Buena madurez de Rojas y Rodr¨ªguez

Rojas y Rodr¨ªguez recibieron muy pronto en sus comienzos un mote cari?oso de la profesi¨®n: "Los ni?os"; pues resulta que los chicos han crecido, se han liberado de todo lastre umbilical en su est¨¦tica y est¨¢n ahora alcanzando adultez art¨ªstica en toda regla, plena. Cambio de tercio vuelve (desde su estreno en el a?orado Teatro Alb¨¦niz) para celebrar 15 a?os de trabajo juntos en una ojeada al pasado remoto del baile esc¨¦nico espa?ol y su tipismo, pero desde la est¨¦tica neo-pop que generacionalmente les corresponde. Eso justifica el t¨ªtulo y la asunci¨®n de ciertos estilos al uso, unos m¨¢s corraleros que otros, con humor y d¨¢ndolo todo de s¨ª. Los ni?os son de lo mejor que tenemos en su generaci¨®n y no defraudan.

Ellos dominan el magro tablero disponible, est¨¢n m¨¢s asentados, se dan espacio el uno al otro y el t¨¢ndem funciona a todo gas. ?ngel m¨¢s recio (filigrana en el zapato, quiebro sent¨ªo y buscando un lirismo interior) y Carlos esmerado en su virtuosismo natural, con su palillo di¨¢fano, a comp¨¢s, el giro muy lucido. Tanto en pareja como por separado se les ve con placer, se les disfruta. Las cuatro bailarinas del cuerpo de baile cumplen y el violinista merece otra vez un bravo particular (a pesar de la amplificaci¨®n asesina que lo bald¨®).

Los tres core¨®grafos invitados aciertan con incursiones refinadas en lo vern¨¢culo: un Rafael Campallo que deb¨ªamos ver m¨¢s en la capital, Roc¨ªo Molina atenta al detallismo y Manuel Li?¨¢n, rascando gracejo de patio solariego. El vestuario, que empieza discreto, sigue pareciendo estridente (los zarag¨¹elles, sin embargo, se han atemperado como la obra misma, para bien); estos trajes padecen el mal crom¨¢tico, algo as¨ª como el c¨®lico miserere de los tejidos. Pero el buen baile triunfa y mitiga la ufan¨ªa del volantillo.