Dolor sin sentido
Tres veces en mi vida (hasta ahora) he llegado a la conclusi¨®n de que mi entendimiento del mundo era sustancialmente err¨®neo. La primera vez fue despu¨¦s de la entrada en vigor en 1994 del Tratado de Libre Comercio de Am¨¦rica del Norte (TLC), cuando el flujo de dinero hacia M¨¦xico para construir f¨¢bricas para exportar al mayor mercado de consumo del mundo se vio arrollado por el flujo de capital dirigido hacia EE UU en busca de un clima de inversi¨®n m¨¢s amistoso. El resultado fue la crisis del peso mexicano a finales de ese a?o (que, como subsecretario del Tesoro de EE UU, tuve que ayudar a contener).
Mi segunda epifan¨ªa lleg¨® en el oto?o e invierno de 2008, cuando se torn¨® evidente que los grandes bancos no ten¨ªan control ni sobre su apalancamiento ni sobre sus carteras de derivados, y que los bancos centrales del mundo no ten¨ªan ni el poder ni la voluntad de mantener la demanda agregada frente a la enorme crisis financiera.
Conocemos las curas. Sin embargo, parecemos decididos a infligir mayor sufrimiento al paciente
El tercer momento es ahora. Hoy afrontamos un d¨¦ficit de demanda nominal del 8% en relaci¨®n con la tendencia previa a la recesi¨®n, ning¨²n indicio de que la inflaci¨®n est¨¦ acumul¨¢ndose y tasas de desempleo en la regi¨®n del Atl¨¢ntico norte que son al menos tres puntos porcentuales m¨¢s altas que cualquier estimaci¨®n cre¨ªble de la tasa sostenible. Y aun as¨ª, aunque los pol¨ªticos que no logran salvaguardar el crecimiento econ¨®mico y un alto nivel de empleo tienden a perder las siguientes elecciones, los l¨ªderes en Europa y EE UU est¨¢n clamando para implementar pol¨ªticas que reducir¨ªan la producci¨®n y el empleo en el corto plazo.
?Me estoy perdiendo algo?
Yo hab¨ªa pensado que las cuestiones fundamentales en el terreno de la macroeconom¨ªa se hab¨ªan resuelto en 1829. En aquel entonces, ni siquiera Jean-Baptiste Say cre¨ªa en la Ley de Say de frecuencias de los ciclos comerciales. ?l sab¨ªa muy bien que un p¨¢nico financiero y una demanda excesiva de activos financieros pod¨ªan producir una demanda deficiente de las materias primas producidas en ese momento y de mano de obra, y que si bien semejante desbaratamiento a corto plazo de la Ley de Say pod¨ªa ser temporal, de todas maneras era altamente destructiva.
Conociendo esta informaci¨®n, la enfermedad del ciclo comercial deber¨ªa encararse en una o m¨¢s de las siguientes tres maneras:
1. En primer lugar, no llegar a ese punto. Evitar todo aquello que cree escasez o demanda excesiva de activos financieros -ya sea un drenaje externo bajo el patr¨®n oro o un colapso de la riqueza a largo plazo, como sucedi¨® con el colapso de la burbuja puntocom o una huida aterrorizada hacia la seguridad en 2007-2008.
2. Si no se logra evitar el problema, entonces hay que hacer que el Estado intervenga e invierta en bienes y servicios para mantener el empleo en sus niveles normales a fin de compensar los recortes de gastos del sector privado.
3. Si no se logra evitar el problema, entonces hay que hacer que el Estado cree y ofrezca los activos financieros que el sector privado quiere tener para que el sector privado reanude su gasto en bienes y servicios.
Existen muchas sutilezas en cuanto a c¨®mo un Gobierno deber¨ªa intentar aplicar cada una de estas opciones. Los intentos por llevar a cabo una de las tres pueden excluir o interferir con los intentos por llevar a cabo las dem¨¢s. Y si las expectativas inflacionarias se convierten en una parte enquistada de una econom¨ªa, tal vez resulte imposible que alguna de las tres curas funcione. Pero esa no es nuestra situaci¨®n hoy.
De la misma manera, si la capacidad crediticia percibida del Estado se ve sacudida, entonces la intervenci¨®n de alg¨²n prestador externo de ¨²ltimo recurso podr¨ªa ser esencial para que funcione la segunda o la tercera cura. Pero esta tampoco es la situaci¨®n hoy en las econom¨ªas centrales del Atl¨¢ntico norte.
Sin embargo, de alguna manera, estas tres curas hoy est¨¢n fuera de discusi¨®n. No existe ninguna probabilidad de reformas en Wall Street o Canary Wharf destinadas a disminuir la posibilidad y gravedad de alg¨²n p¨¢nico financiero futuro, y ninguna posibilidad de una intervenci¨®n gubernamental para restablecer el flujo normal de operaciones financieras arriesgadas a trav¨¦s del sistema bancario. Tampoco existe ninguna presi¨®n pol¨ªtica para expandir o incluso extender las an¨¦micas medidas de est¨ªmulo gubernamental que se han llevado adelante.
Mientras tanto, el Banco Central Europeo est¨¢ buscando activamente maneras de achicar la oferta de activos financieros que le proporciona al sector privado, y la Reserva Federal de EE UU est¨¢ bajo presi¨®n para hacer lo mismo. En ambos casos, se sostiene que las nuevas pol¨ªticas expansionarias de provisi¨®n de activos amenazan con avivar la inflaci¨®n.
Pero no se detecta ninguna probabilidad de inflaci¨®n cuando se rastrean los ¨ªndices de precios o las lecturas del mercado financiero de las expectativas pronosticadas. Y no se ve ninguna crisis de deuda soberana en las econom¨ªas centrales cuando se rastrean las tasas de inter¨¦s.
De todos modos, cuando se escuchan los discursos de los responsables de las pol¨ªticas a ambos lados del Atl¨¢ntico se oye a presidentes y primeros ministros decir cosas como: "De la misma manera que las familias y las empresas tuvieron que ser cautelosas a la hora de gastar, el Gobierno tambi¨¦n debe ajustarse el cintur¨®n".
Y aqu¨ª llegamos a los l¨ªmites de mis horizontes mentales como neoliberal, tecn¨®crata y economista neocl¨¢sico tradicionalista. Ahora, la econom¨ªa global est¨¢ sufriendo un ataque convulsivo de menor demanda y alto desempleo. Conocemos las curas. Sin embargo, parecemos decididos a infligir mayor sufrimiento al paciente.
J. Bradford DeLong, exsubsecretario del Tesoro de EE UU, es profesor de Econom¨ªa en la Universidad de California en Berkeley y socio de Investigaci¨®n en la Oficina Nacional para la Investigaci¨®n Econ¨®mica. ? Project Syndicate, 2011.
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