Un hombre asombrado... y asombroso
He tardado 16 a?os en visitar la tumba de Cioran en el cementerio de Montparnasse. Aunque soy pasablemente fetichista y no me disgustan los cementerios, siempre que sea para estancias breves, las tumbas por las que siento m¨¢s afici¨®n son las de ilustres desconocidos: es decir, autores cuyas creaciones he frecuentado mucho pero a los que no conoc¨ª personalmente o apenas trat¨¦. En el camposanto de Montparnasse hay bastantes de ellos: Sartre y Simone de Beauvoir, Julio Cort¨¢zar y por encima de todos, Baudelaire. Pero en el caso de aquellos de quienes me he considerado amigo, soy m¨¢s esquivo. Quiz¨¢ por lo de que a los seres queridos uno los lleva enterrados dentro y todas esas cosas.
La izquierda antifranquista le admiraba; ¨¦l lo ve¨ªa como una paradoja
Cioran muri¨® un 21 de junio, d¨ªa de mi cumplea?os. Un par de a?os despu¨¦s desapareci¨® tambi¨¦n su maravillosa compa?era Simone Bou¨¦, ahogada en la playa de Dieppe. Me es imposible decir a cu¨¢l de los dos recuerdo con mayor afecto. Ambos descansan bajo la l¨¢pida gris azulada de Montparnasse, de una sobriedad extrema, realmente minimalista. Mientras iba en su busca, sorteando m¨¢rmoles, cruces y ofrendas florales por los vericuetos funerarios, a veces peligrosos para la verticalidad del paseante, recordaba sus consejos: "Vaya 20 minutos a un cementerio y ver¨¢ que sus preocupaciones no desaparecen, desde luego, pero casi son superadas... Es mucho mejor que ir a un m¨¦dico. Un paseo por el cementerio es una lecci¨®n de sabidur¨ªa casi autom¨¢tica". Luego soltaba una de sus breves carcajadas silenciosas y yo, en mi ingenuidad juvenil, me preguntaba si hablaba realmente en serio. He tardado en aprender que hablar sinceramente de ciertos temas demasiado serios implica el tono humor¨ªstico como ¨²nico modo de evitar la solemne ridiculez...
Trat¨¦ a Cioran durante m¨¢s de 20 a?os. Nos escrib¨ªamos con frecuencia y yo le visitaba siempre que iba a Par¨ªs una o dos veces por a?o. Me dispensaba una enorme amabilidad y paciencia, supongo que incluso con cari?osa resignaci¨®n. Se interesaba especialmente por todo lo que yo le contaba de Espa?a, tanto durante los ¨²ltimos a?os del franquismo como en los primeros avatares de la democracia posterior. Por supuesto no creo ni por un momento que fuesen mis comentarios apasionados y entusiastas sobre nuestras peripecias pol¨ªticas lo que le fascinaba, sino la referencia al pa¨ªs mismo, esa segunda patria espiritual que se hab¨ªa buscado, la tierra nativa del desenga?o. "Uno tras otro, he adorado y execrado a muchos pueblos: nunca se me pas¨® por la cabeza renegar del espa?ol que hubiera querido ser". Porque aunque se convirti¨® en gran escritor franc¨¦s y se mantuvo ap¨¢trida, parece cierto que durante un tiempo pens¨® seriamente en hacerse espa?ol. La buena acogida que tuvieron sus libros traducidos en nuestro pa¨ªs le produjo una sorpresa tan grata como indudable. Creo que hubo un momento en que fue m¨¢s popular -por inexacta que sea la palabra- en Espa?a que en Francia. Nunca le vi tan divertido como al contarle que en el concurso de televisi¨®n de mayor audiencia en aquella ¨¦poca (Un, dos, tres...) uno de los participantes cit¨® su nombre tras el de Arist¨®teles cuando le preguntaron por fil¨®sofos c¨¦lebres...
