?lbum
?Qu¨¦ hago?, ?la rompo?, ?la quemo?, ?la echo a la basura y que pase al cementerio provisional del contenedor de la esquina?: son las preguntas que, de vez en cuando, me planteo ante alguna de esas fotograf¨ªas deslustradas, amarillentas, de grises apagados en las que s¨®lo brillan, alarmantes, los ojos de alg¨²n personaje que, muy erguido, mira fijamente a la c¨¢mara, con descaro, reclam¨¢ndonos atenci¨®n y que no sabemos qui¨¦n es. Est¨¢ muerto, por supuesto. Porque s¨®lo los muertos nos miran con esa urgencia impertinente, con ese reclamo encaminado a que les devolvamos algo de vida por el mero hecho de reconocerles. Pero ignoramos su nombre y las razones por las que est¨¢n en esa instant¨¢nea formando parte de un grupo de gentes, allegadas nuestras en el tiempo, respecto a las que no sabemos qu¨¦ lazos, qu¨¦ relaciones le un¨ªan. Aparecen en fotograf¨ªas que, un par de veces al a?o, salen de cajas de cart¨®n que, al transcurrir de los a?os, van pasando de un armario a otro en espera de tener la oportunidad de dedicarles unas horas para poder ordenarlas, ponerles fecha y nombres en el reverso y pegarlas debidamente en un ¨¢lbum.
Las cajas de cart¨®n, repletas de viejas fotograf¨ªas, siempre est¨¢n ah¨ª, al acecho, esper¨¢ndonos, aguardando para asaltarnos de improviso, a traici¨®n. Muy de tarde en tarde, rebuscando en cajones y altillos de armarios repletos de objetos, documentos, cuadernos a medio rellenar con caligraf¨ªas pasadas de moda y recuerdos de los que un sentimentalismo quiz¨¢s insano nos impide desembarazarnos, ?zas!, se nos vienen encima desde un estante en el que, justamente, dorm¨ªan suplantando lo que en realidad busc¨¢bamos, y su contenido queda desparramado a nuestros pies, acus¨¢ndonos de abandono, de olvido, de insensibilidad. Tienen raz¨®n. Tanta que, avergonzados y contritos, decidimos integrar las viejas fotograf¨ªas en nuestro presente disponi¨¦ndolas cuidadosamente en un ¨¢lbum. De esta semana no pasa, nos juramos. Y en ocasiones as¨ª es. Nos hacemos con un ¨¢lbum y, sin atender al negro pensamiento de que, al fin y al cabo, un ¨¢lbum equivale a otro cementerio de im¨¢genes, m¨¢s decente quiz¨¢ que la caja de cart¨®n, antiguo albergue de un par de zapatos anta?o finiquitados, pero cementerio al fin y al cabo (?cu¨¢ntas veces al a?o abrimos un ¨¢lbum de fotograf¨ªas para recrearnos con la imagen de nuestros muertos?, ?una?, ?dos?, ?ninguna?), intentamos cumplir la promesa hecha a un mont¨®n de fotograf¨ªas que elegimos sin conseguir renunciar a las preferencias que, comprensiblemente, sentimos hacia algunos de los personajes en ellas plasmados, preferencias que nos arrastran a dejar de lado, una vez m¨¢s, las fotos en las que aparecen esos eternos desconocidos que, una y otra vez y a?o tras a?o, vuelven a las cajas de cart¨®n que, a su vez, regresan al armario sin que nos atrevamos a liquidarlas.
La l¨®gica deber¨ªa imponerse: ?si yo no s¨¦ qui¨¦nes son, c¨®mo podr¨¢n saberlo quienes, una vez ausente yo de este mundo, se encuentren con esos rostros del pasado? Es m¨¢s, ?qu¨¦ har¨¢n quienes me sobrevivan con las fotograf¨ªas de mis seres queridos, a quienes ellos -que un buen d¨ªa abrir¨¢n un armario y se encontrar¨¢n con un mont¨®n de cajas de cart¨®n llenas de fotos- conocen s¨®lo de o¨ªdas y referencias vagas? ?Les conmover¨¢n como a m¨ª las miradas de esos personajes cuya imagen no me atrevo a rasgar, los rostros de mis padres, de mis familiares, de mis amigos idos?
