Obama y el dolor de Chile
Cuando Barack Obama desembarque en Chile el pr¨®ximo lunes en una visita de 24 horas, algo crucial va a faltar en su agenda. Habr¨¢ mariscos suculentos y discursos que elogien la prosperidad de Chile, acuerdos bilaterales y encuentros con los poderosos y los pomposos, pero no hay planes, sin duda, de que el presidente de Estados Unidos tome contacto con lo que fue la experiencia fundamental de la reciente historia chilena, el trauma que el pueblo de mi pa¨ªs padeci¨® durante los casi 17 a?os del r¨¦gimen del general Augusto Pinochet.
Y, sin embargo, no ser¨ªa imposible que Obama se asomara a una peque?a muestra de lo que fue la aflicci¨®n de Chile. A escasas cuadras del Palacio Presidencial de La Moneda, donde ha de ser agasajado por Sebasti¨¢n Pi?era, 120 investigadores se dedican asiduamente a recoger una lista definitiva de las v¨ªctimas de Pinochet para que se les pueda hacer alguna forma de reparaci¨®n. Este es el tercer intento, desde que termin¨® la dictadura en 1990, de afrontar las p¨¦rdidas masivas que ocasion¨®. Dos comisiones establecidas oficialmente ya hab¨ªan escrutado una inmensa cantidad de casos de tortura, ejecuciones y prisi¨®n pol¨ªtica, pero se fue haciendo claro, seg¨²n pasaban los a?os, que innumerables abusos de derechos humanos segu¨ªan sin identificarse. Y, de hecho, la indagaci¨®n corriente ha recibido 33.000 solicitudes adicionales, horrores que todav¨ªa no hab¨ªan sido registrados.
El presidente de Estados Unidos deber¨ªa rendir homenaje a Allende ante su tumba
Los norteamericanos fueron, en gran parte, responsables de aquella tragedia
Aunque Obama no tiene derecho a leer ninguno de los informes confidenciales acerca de aquellos casos, unos minutos robados de su estricto calendario para hablar con algunos de los hombres y mujeres que llevan a cabo las pesquisas le informar¨ªan m¨¢s sobre la escondida agon¨ªa de Chile que mil libros y reportajes.
Podr¨ªa, por ejemplo, conversar con una investigadora llamada Tamara. El 11 de septiembre de 1973, el d¨ªa en que Salvador Allende fue derrocado, el padre de Tamara, uno de los guardaespaldas de Allende, fue detenido, sin que jam¨¢s se supiera su paradero ulterior. Yo trabajaba en La Moneda en la ¨¦poca de la asonada militar y salv¨¦ la vida debido a una cadena de coincidencias milagrosas, pero el padre de Tamara no fue tan afortunado, como no lo fueron varios buenos amigos m¨ªos, cuyos cuerpos todav¨ªa est¨¢n sin sepultura.
O podr¨ªa Obama auscultar los ojos de un abogado que conozco, al que secuestraron una tarde y que fue torturado durante semanas antes de que lo dejaran una noche en una calle desconocida tan lejos de su hogar que fue inmediatamente arrestado de nuevo por romper el toque de queda. O por ah¨ª Obama podr¨ªa conversar con una antrop¨®loga que tuvo que mar-charse al exilio durante 14 a?os, perdiendo su pa¨ªs, su profesi¨®n, su idioma, y cuyo retorno a Chile fue tan angustioso como el destierro original, puesto que sus hijos, a ra¨ªz de la prolongada ausencia del pa¨ªs donde nacieron, hab¨ªan decidido permanecer en el extranjero, lo que significa que esa familia estar¨¢ para siempre escindida.
O si el presidente Obama se siente m¨¢s c¨®modo conociendo lugares en vez de seres humanos de carne y hueso, podr¨ªa familiarizarse con Villa Grimaldi, una casa de tormentos donde ahora se yergue un centro para la paz, o ceder 10 minutos para visitar el Museo de la Memoria donde hay exhibiciones que denuncian el terrible pasado de Chile.