Apreciaba especialmente la paradoja de que tanto yo, su traductor, como la mayor¨ªa de los j¨®venes espa?oles que se interesaban por ¨¦l fu¨¦semos gente de la izquierda antifranquista. Incluso le produc¨ªa cierto asombro, porque para ¨¦l la izquierda era un semillero de ilusiones vacuas y de un optimismo infundado -ese pleonasmo- de consecuencias potencialmente peligrosas, que hab¨ªa denunciado en Historia y utop¨ªa. Y sin embargo le halagaba tan inesperado reconocimiento. En realidad el asombro nos aproximaba, porque a m¨ª me dejaba boquiabierto que alguien pudiera vivir y demostrar humor (Cioran y yo nos re¨ªamos mucho cuando est¨¢bamos juntos) con tan implacable animadversi¨®n a cualquier creencia movilizadora y tan absoluto rechazo a las promesas del futuro. En cierta ocasi¨®n, tras haber demolido minuciosamente mi cat¨¢logo de candorosas esperanzas, me permit¨ª una t¨ªmida protesta: "Pero, Cioran, hay que creer en algo...". Entonces se puso moment¨¢neamente grave: "Si usted hubiera cre¨ªdo en algunas cosas en que yo pude creer no me dir¨ªa eso". Y acto seguido volvi¨® a su cordial sonrisa habitual, ante mi desconcierto.
Como yo era tan ingenuo entonces que no quer¨ªa por nada del mundo parecerlo, me empe?aba en tratar de convencerle de que mi pesimismo no era menor que el suyo. Cioran me refutaba con amable paciencia, insistiendo en demostrarme que yo era incapaz visceralmente de aceptar las consecuencias pesimistas de las premisas que asum¨ªa para ponerme a su altura, seducido por el vigor irresistible de sus f¨®rmulas desencantadas. Confusamente, trataba de explicarle que mi pesimismo era activo: cuando no se espera la salvaci¨®n de ninguna necesidad hist¨®rica ni de ninguna utop¨ªa consoladora terrenal o sobrenatural, solo queda la vocaci¨®n activa y desconsolada de la propia voluntad que no se doblega. No siempre nos movemos atra¨ªdos por la luz: a veces es la sombra la que nos empuja... M¨¢s o menos disfrazadas, le repet¨ªa opiniones tomadas de Nietzsche, a quien tambi¨¦n le¨ªa devotamente en aquella ¨¦poca. Sol¨ªamos dejar al fin nuestras discusiones en un amistoso empate. Pero es obvio que nunca logr¨¦ convencerle... ni enga?arle. Su ¨²ltimo libro, Aveux et anath¨¦mes, me lo dedic¨® con estas palabras: "A F. S., agradeci¨¦ndole sus esfuerzos por ser pesimista".
Con los a?os, ambos fuimos poco a poco sosegando la vivacidad de nuestros debates en una especie de familiaridad c¨®mplice. Tras el asentamiento de la democracia en Espa?a, mis fervores fueron progresivamente renunciando a la truculencia y aceptaron cauces pragm¨¢ticos: se trataba de vivir mejor, no de alcanzar el para¨ªso. Los excesos pesimistas, lo mismo que las demas¨ªas del conformismo ilusionado, me parecieron -y me parecen- manifestaciones culpables de pereza que ceden el tim¨®n de la vida a rutinas fatales. Pero tambi¨¦n Cioran en sus ¨²ltimos a?os de lucidez, tras la ca¨ªda de Ceaucescu, me daba la impresi¨®n de inclinarse por una especie de pragmatismo esc¨¦ptico aunque sin embargo positivo. Por primera vez le vi celebrar acontecimientos hist¨®ricos, desde luego sin arrebatos triunfales. A veces hasta me daba la impresi¨®n de estar parcialmente desenga?ado del desenga?o mismo, la suprema prueba de su honradez intelectual...
Guardo especial recuerdo de una visita que le hice en el a?o 90 o 91, en su apartamento del 21 de la rue de l'Odeon. Fui acompa?ado de mi mujer y por primera vez en tantos a?os me encontr¨¦ a Cioran solo en casa, porque Simone hab¨ªa salido con unas amigas. Para nuestra cena habitual hab¨ªa dejado unos filetes de carne convenientemente dispuestos en la cocina, listos para fre¨ªr en la sart¨¦n. Queriendo evitarle tareas culinarias, le propuse que fu¨¦semos los tres a cenar a cualquier restaurante pr¨®ximo del barrio pero no consinti¨® en ello: yo siempre hab¨ªa cenado en su casa y esa noche no pod¨ªa ser una excepci¨®n. Su exigente y generosa norma de hospitalidad no lo permit¨ªa. De modo que todos nos desplazamos a la min¨²scula cocina y all¨ª se hizo evidente que el manejo de los fogones desbordaba ampliamente las capacidades de Cioran. Entonces mi mujer tom¨® el control de las operaciones, nos hizo abandonar el estrecho recinto para evitar interferencias y guis¨® sin muchas dificultades la sobria cena que deb¨ªamos compartir. Desde el exterior, Cioran la ve¨ªa operar con rendida admiraci¨®n, mientras me daba una breve charla sobre las admirables disposiciones naturales de las mujeres vascas para el arte culinario... Es una de las im¨¢genes m¨¢s conmovedoramente tiernas que guardo de ¨¦l, tan incurablemente esc¨¦ptico en la teor¨ªa pero capaz a veces de un asombro casi infantil ante los misteriosos mecanismos eficaces del mundo y los milagros de la amistad.
