?El hundimiento!
La tonta bondad del sexto, que tuvo la virtud de ense?ar a torear por naturales a Salvador Cort¨¦s, no salva del naufragio la corrida de Victorino Mart¨ªn. Un triste fracaso produjo la lidia de seis ejemplares de una ganader¨ªa m¨ªtica, pero que atraviesa, como todas, una epidemia de mansedumbre, invalidez, soser¨ªa y falta de casta. Qu¨¦ imagen tan penosa ofrec¨ªan esos toros guapos, hundidos en la m¨¢s pura miseria del descastamiento; amuermados, tullidos y paralizados por su propia falta de fuerzas y de raza. Todos hijos de un mismo tronco podrido, imposibilitados para la emoci¨®n. Ninguno acudi¨® a los caballos con codicia -es m¨¢s, a excepci¨®n del cuarto, ninguno fue picado-, midieron en banderillas y llegaron a la muleta sin un h¨¢lito de vida y sin capacidad de movimiento. Lo peor es que los victorinos no eran ni deslucidos, ni tobilleros, ni broncos... No eran nada. Pura basura. Carne de matadero.
MART?N / PADILLA, EL CID, CORT?S
Toros de Victorino Mart¨ªn, bien presentados, mansos, descastados, muy blandos y sos¨ªsimos.
Juan Jos¨¦ Padilla: casi entera tendida (silencio); estoconazo (ovaci¨®n).
El Cid: pinchazo y estocada (ovaci¨®n); gran estocada (silencio).
Salvador Cort¨¦s: media baja (silencio); pinchazo y gran estocada (vuelta tras leve petici¨®n).
Plaza de la Maestranza. 28 de abril. Quinta corrida de feria. Casi lleno.
Los victorinos no eran ni tobilleros ni broncos... no eran nada. Pura basura
Pero hubo historia, aunque parece imposible; r¨¢fagas, destellos y algunos detalles toreros.
El sevillano Cort¨¦s tuvo en sus manos una oreja y la perdi¨® al errar con la espada. Hubiera sido barata, no obstante, porque siendo, como es, un torero con verg¨¹enza profesional al que nadie le ha regalado nada, no est¨¢ tocado por la fibra del sentimiento. A su primero, tan soso como los dem¨¢s, incierto y reserv¨®n, lo mulete¨® siempre al hilo del pit¨®n, muy despegado, sin cruzarse nunca, y su insulsa labor no despeg¨® porque era imposible. Se encontr¨® con el sexto, con escasa codicia y de una calidad bobalicona, y comenz¨® del mismo tenor. Y fue el toro, ya la muleta en la izquierda, el que arrastr¨® el hocico, le indic¨® c¨®mo deb¨ªa colocar la franela, pegada al albero, y templ¨¢ndola con suavidad para no tocarla. As¨ª, surgieron naturales largos, lent¨ªsimos, extraordinario alguno, rematados con pases de pecho ejecutados sin mucha confianza. Cort¨¦s tore¨® bien, pero muy por debajo de la nobleza que le present¨® su oponente. Lo m¨¢s emotivo, sin duda, es que ese toro se lo brind¨® a su hermano, Luis Mariscal, a¨²n convaleciente de la grav¨ªsima cornada que sufri¨® en esta plaza el 15 de agosto del pasado a?o.
Aunque parezca mentira, hubo m¨¢s. Y el protagonista fue Juan Jos¨¦ Padilla. Sali¨® el cuarto con muchos pies, y el jerezano se fue hacia ¨¦l, pegado a las tablas del tendido 7, y all¨ª aguant¨® la tremenda acometividad del animal en cuatro ver¨®nicas intensas que supieron a gloria, y las remat¨® con una, dos, tres, cuatro medias y una larga, todo ello embarcando al toro en el capote, con templanza, seguridad, gracia y empaque. La plaza salt¨® como un resorte porque aquellos instantes fueron una pura vibraci¨®n. Banderille¨® bien y mulete¨® muy mal; colocado con ventajas siempre, muy despegado, un horror... Y lleg¨® la hora de matar: se perfil¨® con parsimonia, se recre¨® en la preparaci¨®n de la suerte, casi a c¨¢mara lenta, se volc¨® sobre los pitones, y enterr¨® la espada hasta la mano en el mismo hoyo de las agujas. Como ser¨ªa la cosa, que en menos de diez segundos estaba el toro patas arriba, muerto sin puntilla. Un estoconazo en toda regla. Su primero fue una nulidad total, que pretendi¨® cogerlo con total descaro.
Y tambi¨¦n estuvo El Cid. El picador Manuel Jes¨²s Ruiz Rom¨¢n hizo la suerte como mandan los c¨¢nones y se le agradeci¨® justamente. El matador se estren¨® en un quite por ver¨®nicas, elegante, pero muy despegado. Brind¨® al respetable, y el toro lo enga?¨®. Le propin¨® una voltereta sin consecuencias, y todo se empa?¨® de desconfianza. Toro y torero, a menos. Algunos derechazos r¨¢pidos y adi¨®s muy buenas. El quinto se par¨®, como todos, y cuando embest¨ªa, lo hac¨ªa como una burra, en el caso de que esta especie embistiera. Pero El Cid hac¨ªa su desplante torero, como si el asunto no fuera con ¨¦l. Insisti¨® tanto que la gente, cansada de estar harta, le pidi¨® a voces que acabara. Qu¨¦ triste que una figura no entienda que a eso no hay que llegar nunca. Y va y mata muy bien, cuando ayer no le hac¨ªa falta...
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