Servicio dom¨¦stico
Creo, con bastante firmeza, que en lo ¨²nico que servimos las personas de mucha edad es, para, transmitir los h¨¢bitos, las cosas que utiliz¨¢bamos y que, han desaparecido de la circulaci¨®n; o sea, la memoria personal que transborda pormenores de unas a otras generaciones, aunque sirvan para poca cosa. Tampoco se ampl¨ªa el ¨¢rea de los conocimientos ¨²tiles a hijos y nietos, sino el testimonio de primera mano de lo que fue el entorno vivido y c¨®mo se satisfac¨ªan las necesidades y los beneficios.
Este cap¨ªtulo estuvo, durante muchos a?os, confiado a los escritores, ya fueran poetas, como Homero hasta los grandes novelistas de los siglos XVIII, XIX y XX. Un trayecto en ferrocarril con Balzac o Blasco Ib¨¢?ez nos sub¨ªa sobre los traqueteantes vagones que sal¨ªan de origen a su hora y llegaban cuando Dios quer¨ªa. Desde los viajes en tercera, sobre asientos de madera y ventanas mal ajustadas con la carbonilla, en las ropas y en los ojos, hasta la aventura de las madonas de los coches-cama de Maurice Dekobra que quiz¨¢ nunca mont¨® en el Oriente Express.
El salario era casi simb¨®lico, en mansiones m¨¢s organizadas sal¨ªan una vez por semana
Imposible referirse a tantas cosas que tambi¨¦n desaparecieron en nuestros a?os j¨®venes, pero de las que ten¨ªamos pr¨®xima memoria. Hoy, a la gente contempor¨¢nea que le guste el cine de la edad dorada de Hollywood, le chocar¨¢ que los hombres llevaran siempre sombrero y nunca lo olvidaran, aunque al principio de la escena fuera arrojado con punter¨ªa en el perchero de la entrada. Estaban a punto de desaparecer, pero a¨²n alcanc¨¦ la ¨¦poca en que los guantes masculinos eran algo para llevar en la mano, y el bast¨®n, accesorio indumentario imprescindible. Una frase no pod¨ªa faltar en la comedia de bulevar: "Dele el sombrero y el bast¨®n al caballero, que se marcha ahora mismo", forma de despedir a la gente y que no volviera.
Hoy quiero tratar de un tema que tambi¨¦n despertar¨¢ curiosidad entre las mujeres y los hombres, cada vez m¨¢s enfangados en las tareas dom¨¦sticas: el servicio dom¨¦stico. Espa?a, diversamente a como ocurre ahora, era un pa¨ªs agr¨ªcola en le interior y de pescadores en el dilatado litoral, o sea, gente pobre que ganaba la vida con gran esfuerzo y poco provecho. La idea fija entre los j¨®venes era abandonar el terru?o e intentar una mejora, cosa no dif¨ªcil dada la m¨ªsera realidad circundante. Esto se agravaba en territorios infortunados, dependiendo de la variabilidad del tiempo, de que una helada arruinase la cosecha o la epidemia diezmase los ganados. Para el pescador, la fluctuaci¨®n valorativa que sufr¨ªan las capturas, pendientes de circunstancias en las que jam¨¢s interven¨ªa.
Sin embargo -o precisamente por eso- los espa?oles, se han permitido un lujo vedado en la mayor parte del mundo civilizado: ten¨ªan criadas, muchachitas para cuidar ni?os y que los padres pudieran ir al trabajo o al caf¨¦, las denominadas "cuerpo de casa", encargadas de la limpieza en general; cocineras que no encontrar¨ªan trabajo en "El Bulli", porque no exist¨ªa, pero que condimentaban un cocido, una paella, una tortilla de patatas, unos gallos rebozados y hasta alg¨²n postre casero de manzanas a punto de echarse a perder. Recuerdo mi juventud, casado muy joven, con hijos s¨²bitos y sucesivos, sin ingresos fijos, viviendo a salto de mata, debiendo el alquiler pero teniendo en casa una ni?era, y quiz¨¢s dos criadas. Esta palabra est¨¢ ahora desacreditada, cuando su origen es democr¨¢tico y entra?able: los que se cr¨ªan en la casa, medio parientes que com¨ªan lo que los amos. El salario era casi simb¨®lico, en mansiones m¨¢s organizadas sal¨ªan una vez por semana o cada 15 d¨ªas y es tremendo pensar lo que aquellas criaturas hab¨ªan dejado atr¨¢s, pues cantaban como calandrias y sus frescas voces habitaban los patios de luces que todos los edificios ten¨ªan para instalar las cocinas y los cuartos de ba?o.
Llegaban con pocas y firmes cualidades transmitidas en la aldea, pero aprend¨ªan con rapidez, por la conveniencia del ama de casa, que inculcaba las nociones para mantener y gobernar un hogar, con lo que cursaban un oficio y procuraban descanso a la empleadora. Todos ganaban. Hoy, en Espa?a, las sirvientas desaparecen para dar paso a la asistenta, que suele ser una mujer casada con un trabajador poco calificado, que lleva la casa de un arquitecto, un concertista o un exitoso cirujano como si fuera la suya en el extrarradio. Lo peor es que no aprende nada. Y la casa, sin barrer.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.