Un mundo sin Bin Laden
La eliminaci¨®n del profeta del terror islamista es un ¨¦xito de Obama que Pakist¨¢n debe explicar
La eliminaci¨®n de Osama bin Laden en su refugio paquistan¨ª por comandos estadounidenses, con orden de detener o matar al cerebro del 11-S, es una gran victoria simb¨®lica para EE UU -que buscaba desde hace m¨¢s de 10 a?os a su enemigo p¨²blico n¨²mero uno- y para el conjunto del mundo civilizado. Pero no deber¨ªa significar ning¨²n giro sustancial en la lucha contra Al Qaeda y el terrorismo islamista internacional. Numerosos pa¨ªses est¨¢n en alerta ante la fundada expectativa de que los fan¨¢ticos intenten vengar con alguna acci¨®n espectacular e inmediata la muerte de su sant¨®n, desde hace tiempo m¨¢s una figura de referencia para los dinamiteros de la causa que un jefe efectivo capaz de decidir y controlar atentados.
La aniquilaci¨®n del architerrorista cuyo nombre ha planeado sobre Occidente como sin¨®nimo de apocalipsis representa una gran bocanada de aire para Barack Obama, en tiempos de creciente incertidumbre dom¨¦stica e internacional. El presidente ha tenido cuidado en subrayar que la misi¨®n era algo cuidadosamente planeado, y supervisado personalmente por ¨¦l, desde que en agosto pasado se tuvieron certezas suficientes hasta la luz verde definitiva del viernes. Obama, que solemniz¨® su anuncio informando previamente a George W. Bush, se ha sacudido de un golpe las acusaciones republicanas de pusilanimidad y ha ganado enteros dentro y fuera. El j¨²bilo popular que ha sacado a la calle de noche a miles de americanos ensancha su menguado cr¨¦dito y apuntala futuras decisiones.
Una tarea como el exterminio de Bin Laden, ejecutada en menos de una hora pero preparada durante a?os, esconde siempre multitud de claroscuros. Pero su elemento clave, y el de mayores implicaciones, es el papel jugado por el Gobierno paquistan¨ª. Pakist¨¢n, aliado nominal de Washington contra el terrorismo, pa¨ªs clave en la guerra de Afganist¨¢n y receptor de miles de millones en ayuda militar, ha sido epicentro de la batalla contra Al Qaeda y la yihad global. Islamabad siempre ha negado, contra toda evidencia, v¨ªnculos con el fundamentalismo violento y ha pretendido ignorar el paradero de Bin Laden o situarlo oculto en remotas monta?as de la frontera con Afganist¨¢n. El descubrimiento de que ese inexpugnable escondite era la comodidad de una gran casa fortificada, en un lugar de vacaciones junto a la capital paquistan¨ª, que alberga una academia militar, suscita preguntas obvias que conducen a respuestas obvias en una naci¨®n controlada por sus servicios secretos. La operaci¨®n para matar a Bin Laden, de la que Islamabad fue informado a posteriori, puede sellar un enfriamiento irreversible de las ya precarias relaciones entre los dos pa¨ªses.
Si la muerte de Bin Laden es un enorme rev¨¦s psicol¨®gico para Al Qaeda, ning¨²n Gobierno realista rebajar¨¢ por ello un ¨¢pice su lucha contra el terrorismo islamista. Al Qaeda, cuyo n¨²cleo duro ha sido diezmado por los misiles estadounidenses en suelo paquistan¨ª, no es hoy la red jerarquizada y centralizada que precedi¨® a las masacres del 11-S, sino una franquicia cada vez m¨¢s aut¨®noma y local. La multiplicidad de atentados en los ¨²ltimos a?os en lugares muy dispares ha puesto de relieve que la criatura de Bin Laden se ha transformado en un fragmentario y difuso fervor asesino capaz de golpear con medios relativamente escasos en escenarios diferentes.
M¨¢s relevante que la desaparici¨®n del profeta de la yihad es el hecho de que su discurso ideol¨®gico pierde peso a todas luces en el mundo musulm¨¢n. Ni Bin Laden ni Al Qaeda han jugado ning¨²n papel en las revueltas populares triunfantes o en marcha en muchos pa¨ªses ¨¢rabes. La narrativa islamista ha sido marginada en el despertar de unos pueblos que luchan y mueren ahora por anhelos como la dignidad, la libertad y la democracia, anatema todos ellos para Bin Laden y sus secuaces.
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