El huevo roto
"Se avecina una tormentosa primavera", predijo Doris escudri?ando las formas que cobraban la yema y la clara del huevo roto en el vaso de cerveza, ancestral sortilegio para vislumbrar lo que el futuro nos depara. No alud¨ªa a los desastres de este mundo. Ni al naufragio de la econom¨ªa. Ni a guerras ni a terremotos. Para ello no era necesario recurrir a magias ni augurios. Bastaba con ver el telediario de cada d¨ªa. Tampoco hablaba del otro mundo. Para el llamado M¨¢s All¨¢, administradores tiene la Iglesia ac¨¢. Ella ¨²nicamente se refer¨ªa al Bar?a y al Real Madrid, o viceversa. M¨¢s solos que la una en una Liga de dos, ambos equipos siguen condenados a bailar juntos con una o dos copas de m¨¢s y, al final, a uno de los dos le corresponder¨¢ la resaca y al otro la borrachera, profetiz¨® la rubicunda Doris y exclam¨®, piadosa, "?qu¨¦ pena!".
Solos en una Liga de dos, Bar?a y Madrid siguen condenados a bailar juntos con una o dos copas de m¨¢s
A veces, el miedo a verse derrotado incita a la calumnia preventiva en el medio id¨®neo para la onda expansiva
Se apiadaba con raz¨®n. No hay resaca peor que la del perdedor. Regurgitando el veneno del resentimiento y espoleado en las nalgas por el aguij¨®n de la revancha, es capaz de propagar cualquier ignominia que enturbie el triunfo del adversario. A veces, el miedo a verse derrotado incita a la calumnia preventiva, que no tardar¨¢ en encontrar el medio id¨®neo para la onda expansiva. En el supuesto caso de dopaje, con eco en la Cope, la clara del huevo en el vaso de cerveza revel¨® a Doris el origen del infundio y la identidad del instigador. Emitiendo una especie de maullido, o quiz¨¢s mugido, la rubicunda tabernera se aventur¨® a pronunciar el nombre del presunto culpable y el no menos rubicundo Van Gaal, con los codos en el mostrador y la mirada obnubilada, cabece¨® como si confirmara las sospechas.
En realidad, no se sab¨ªa bien si asent¨ªa o dormitaba. Lo cierto es que ese asunto le importaba un bledo y, en pugna con la somnolencia, otra cosa le incumb¨ªa y preocupaba. Desde que, en un arrebato de autoridad, se hab¨ªa bajado los pantalones para mostrar sus viriles atributos a los perplejos jugadores del Bayern, un sutil maleficio, que ning¨²n huevo roto en vaso de cerveza pod¨ªa haber previsto, se cern¨ªa sobre ¨¦l. Afortunadamente, los mandatarios b¨¢varos hab¨ªan optado por mantenerlo hasta final de curso. No habr¨ªa sido justo, murmuraba para sus adentros, el que a un entrenador le dieran la patada en plena temporada, como si de una pelota de trapo se tratara, mientras el presidente, m¨¢ximo responsable de su fichaje y de otras controvertidas decisiones, gozaba de inmunidad patibularia (sic).
Para mayor desasosiego, dej¨¢ndose llevar por la duermevela, el taciturno entrenador se remont¨® a los tiempos en los que un joven ayudante y traductor se convert¨ªa en su pupilo para, a las primeras de cambio, sobrepasarle en logros y fama. Cuando la admiraci¨®n y la envidia se baten en la misma coctelera, el mejunje provoca una insidiosa melancol¨ªa neerlandesa. Como es sabido, la melancol¨ªa neerlandesa en nada se asemeja a la nostalgia, a la a?oranza o a la morri?a gallega y es conveniente dejarla en el perchero, con el paraguas y el sombrero, antes de entrar en una taberna londinense donde el orondo capit¨¢n Grason acababa de beberse, con huevo incluido, la cerveza del or¨¢culo.
Por cierto, algunos lectores me han preguntado si la taberna londinense estaba en Londres y si el capit¨¢n Grason se llamaba Grason y si era capit¨¢n. Pues no. Ni la taberna est¨¢ en Londres, ni Grason se llama Grason ni es capit¨¢n. Pero eso no impide que, bajo otro nombre y en otro sitio, Grason y la taberna existan. Y Doris sea Doris. Y la mujer invisible sea mi dulce Amanda. Y yo no sea yo. Y Van Gaal siga siendo Van Gaal. Precisamente fue ¨¦l quien, antes de quedarse definitivamente dormido, formul¨® la pregunta clave. No recuerdo la pregunta, pero recuerdo la clave: el Real Madrid puede ganar jugando mal y el Bar?a puede perder jugando bien. "?Acaso jugar bien no es marcar, Dios mediante, m¨¢s goles que el contrario?", indag¨® una monjita que hab¨ªa entrado a cambiar un billete de 500 euros.
"?rbitro mediante", le corrigi¨® Enrique Cerezo, que pasaba por all¨ª y aprovech¨® la coyuntura para recordarnos que, a veces, cuentan m¨¢s las ocasiones perdidas que los goles marcados.
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