embargo, y al menos, que el buen hombre hojee de vez en cuando los dosieres que le preparan, que cuando inaugure una estaci¨®n identifique para qu¨¦ sirve cada elemento -ah¨ª no se vende tabaco para el fumador, ni refrescos para el sediento, ni boller¨ªa revenida para el hambriento-, que si alguien mejor informado le reprocha algo, lo acate y busque una excusa: no que admita la verdad, no que diga que s¨ª, sino que tire por la tangente. No mienta, consejero; y ustedes, diputados que se sientan en torno a ¨¦l, no aplaudan si tampoco saben, porque al mismo nivel de inexistencia se sit¨²an el Metrob¨²s de marras, el consejero que nada sabe y los parlamentarios que aplauden, plas plas, creyendo que tumban al contrario, cuando son ellos los equivocados.
Metrob¨²s, t¨² no existes. Te neg¨® el consejero con sus chanzas, te negaron sus compa?eros con sus palmitas. Te empujaron al suelo del no-ser y te humillaron, tirita de cart¨®n que acabaste cediendo. Ellos se mueven en sus coches, suyos o de todos, y aparcan en sus plazas de garaje, suyas y de todos. Todo lo desconocen sobre la salida m¨¢s cercana a tal calle, todo lo desconocen sobre las horas punta y los atascos. Si embargo t¨², Metrob¨²s, ni eres ni est¨¢s. Te agotas y te arrojo al suelo; a la papelera, con suerte, o a esas misteriosas ranuras en los tornos de salida. Nunca has sido, Metrob¨²s: eres un holograma, te borro de mi mente.
Este art¨ªculo se titula R¨¦quiem, a lo peor, o a lo mejor Eleg¨ªa por un t¨ªtulo de transporte que no existe, y llega tarde igual que en ocasiones el metro se detiene entre parada y parada y ah¨ª te quedas, sin motivos, sin explicaciones, mientras tu jefe te espera con los brazos cruzados o tu novio te aguarda en posici¨®n id¨¦ntica; este art¨ªculo llega una semana despu¨¦s de que el consejero responsable de que te impriman y te compren decretara casi -lo asegur¨® en un pleno de la Asamblea de Madrid- que t¨², Metrob¨²s, no existes. Y sin embargo yo hoy he bajado a la boca, y te he comprado, y a los cinco minutos nos hall¨¢bamos en el and¨¦n, yo en el banco, t¨² en mi mano: que tenemos que hacer muchos recados, compa?ero del alma, compa?ero.
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