Recuento de privilegios
Soy una privilegiada que, a medida que aumento a?os, mejoro el aprecio a los privilegios que me quedan y a aquellos que descubro con el tiempo. Disfruto m¨¢s que nunca cuando tengo un encuentro con un amigo, una comida, una copa y una conversaci¨®n. Me despierto y corro las cortinas. Qu¨¦ bien, llueve. Qu¨¦ bien, hace sol. Qu¨¦ bien: me he despertado y he descubierto las cortinas. Tengo cortinas, tengo cama en la que dormir a cubierto y de la que salir para dirigirme al balc¨®n y descubrir el d¨ªa. Estas cosas las pienso mientras mi mente tambi¨¦n disfruta de otras. Qu¨¦ leer¨¦ hoy, a qui¨¦n ver¨¦ hoy, con qui¨¦n me cruzar¨¦ por la calle. Qu¨¦ escribir¨¦. Qui¨¦n me leer¨¢. En d¨®nde lo har¨¢. ?Le gustar¨¦? Una frase m¨ªa, ?ayudar¨¢ a alguien en algo?
"Hundo el rostro en las piezas de tela y aspiro el perfume del jab¨®n y la limpieza"
El blog y Facebook, con su inmediatez, dan a veces respuesta a esta ¨²ltima pregunta. Recib¨ª el comentario de alguien que lee este art¨ªculo en el metro mientras se dirige, en domingo, a un trabajo en el que le explotan. Me dijo que le animaba a seguir para delante.
Por tanto, lo menos que puedo hacer es disfrutar del privilegio de escribir, del privilegio de este contacto. ?Saben ustedes cu¨¢ndo lo siento m¨¢s profundamente? D¨¦jenme que se lo cuente. Ocurre cuando, de noche ya, salgo a la galer¨ªa del piso del Eixample en el que tengo el privilegio de vivir, y me dispongo a ejecutar la privilegiada ceremonia de retirar las s¨¢banas que durante el d¨ªa se han ido secando en el tendedero. Primero de todo, miro al cielo, qu¨¦ suerte, hay estrellas. O qu¨¦ suerte, est¨¢ nublado, si no llego a tiempo a retirar la ropa, la lluvia la habr¨ªa ensuciado ma?ana.
De modo que, lentamente, goz¨¢ndolo, quito las pinzas y las pongo en su bolsa, que cuelga junto a la lavadora; agarro las piezas de tela y las abrazo, hundo el rostro en su tacto cari?oso y familiar, aspiro el perfume del jab¨®n, el agua y la limpieza. Me quedo un rato as¨ª. De ni?a nunca supe lo que era abrazar una s¨¢bana a la que el sol y el aire hab¨ªan hecho justicia; en aquellas callejas estrechas la sombra era presencia permanente; y la ropa limpia siempre estaba h¨²meda. Este perfume, este tacto, del que consegu¨ª gozar con el paso del tiempo, me recuerdan que pude no haberlo logrado, que pude, como muchos, no haber salido del hoyo. O haber regresado a ¨¦l. Como ha ocurrido a tantos a lo largo del tiempo, como est¨¢ ocurriendo, por desgracia, mientras abre sus fauces esta crisis interminable que se traga todo lo que encuentra.
Me quedo un rato abrazada a la ropa limpia, contemplando las estrellas o su ausencia, disfrutando de mi privilegio. Luego la deposito en una peque?a habitaci¨®n, en donde esperar¨¢ a que una mujer m¨¢s joven, m¨¢s fuerte y a la que puedo pagar bien por su trabajo, la doble y la disponga en el armario.
Me voy haciendo vieja mientras el mundo, que ya lo es, y mucho, se vuelve cada vez m¨¢s precario, y lo ¨²nico que puedo hacer es gozar de mis momentos recogidos -soy como la ropa tendida al sol, pero ya con muchas lavadas encima-, de la consciencia que afortunadamente a¨²n me habita. Y mientras camino por el pasillo de un extremo a otro del piso, estirando los brazos y las piernas, palp¨¢ndome la espalda, viendo algo ca¨ªdo en el suelo -huy, ya lo recoger¨¦ luego, ahora mismo no me puedo inclinar-, mientras recupero la relativa buena forma, vivo con las palabras que me quedan y que desde aqu¨ª, o desde las tecnolog¨ªas que ahora alumbran lo que fue tambi¨¦n un espacio de sombras, me ponen en contacto con ustedes.
No tengo soluciones ni respuestas para lo que nos acongoja d¨ªa a d¨ªa, lo digo una y otra vez, pero este puente de palabras es como mi tendedero de la ropa. Un lugar en el que hundir el rostro y respirar la brisa. Una forma de detener el tiempo y de contemplar la noche, y de saber que, aun ignorando lo que nos deparar¨¢ el d¨ªa, y aun a sabiendas de lo que carga la espalda, huele bien.
Privilegios.
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