La imprudencia de las ¨¦lites
Los tres ¨²ltimos a?os han sido un desastre para la mayor¨ªa de las econom¨ªas occidentales. Estados Unidos registra un paro de larga duraci¨®n masivo por primera vez desde los a?os treinta. Mientras tanto, la moneda ¨²nica europea se est¨¢ viniendo abajo. ?C¨®mo ha salido todo tan mal?
Bueno, lo que oigo repetir cada vez con m¨¢s frecuencia a los miembros de la ¨¦lite pol¨ªtica -sabios autoproclamados, funcionarios y expertos de prestigio- es la afirmaci¨®n de que la culpa es en su mayor¨ªa de los ciudadanos. La idea es que nos metimos en este l¨ªo porque los votantes quer¨ªan algo a cambio de nada, y los pol¨ªticos sin personalidad respondieron a la insensatez del electorado.
As¨ª que este parece un buen momento para se?alar que este punto de vista que culpa a la ciudadan¨ªa no solo es interesado, sino completamente err¨®neo.
Debemos culpar a quien corresponde. De lo contrario, har¨¢n a¨²n m¨¢s da?o en a?os venideros
El hecho es que lo que ahora mismo estamos experimentando es un desastre que se transmite de arriba abajo. Las pol¨ªticas que nos metieron en este foll¨®n no eran respuestas a las exigencias ciudadanas. Eran, salvo unas pocas excepciones, pol¨ªticas abanderadas por peque?os grupos de personas influyentes, y en muchos casos, las mismas personas que ahora nos dan lecciones a los dem¨¢s sobre la necesidad de ponernos serios. Y al tratar de echarle la culpa a la plebe, las ¨¦lites est¨¢n eludiendo algunas reflexiones muy necesarias sobre sus propios errores catastr¨®ficos.
Perm¨ªtanme centrarme principalmente en lo que pas¨® en EE UU, antes de dedicarle unas palabras a Europa.
En los tiempos que corren, los estadounidenses no paran de o¨ªr sermones sobre la necesidad de reducir el d¨¦ficit presupuestario. Esa obsesi¨®n en s¨ª misma es el reflejo de unas prioridades distorsionadas, ya que nuestra preocupaci¨®n inmediata deber¨ªa ser la creaci¨®n de empleo. Pero supongamos que nos limitamos a hablar del d¨¦ficit, y preguntamos: ?qu¨¦ ha sido del super¨¢vit presupuestario que el Gobierno federal ten¨ªa en 2000?
La respuesta es que tres cosas principalmente. La primera fueron las bajadas de impuestos de Bush, que a?adieron unos dos billones de d¨®lares a la deuda nacional durante la d¨¦cada pasada. La segunda, las guerras de Irak y Afganist¨¢n, que sumaron alrededor de 1,1 billones de d¨®lares m¨¢s. Y la tercera fue la Gran Recesi¨®n, que provoc¨® un desplome de los ingresos y un repunte del gasto en prestaciones por desempleo y otros programas de la Seguridad Social.
?Y qui¨¦n es responsable de estos destrozos presupuestarios? La gente de la calle, no.
El presidente George W. Bush baj¨® los impuestos por la ideolog¨ªa de su partido, no en respuesta a una oleada de exigencias populares (y el grueso de los recortes fue para una minor¨ªa peque?a y adinerada).
De manera similar, Bush decidi¨® invadir Irak porque era algo que ¨¦l y sus asesores quer¨ªan hacer, no porque los estadounidenses estuviesen reclamando a gritos una guerra contra un r¨¦gimen que no hab¨ªa tenido nada que ver con el 11-S. De hecho, hizo falta una campa?a publicitaria tremendamente enga?osa para convencer a los estadounidenses de que apoyasen la invasi¨®n, y aun as¨ª, el electorado nunca respald¨® la guerra con las mismas ganas que la ¨¦lite pol¨ªtica y entendida de EE UU.
Por ¨²ltimo, la Gran Recesi¨®n la provoc¨® un sector financiero fuera de control, envalentonado por una liberalizaci¨®n imprudente. ?Y qui¨¦n fue responsable de esa liberalizaci¨®n? Pues fue gente de Washington con mucho poder y con v¨ªnculos estrechos con el sector financiero. Perm¨ªtanme que exprese p¨²blicamente mi especial gratitud a Alan Greenspan, que desempe?¨® un papel crucial tanto en la liberalizaci¨®n financiera como en la aprobaci¨®n de las bajadas de impuestos de Bush (y que, naturalmente, ahora es uno de los que nos amenazan con el d¨¦ficit).
De modo que fueron los desaciertos de la ¨¦lite, y no la avaricia de la gente de a pie, los que causaron el d¨¦ficit de EE UU. Y en l¨ªneas generales, lo mismo podr¨ªa decirse de la crisis europea.
Ni que decir tiene que eso no es lo que uno oye decir a los responsables pol¨ªticos europeos. En Europa, la historia oficial actual es que los Gobiernos de los pa¨ªses con problemas escucharon excesivamente a las masas y prometieron demasiado a los votantes mientras recaudaban muy pocos impuestos. Y para ser justos, esa historia es razonablemente cierta en el caso de Grecia. Pero no es en absoluto lo que pas¨® en Irlanda y Espa?a, que ten¨ªan poca deuda y super¨¢vits presupuestarios la v¨ªspera de la crisis.
La verdadera historia de la crisis europea es que los dirigentes crearon una moneda ¨²nica, el euro, sin crear las instituciones que se necesitaban para hacer frente a los periodos de bonanza y de dificultad dentro de la zona euro. Y el motor de la moneda ¨²nica europea fue el proyecto de sentido descendente por excelencia, una visi¨®n impuesta por la ¨¦lite a un electorado tremendamente reticente.
?Tiene alguna importancia todo esto? ?Por qu¨¦ deber¨ªa preocuparnos el esfuerzo por achacar la culpa de las malas pol¨ªticas a la ciudadan¨ªa?
Una posible respuesta es la responsabilidad simple y llana. No deber¨ªamos permitir que quienes defendieron pol¨ªticas que destrozaron el presupuesto durante la ¨¦poca de Bush pretendan hacerse pasar por halcones del d¨¦ficit; aquellos que elogiaron a Irlanda no deber¨ªan darnos sermones sobre el gobierno responsable.
Pero yo dir¨ªa que la principal respuesta es que al inventar historias sobre nuestras dificultades actuales que absuelven a quienes nos han puesto en esta situaci¨®n, eliminamos toda posibilidad de aprender de la crisis. Tenemos que culpar a quien corresponde, para dar una lecci¨®n a nuestras ¨¦lites pol¨ªticas. De lo contrario, har¨¢n todav¨ªa m¨¢s da?o en a?os venideros.
Paul Krugman es profesor de econom¨ªa en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Econom¨ªa 2008. ? New York Times News Service. 2011 Traducci¨®n de News Clips.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.