Creo que esa capacidad de asombro era uno de los encantos de su trato personal, pero tambi¨¦n una de las caracter¨ªsticas notables de su talante intelectual. A veces los esc¨¦pticos adoptan la arrogante superioridad y la suficiencia desde?osa de los peores dogm¨¢ticos: est¨¢n convencidos de que nada saben ni nada se puede saber con la misma altaner¨ªa que otros muestran en afirmar su convicci¨®n de que saben cuanto puede saberse. En ambos casos lo malo no es ignorar o conocer, sino el estar tan radicalmente convencidos que ya nada puede asombrarles. Cioran permanec¨ªa en la tierra del asombro, perplejo incluso en sus negaciones y rechazos m¨¢s viscerales. Nunca abrumaba con displicencia al creyente que balbuceaba frente a ¨¦l, incluso parec¨ªa envidiarle a veces, aunque le cortaba decididamente el paso. Se asombraba sobre todo de que en la vida la maravilla coexistiese con el horror, como ya se?al¨® Baudelaire: somos conscientes de la matanza general que nos rodea y del encanto de Bach. S¨®lo dos posibilidades permiten soportar los sinsabores de la existencia, ambas en permanente entredicho pero ambas tambi¨¦n irrenunciables: la posibilidad del suicidio y la de la inmortalidad. Cioran permaneci¨® siempre entre ambas, esc¨¦ptico y at¨®nito.
Cuando encontr¨¦ su tumba en el cementerio de Montparnasse, al leer su nombre en la l¨¢pida junto al de Simone, me puse a llorar. No de pena, desde luego, aunque tanto echo de menos a ambos cada vez que vuelvo a Par¨ªs y recuerdo nuestras cenas en la calle del Odeon, las charlas interminables y las risas. ?C¨®mo podr¨ªa lamentarme por ellos, cuando tanto les admir¨¦ y tanto enriquecieron generosamente mi juventud? No, supongo que llor¨¦ de gratitud y sobre todo de asombro. El asombro porque los que a¨²n estamos ya no estamos del todo y de que a¨²n siguen estando los que ya no est¨¢n.
Los zarpazos del "fil¨®sofo aullador"
- Vida. "El hecho de que la vida no tenga ning¨²n sentido es una raz¨®n para vivir, la ¨²nica, en realidad".
- Humanidad. "Amar al pr¨®jimo es algo inconcebible. ?Acaso se le pide a un virus que ame a otro virus?".
- Dios. "Una enfermedad de la que imaginamos estar curados porque nadie se muere de ella hoy en d¨ªa".
- Muerte. "La naturaleza, buscando una f¨®rmula para satisfacer a todo el mundo, escogi¨® finalmente la muerte, la cual, como era de esperar, no ha satisfecho a nadie".
- Amistad. "Con la edad lo que m¨¢s se teme es que los amigos nos sobrevivan".
- Literatura. "Toda literatura empieza con himnos y acaba con ejercicios".
- Relativismo. "?Qu¨¦ ser¨ªa de nuestras tragedias si un insecto nos presentara las suyas?".
- Filosof¨ªa. "Para poder vislumbrar lo esencial no debe ejercerse ning¨²n oficio. Hay que permanecer tumbado todo el d¨ªa, y gemir".
- Pueblo. "Un pueblo no representa tanto una acumulaci¨®n de ideas y teor¨ªas como de obsesiones".
- Religiosidad.
"Mientras m¨¢s se alejan los hombres de Dios, m¨¢s avanzan en el conocimiento de las religiones".
- Tiempo. "No hago nada, es cierto. Pero veo pasar las horas, lo cual vale m¨¢s que tratar de llenarlas".
- Autodefinici¨®n. "Soy un fil¨®sofo aullador".
Babelia
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