Lo cierto es que, frente a un ¨¢lbum por llenar, las dudas son infinitas y no s¨®lo respecto a los personajes desconocidos. ?Qu¨¦ hacer con esa foto de mi madre, quien se sab¨ªa -y era- realmente guap¨ªsima pero a la que la c¨¢mara sorprendi¨® con los ojos cerrados y la boca desfigurada? Seguro que ella, de contemplarse ahora, no dudar¨ªa un instante en hacerla a?icos; pero, ?de d¨®nde saco el valor para romper la foto y, con ella, su alma? Fuera del campo de operaciones consistente en el mero espacio ocupado por el ¨¢lbum y las fotos, uno recobra la raz¨®n y piensa que s¨®lo est¨¢ bregando con un mont¨®n de papeles impresos con im¨¢genes; pero, en el momento en que se enfrenta con las instant¨¢neas que representan a personas a las que ha conocido y querido, de ese mont¨®n de papel le saltan al cuello un pu?ado de almas decididas a no dejarle escapar.
Recuerdo haber le¨ªdo que los nativos de ciertas tribus primitivas atacaban agresivamente a los primeros fot¨®grafos que aparecieron por sus poblados para hacer fotos: los nativos explicaron que aquellos extranjeros pretend¨ªan arrancarles el alma, que al fotografiarles no plasmaban sus rostros ni sus cuerpos, sino su interior, el alma, y eran sus almas lo que se llevaban encerradas en el interior de sus c¨¢maras. Y, en efecto, cada vez que contemplo la fotograf¨ªa de un ser querido, muerto, es su alma lo que me asalta desde el papel satinado que lo reproduce y se me pega por todas partes y cargo con ella durante d¨ªas. ?Rompo o no rompo la fotograf¨ªa en la que mi madre, tan orgullosa de su belleza, qued¨® poco agraciada? ?Significar¨¢ rematar su desaparici¨®n sobre la tierra?, ?darle una muerte m¨¢s de las muchas que abaten a los seres humanos en este mundo? Si la cobard¨ªa me impide hacerlo y dejo la siniestra labor a cargo de quienes me sobrevivan, ?me maldecir¨¢ por dejar en manos ajenas lo que me corresponder¨ªa hacer a m¨ª?
Ah¨ª est¨¢ aquella prima muerta por corrosi¨®n interna, dijeron, y la insania contra¨ªda a ra¨ªz de un mal amor... Hay docenas de fotos de reuniones familiares en las que aparecen sus padres, sus hermanos... ?y ella? Ella, no. S¨®lo conservo una foto de esa prima, una ¨²nica foto en la que aparece ?junto al mal hombre causante de su desdicha! ?Es l¨®gico que haya pasado medio siglo encerrada en una caja de zapatos junto a su peor enemigo? En este caso, se impone la justicia: un buen tijeterazo basta para separarlos, aunque con la brusquedad del gesto la tijera se lleve medio brazo y medio rostro de la infortunada. ?Y qu¨¦ hago ahora, con esa figura mutilada?
Desde que cobr¨¦ conciencia de mi desatenci¨®n con las fotograf¨ªas por ordenar, reh¨²yo las instant¨¢neas en grupo o las que todos solemos hacer cuando viajamos. S¨¦ que ya s¨®lo en la memoria podr¨¦ revivir las im¨¢genes de los momentos y de los seres perdidos. Una an¨¦cdota como remate explicativo de mi decisi¨®n: pas¨¦, con una amiga, por delante de un tenderete de camisetas en la que imprim¨ªan la imagen solicitada por el cliente a partir de una foto. Me dispon¨ªa a sacar de mi bolso una foto de mi amado perro cuando mi acompa?ante pregunt¨®: "?Qu¨¦ har¨¢s cuando, a base de meter la camiseta en la lavadora, la imagen de tu perro Pato empiece a desdibujarse hasta diluirse?". Quiz¨¢ empez¨® ah¨ª mi problema con las fotograf¨ªas de anta?o.
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