Pecado de omisi¨®n
En 1929 Virginia Woolf escribi¨® que en el transcurso de un siglo, las mujeres ocupar¨ªan su lugar en la literatura. Para ello ped¨ªa a las nuevas escritoras usar la libertad; tener el valor de decir exactamente lo que pensaban y disponer de una habitaci¨®n propia (a lo que a?ad¨ªa la condici¨®n menos po¨¦tica de disfrutar de una renta suficiente). Estudi¨® las condiciones en las que creaban las escasas escritoras que publicaron sus textos antes del siglo XX y recordaba con especial ternura los esfuerzos de las hermanas Bront? o la figura de Jane Austen, la autora de Orgullo y perjuicio quien "se alegraba de que chirriara el gozne de la puerta para poder as¨ª esconder el manuscrito de su novela". Virginia Woolf ansiaba el d¨ªa en que la escritura de las mujeres saliese de la clandestinidad y demostrara, no las cualidades de una determinada literatura femenina, sino la potente voz de su experiencia en todos los campos.
No han hecho falta cien a?os para que el silencio se rompiese y las mujeres escritoras pasasen de ser una venerable o detestable excepci¨®n a una pl¨¦yade de voces diversas que miran al futuro. No nos dijo, sin embargo, Virginia Woolf cu¨¢nto tiempo, cu¨¢ntos obst¨¢culos y regateo opondr¨ªan los aparentemente neutrales aparatos culturales para reconocerlas. Lo digo a cuento del premio Cervantes concedido a Ana Mar¨ªa Matute. Su modestia le impide pronunciar la frase que merec¨ªa realmente este acontecimiento, pero muchos exclamamos por ella un ?ya era hora! en tono un tanto exasperado. Dicen que la decisi¨®n del jurado ha sido por aclamaci¨®n. Fant¨¢stico, me digo, pero no deja de preocuparme el requisito no escrito de la aclamaci¨®n, el car¨¢cter de premio indiscutible que se exige cuando se trata de figuras femeninas.
En 35 a?os de existencia de este prestigioso galard¨®n, solo otras dos mujeres, Mar¨ªa Zambrano y Dulce Mar¨ªa Loynaz, han obtenido esta distinci¨®n. Tranquil¨ªcense, no abogo en forma alguna por repartir los premios literarios en funci¨®n de ning¨²n tipo de cuota, solo me asombra que entre los cientos de magn¨ªficas escritoras de Espa?a y Latinoam¨¦rica solo tres hayan merecido este reconocimiento. Es cierto que en los primeros a?os, a los premios Cervantes se les acumulaba el trabajo de reparar el olvido y el silencio que la dictadura ejerci¨® pero ?c¨®mo se explica que en los ¨²ltimos 17 a?os ninguna mujer obtuviera este premio? Sin esfuerzo alguno de memoria, cualquier buen lector puede reunir en su mente, ocho o 10 mujeres merecedoras de esta distinci¨®n.
Como la vida juega a las cuatro esquinas, precisamente en estos d¨ªas, se ha publicado un excelente libro titulado El exilio interior, de Inmaculada de la Fuente, que relata la vida de una mujer que amaba las palabras y se atrevi¨® a hacer el diccionario m¨¢s completo y ¨²til de la lengua castellana. Se llamaba Mar¨ªa Moliner. Nunca recibi¨® un premio ni una medalla. Cuando Pedro La¨ªn y Rafael Lapesa la propusieron para formar parte de la Real Academia Espa?ola, la mayor¨ªa de las "vocales y consonantes" de esta instituci¨®n -api?adas en defensa de los viejos esquemas masculinos-, le negaron la entrada. No porque fuera mujer, naturalmente, sino porque no era un hombre. Despu¨¦s de este desaire Mar¨ªa Moliner se neg¨® a que presentaran nuevamente su candidatura. Desde entonces en la academia de la lengua, aunque no lo vean, junto al lema de "limpia, fija y da esplendor", se aprecia la sucia mancha de esa injustificable decisi¨®n.
Pero no hablamos de un episodio superado de la historia. En la actualidad, la Academia Espa?ola tiene s¨®lo cinco mujeres -entre ellas Ana Mar¨ªa Matute- de un total de 46 miembros. En los ¨²ltimos a?os han incorporado algunos de los m¨¢s destacados representantes de la nueva novel¨ªstica, algunos controvertidos, otros absolutamente comerciales, pero las mujeres brillan por su escasez. ?Se trata de simples casualidades o es que la gram¨¢tica de la discriminaci¨®n se escribe con la elipsis y la omisi¨®n?
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