La rid¨ªcula man¨ªa de inaugurar
Las inauguraciones son como los m¨ªtines, viejos actos de propaganda, si bien el mitin cuenta al menos con la pasi¨®n del convencido, satisfecho con su dedicaci¨®n de palmero voluntario que acepta con placer el papel de comparsa. Pero tanto las unas como los otros no persiguen a estas alturas la emoci¨®n anta?ona del directo, sino la del diferido. Aunque ya ni siquiera el diferido lo compra un medio informativo que no sea el que de un modo u otro est¨¦ subvencionado para la propaganda o dedicado exclusivamente a ella, es decir, la Telemadrid que no le gusta a Aguirre, a pesar de lo que se vale de su pantalla, o los suced¨¢neos rabiosos que persigue la presidenta en su intento de pasar de sus manos p¨²blicas a otras amigas la tele auton¨®mica.
Todo puede empezar a funcionar sin que Aguirre, Gallard¨®n o Jos¨¦ Blanco corten la cinta
Pero nuestras autoridades siguen inaugurando a destajo por pura rutina, tradici¨®n irreflexiva o voluntad de hacernos part¨ªcipes de sus rid¨ªculos gozos ceremoniales a los que los ciudadanos apenas asisten desde lejos con indiferencia. Menos mal que a veces estas ceremonias tienen su toque de ficci¨®n (la presidenta madrile?a inaugurando lo impecable y unas fotos detr¨¢s de su figura dando cuenta al tiempo de las tripas de la instalaci¨®n inacabada), que es lo que termina por convertir en divertido el c¨®mico rito obsoleto. Un rito que adem¨¢s a ellos les sirve para pelearse por un qu¨ªtame all¨¢ esa invitaci¨®n que no me lleg¨® para inaugurar contigo o para culpar a Zapatero de no haber podido inaugurar antes lo que inauguran ahora. O de haberlo inaugurado a pesar de Zapatero.
Bien es verdad que, hablando de ficciones, las autoridades madrile?as no han logrado en su descaro el grado de desverg¨¹enza c¨ªnica al que han llegado sus virtuosos correligionarios -Francisco Camps y Carlos Fabra- en Castell¨®n. Inaugurar un aeropuerto sin aviones seis meses antes de lo previsto para cualquier aterrizaje y convertirlo por ahora en pistas para paseantes convierte la inauguraci¨®n aeroportuaria en un disparatado acto surrealista que solo explica la p¨¦rdida de cabeza de los inauguradores compulsivos. Y por inaugurar antes de tiempo que no sea: el mismo Camps acaba de inaugurar con eclesi¨¢stica solemnidad la maqueta peque?ita de un hospital en una localidad valenciana, a falta incluso de un terreno donde colocar siquiera la primera piedra del hospital necesario. Que esta de las primeras piedras, m¨¢s en desuso ya, es otra de las arcaicas ceremonias que siguen practicando nuestras autoridades. Aunque lo mejor de las primeras piedras es que con el tiempo se olvidan.
No obstante, como acabamos de ver, tambi¨¦n a veces la autoridad se olvida curiosamente de inaugurar. Y si no que se lo digan a la presidenta de Madrid: le ha reprochado la prensa que inaugure ahora unas instalaciones hospitalarias con tres a?os de retraso. No han tenido en cuenta que el hecho de que no est¨¦n acabadas no es por lo com¨²n raz¨®n suficiente para que Aguirre se resista a inaugurar; seguramente se debi¨® a que no le avisaron. Pero adem¨¢s, no todo lo que se inaugura se estrena; a veces se olvidan de que ya se hab¨ªa inaugurado antes lo que se inaugura ahora y nos venden como nuevo lo usado.
Con todo, ni las maquetas ni las primeras piedras encierran el peligro de las apresuradas inauguraciones hospitalarias de cuyos nefastos efectos llegamos a saber poco. Se me dir¨¢ que soy alarmista, pero quien se ahorra la inauguraci¨®n se ahorra el riesgo. Por eso me permito proponer a quienes velan por nuestra seguridad la prohibici¨®n radical de cualquier inauguraci¨®n en todo tiempo, electoral o no: todo puede empezar a funcionar sin que Gallard¨®n, Aguirre o Jos¨¦ Blanco lo bendigan o corten la cinta. Es m¨¢s, sin las prisas inaugurales, todo funciona mejor.
El actual Gobierno de Espa?a, tan dispuesto a inmolarse, ser¨ªa el llamado a intentar un consenso imposible para acabar con esas ceremonias obsoletas y costosas. Y si con esa prohibici¨®n se reduce el trabajo de la Casa Real y mengua su plantilla, se siente, pero es que adem¨¢s una manera de evitar enredos en la mente perversa de los ciudadanos recelosos es dejar de hacer actos cuya pompa les lleve a pensar cu¨¢nto habr¨¢ costado esa tarima sobre la que se posan los pr¨ªncipes, y cu¨¢nto de lo que ha costado se ha llevado una trama, o cu¨¢l ser¨ªa el valor real de algo que se inaugura si se descontara lo que ha acabado en el bolsillo del invitado a una boda ostentosa.
Hay que evitar que las inauguraciones susciten esos malos pensamientos en los ciudadanos para no dar lugar a que el PP tenga que estar firmando manifiestos contra la corrupci¨®n con el objeto de tranquilizarnos con sus arrebatos ¨¦ticos. Puede acabar firmando Rajoy el pr¨®ximo serm¨®n contra corruptos, no en la tierra de Jaume Matas, espejo de honestidad, como ha hecho, sino en el p¨²lpito del monasterio de El Escorial, tan pr¨®ximo a sus celebraciones ¨ªntimas.
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