Una boda para pasar p¨¢gina
El enlace ofrece a los Windsor una oportunidad para consolidar la monarqu¨ªa brit¨¢nica - No asistir¨¢n el embajador de Siria ni el pr¨ªncipe de Bahr¨¦in
Tras un crescendo que ha acabado por trasladar a Reino Unido los excesos medi¨¢ticos que se han visto en otras partes del mundo, hoy se casan en la abad¨ªa de Westminster el pr¨ªncipe Guillermo de Inglaterra y su novia de siempre, Kate Middleton. Aunque se estima que 2.200 millones de personas en todo el planeta seguir¨¢n la boda por televisi¨®n o por Internet, una significativa porci¨®n de la poblaci¨®n brit¨¢nica la ignorar¨¢.
Y, sin embargo, el enlace real de hoy tiene una trascendencia pol¨ªtica que va much¨ªsimo m¨¢s all¨¢ del romanticismo, la vanidad o incluso el fanatismo de algunos de los que llevan ya varios d¨ªas acampados a lo largo del recorrido nupcial para estar en primera fila cuando los reci¨¦n casados se den un ba?o de multitudes tras pronunciar el s¨ª quiero.
2.200 millones de personas podr¨¢n seguir la ceremonia por televisi¨®n o Internet
La boda es trascendente porque supone para los Windsor la oportunidad de dejar atr¨¢s, quiz¨¢s para siempre, la crisis que llev¨® al borde del abismo a la monarqu¨ªa brit¨¢nica en los a?os noventa. La tormentosa relaci¨®n entre Carlos y Diana y la torpe reacci¨®n de los Windsor tras la tr¨¢gica muerte de la princesa del pueblo marcaron el peor momento.
La recuperaci¨®n ha llegado de la mano de calculados peque?os pasos, de estrategias dise?adas por profesionales de las relaciones p¨²blicas. Pero se ha apoyado tambi¨¦n en momentos simb¨®licos. Algunos inesperados, como la ola de simpat¨ªa que provoc¨® la muerte de la reina madre en 2002, cuando miles de personas hicieron cola durante horas para decirle el ¨²ltimo adi¨®s mientras la velaban en el imponente Westminster Hall. Otros menos espont¨¢neos, como las celebraciones en junio de ese mismo a?o del cincuentenario de la llegada de Isabel II al trono, que certificaron que los brit¨¢nicos le hab¨ªan perdonado sus torpezas en los tr¨¢gicos d¨ªas del final del verano de 1997 tras la muerte de Diana.
La discreta boda de Carlos y Camila en 2005, obligados a humillarse cas¨¢ndose en la casa consistorial de Windsor, acab¨® transform¨¢ndose en una especie de penitencia con la que los brit¨¢nicos empezaron a aceptar a la mujer que hizo la vida imposible a lady Di.
La vida en Gran Breta?a es un teatro permanente. La imagen es a menudo m¨¢s importante que el fondo: la pompa del discurso de la reina, el formalismo con el que los diputados se dirigen unos a otros, el jolgorio infantil que rodea la tradicional sesi¨®n de preguntas al primer ministro en los Comunes. Quiz¨¢ la monarqu¨ªa aqu¨ª tiene sentido posiblemente por esa pompa, por ese mundo irreal que representa.
El ba?o de multitudes ser¨¢ esencial. Se estima que cientos de miles de personas abarrotar¨¢n el corto recorrido entre la abad¨ªa de Westminster y palacio. No hay un sistema objetivo de medir el ¨¦xito o el fracaso de momentos as¨ª. Pero es algo que se percibe. Como ocurri¨® con la euforia en el Mall durante el jubileo de Isabel II. Hoy, los Windsor esperan lo mismo. Y es igual que llueva o haga sol. Si luce el sol ser¨¢ perfecto. Si llueve, a¨²n mejor: ser¨¢ m¨¢s brit¨¢nico. Ayer Kate se acerc¨® a la gente para dar las gracias a los que llevan d¨ªas de vigilia. Hasta Camila se atrevi¨® a confesar: "Estamos emocionados".
Que haya o no violencia hoy en las calles de Londres es otro term¨®metro a tener en cuenta. La violencia puede surgir de un grupo anarquista o de unos islamistas. Pero tambi¨¦n de un pu?ado de ciudadanos desencantados por la crisis y ofendidos por el nivel de ostentaci¨®n de esta boda. Ese es quiz¨¢s uno de los equilibrios m¨¢s dif¨ªciles de conseguir: la suficiente pompa que requiere el imaginario mon¨¢rquico brit¨¢nico y la suficiente austeridad que exigen los tiempos. Y eso depende de detalles tan sutiles como un gesto de los novios o el aspecto y el comportamiento de los invitados. O menos sutiles, como la identidad misma de esos invitados.
La ausencia de los ex primeros ministros laboristas no parece que haya sido una de las mejores decisiones de los Windsor. Las renuncias, m¨¢s o menos forzadas, de invitados inc¨®modos como el embajador de Siria o el pr¨ªncipe heredero de Bahr¨¦in parecen rectificaciones a tiempo de sonoras meteduras de pata. Un ejemplo de lo imperceptible que puede ser la l¨ªnea que separa el ¨¦xito del fracaso en un acontecimiento como el que hoy vivir¨¢ Londres y contemplar¨¢ el mundo.
Tambi¨¦n ser¨¢ la hora en la que Guillermo tome el protagonismo y pase a una primera l¨ªnea, pues para muchos es quien debe suceder a Isabel II y no su padre, porque algunos siguen vi¨¦ndole como el hombre que traicion¨® a Diana. La memoria de la princesa estar¨¢ presente. De eso se ha encargado Guillermo. Estar¨¢ la m¨²sica que a ella le gustaba, estar¨¢n sus amigos, los miembros de las ONG con las que colabor¨®, estar¨¢n los Spencer y la novia llevar¨¢ en su mano izquierda el anillo de brillantes y zafiro con que Carlos la pidi¨® en matrimonio. Aquella historia dur¨® 11 a?os. Guillermo y Kate llevan ya ocho juntos. Parece que su futuro en lo personal est¨¢ m¨¢s asegurado. Ellos se casan por amor y se conocen bien. Les queda por delante la tarea dif¨ªcil de ayudar a redimir a la monarqu¨ªa brit¨¢nica de sus viejas faltas y encontrar sentido a esta vieja instituci¨®n en el siglo XXI.
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