Terrence Malick, po¨¦tica en la pantalla
La pel¨ªcula El ¨¢rbol de la vida hac¨ªa su bautizo p¨²blico en el Festival de Cannes a las ocho y media de la ma?ana. Las puertas se abren media hora antes en una sala con capacidad para infinitos espectadores. Como la cinefilia es mani¨¢tica hay algunos que intentan colocarse los primeros en la cola ante el terror de que otros puedan sentarse en su butaca favorita. Llevan practicando ese ritual desde hace d¨¦cadas. Esas butacas no tienen por qu¨¦ estar centradas en una fila agradable para la vista y el o¨ªdo. Pueden situarse en los extremos, en lugares inh¨®spitos para cualquier espectador sensato. Pero como todas las man¨ªas, su cumplimiento es sagrado. A las 8,12 los porteros y la infranqueable seguridad privada del festival han cerrado las puertas alegando que el cine estaba lleno y remitiendo a un millar de personas a las que no dejan entrar a una proyecci¨®n suplementaria en otra sala que comenzar¨ªa 30 minutos m¨¢s tarde.
La pel¨ªcula posee la cadencia, la magia y la complejidad de los mejores poemas
Este autor no se parece a ning¨²n otro. En sus virtudes y en sus defectos...
Y te preguntas qu¨¦ regalan en ese cine para que se haya creado tal expectaci¨®n, qu¨¦ tipo de director es capaz de aglutinar tanta fascinaci¨®n. Se llama Terrence Malick. Era profesor de Literatura antes de decidir que su visi¨®n del universo encontrar¨ªa adecuada expresi¨®n a trav¨¦s de una c¨¢mara. Tambi¨¦n que el cine pod¨ªa estar al servicio de la poes¨ªa. Solo ha rodado cinco pel¨ªculas en 40 a?os. Se toma el laborioso montaje de sus criaturas con tanto perfeccionismo que nunca se sabe la fecha en la que podr¨¢n ser estrenadas. Se supon¨ªa que El ¨¢rbol de la vida iba a estar disponible para su exhibici¨®n en Cannes en la anterior edici¨®n, pero ha tardado un a?o m¨¢s en pulirla. Cosas de Malick. A cambio este director tan ins¨®lito ha conseguido con Malas tierras, D¨ªas del cielo, La delgada l¨ªnea roja y El nuevo mundo que un mont¨®n de paladares selectivos se enamoraran perdurablemente de su inimitable estilo, de im¨¢genes, ambientes, voces y personajes que quedan incrustrados en la memoria del receptor. Igualmente ha logrado que las estrellas de Hollywood y los mejores t¨¦cnicos consideren un privilegio trabajar con ¨¦l. Malick tiene muy claro que lo que hace aspira a ser arte. Resulta imposible negar su certidumbre en ello, independientemente del grado de conexi¨®n de cada uno con ese arte.
En El ¨¢rbol de la vida ya ha renunciado a su muy liviano inter¨¦s por la narrativa en posesi¨®n de un orden, por una sucesi¨®n de cosas con principio, desarrollo y final. Si existe algo enemistado con el an¨¢lisis, un g¨¦nero que capta exclusivamente sensaciones y que ofrece m¨²ltiples interpretaciones al gusto de cada lector, es la poes¨ªa. Y Terrence Malick la crea en cada plano y en cada sonido, en la atm¨®sfera, en lo que muestra y en lo que sugiere, en el detallismo y en la evocaci¨®n, en lo palpable y en lo et¨¦reo.
Admitiendo su innegociable vocaci¨®n de juglar, hay tanta densidad en El ¨¢rbol de la vida que a veces me pierdo y en otras ocasiones me conmueve. La media hora inicial la veo en estado de hipnosis aunque me resulte dif¨ªcil saber de qu¨¦ est¨¢ hablando. Creo que del nacimiento del mundo. Esa catarata de im¨¢genes retratando la naturaleza, olas, cascadas, volcanes en erupci¨®n, meteoritos que se dirigen a planetas y dinosaurios que acampan pl¨¢cidamente en los r¨ªos, tienen el aroma de los grandes documentales sobre las maravillas de la tierra, pero estoy deseando que aparezcan seres humanos, que me entere de cu¨¢l es la relaci¨®n de lo que veo con la futura historia. Y cuando llega esa historia est¨¢ retratada de forma deslumbrante.
La protagonizan un matrimonio y sus tres cr¨ªos. El padre es tan honrado como autoritario, la madre es pura vida y generosidad. Pero lo m¨¢s hermoso es c¨®mo est¨¢ captado el mundo de la infancia, todas esas cosas que marcar¨¢n la personalidad adulta. Malick se inventa un lenguaje de artista superior para hablar de la iniciaci¨®n, del descubrimiento permanente. Su prodigiosa c¨¢mara recrea juegos, estados de ¨¢nimo, miedos, visiones, enigmas, amores, paisajes, libertad, asombro, dudas, olores, revelaciones que te acompa?ar¨¢n toda tu vida y la lacerante nostalgia de haber vivido alguna vez en un para¨ªso que se ha perdido. Las relaciones de estos ni?os entre ellos, con su padres, con las personas y las cosas, con la naturaleza, con los milagros cotidianos, poseen la cadencia, la complejidad, el poder de evocaci¨®n y la magia de los mejores poemas.
Entre estos cr¨ªos tambi¨¦n aparece la odiosa muerte. Toda la parte final se recrea en el metaf¨ªsico anhelo de uno de los hermanos, que ya ronda la cincuentena, por recobrar en medio de paisajes que remiten a los sue?os al hermano muerto, a ese padre con el que hubo tanto amor como desencuentros y violencia, a esa familia sepultada. Y al igual que en el arranque vuelvo a perderme entre tanta transmutaci¨®n de las almas, en medio de una espiritualidad que me acaba abrumando. Las cosas que me gustan en esta pel¨ªcula son muchas e inolvidables, pero las que no comprendo, a pesar de su intensidad, me distancian y me cansan. Entiendes las razones de que el aqu¨ª admirable Brad Pitt, o Sean Penn en un papel breve, o el exquisito director de fotograf¨ªa Emmanuel Lubezki, o el m¨²sico Alexandre Desplat sepan que es un honor ayudar a la transmisi¨®n del mundo de Terrence Malick. Es un autor que no se parece a ning¨²n otro. En sus virtudes y en sus defectos.
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