Claudia Llosa / Directora
Existe una raz¨®n para que las primeras im¨¢genes de nuestra historia se trazaran en el interior de las cuevas m¨¢s oscuras. Y se ha comprobado que las figuras siempre se dibujaban sobre las ¨¢reas m¨¢s sinuosas y curvadas del interior. Ocultos en el misterio de la oscuridad, nuestros tatarataratarataratarataratara abuelos encend¨ªan el fuego y gracias al efecto de la luz sobre la textura de la piedra, el dibujo produc¨ªa una extra?a sensaci¨®n de movimiento. Los animales cobraban vida y los rituales m¨¢gicos, animaci¨®n.
La imagen, mucho antes que cualquier concepto de arte, ha acompa?ado al ser humano en su evoluci¨®n y lo sigue acompa?ando de las maneras m¨¢s curiosas e ¨ªntimas. Como esa extra?a costumbre de llevar las fotos de nuestros seres queridos en la cartera, como si fu¨¦ramos capaces de convocar a la persona cada vez que la observamos. Le otorgamos un poder a la imagen que no tiene la palabra por s¨ª sola. Que yo sepa, nadie lleva en el bolsillo un papelito con el nombre escrito de su hijo, pareja, perro o abuela.
Como en la oscuridad de una cueva, una c¨¢mara se enciende, para revivir, para convocar, para invocar una nueva vida m¨¢gica. Para ello el director ha tenido que saber encender ese fuego que genera el movimiento a escenas antes dibujadas en un gui¨®n. Con paciencia y ma?a ha de mantener el calor a un nivel que envuelva y acoja. Un director protege la cueva de ideas, reclamando el instinto at¨¢vico de los presentes, que se animen a palparse y reconocerse sin pudor. Porque no son necesariamente los ojos los que hacen al cine.
Y m¨¢s tarde, tambi¨¦n en la oscuridad de una cueva, un proyector se enciende para convocar y despertar.
Claudia Llosa (Lima, Per¨², 1976).
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