Una raz¨®n por la cual tiene sentido que Obama haga todo lo posible por vislumbrar, aunque fuera a trav¨¦s de un vidrio oscuro, nuestra vasta y devastadora pena, es que los norteamericanos fueron, en gran parte, responsables de aquella tragedia. Washington ayud¨®, alent¨® y financi¨® la ca¨ªda del Gobierno democr¨¢ticamente elegido de Allende y la trayectoria dictatorial de Pinochet.
En un momento en que la revuelta en Egipto, como en tantos otros pa¨ªses que se sacuden el yugo autoritario, le recuerda al mundo las consecuencias de sostener a reg¨ªmenes brutales, ser¨ªa aleccionador para un presidente tan inteligente y compasivo como Obama ver, de cerca y en forma personal, algunos de los hombres y mujeres que han sido destruidos por esa pol¨ªtica.
Y Chile tambi¨¦n ofrece un ejemplo de lo dif¨ªcil que es confrontar los cr¨ªmenes contra la humanidad, cu¨¢n dif¨ªcil y tambi¨¦n cu¨¢n necesario. En mi pa¨ªs hemos aprendido que si nuestra comunidad, nuestro pueblo entero, no mira de frente el pasado aterrador y arrastra hasta la luz su pesadumbre, si los responsables no reciben castigo, corremos el riesgo de que se corrompa nuestra alma misma.
Es una lecci¨®n que Obama y sus compatriotas deber¨ªan imponerse. Dos a?os despu¨¦s de su investidura, Guant¨¢namo sigue abierta y no hay se?al de que se proponga un enjuiciamiento de las violaciones de los derechos humanos bajo la Administraci¨®n de Bush ni tampoco una insinuaci¨®n de que se les pedir¨ªa perd¨®n a las v¨ªctimas. Una comisi¨®n norteamericana que tome como modelo la que se ha establecido en Santiago podr¨ªa constituir un primer paso hacia un ajuste de cuentas que, como bien sabemos los chilenos, no deber¨ªa postergarse en forma indefinida.
Por importante que fuera esa experiencia para Obama, hay otra que ser¨ªa a¨²n m¨¢s significativa. Esa noche va a cenar en el mismo Palacio Presidencial donde muri¨® hace muchos a?os Salvador Allende, en defensa del derecho de su pueblo a elegir su propio destino. Allende est¨¢ enterrado en un cementerio no muy lejos de donde la ¨¦lite del pa¨ªs va a estar brindando por la amistad eterna entre Chile y Estados Unidos. En 1965, durante un viaje notable a Chile, Bobby Kennedy se sali¨® del escrupuloso protocolo que se le hab¨ªa armado y se encontr¨® con mineros expoliados y estudiantes universitarios hostiles y se sumergi¨® en los problemas del pa¨ªs para conocerlos, para preguntarse c¨®mo llegar a su resoluci¨®n. ?Y si Obama decidiera seguir el ejemplo de Kennedy -su ¨ªdolo, Bobby Kennedy- y se saliera del gui¨®n para hacer algo sin precedentes como una visita a la tumba de Allende? ?Si muy simplemente se parase en ese lugar, estuviese de pie ante los restos de quien fue, como ¨¦l, un presidente elegido por su pueblo, si le dedicara un par de minutos solitarios?
No ser¨ªa imprescindible que pidiera perd¨®n o expresara remordimiento por la intervenci¨®n de Estados Unidos en los asuntos internos de Chile ni por haber sostenido a Pinochet durante tanto tiempo. Bastar¨ªa ese gesto sencillo. Ese homenaje a un presidente que entreg¨® su vida luchando por la democracia y la justicia social mandar¨ªa un mensaje a Am¨¦rica Latina, y de hecho a todo el planeta, que ser¨ªa m¨¢s elocuente que 50 discursos ret¨®ricos. Ser¨ªa una se?al de que quiz¨¢s de veras sea posible una nueva era en las relaciones entre Estados Unidos y sus vecinos al sur del R¨ªo Bravo, de que el pasado tan amargo e injusto nunca m¨¢s ha de volver, nunca, nunca m¨¢s.
Ariel Dorfman es escritor chileno. Su ¨²ltimo libro es Americanos: los pasos de Murieta.
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