Llevan raz¨®n
El mundo ha sido ocupado por los antisistema y nadie ha dicho nada. Han asaltado el coraz¨®n de los Estados; han privatizado bienes y servicios p¨²blicos; han zarandeado Gobiernos hasta doblegarlos; han comprado voluntades; han alquilado expertos en la defensa de sus posiciones reclutados en los templos de la sabidur¨ªa de cada pa¨ªs. Han proclamado la supremac¨ªa de las operaciones financieras sobre los derechos humanos. Han arrebatado a la democracia su poder de decisi¨®n sobre los poderosos y han obligado a todos los ciudadanos a pagar su crisis con el dinero de sus salarios y con el futuro de su juventud. Han reducido la pol¨ªtica a un juego de poder sin sustancia. Han sembrado la desconfianza y la confrontaci¨®n entre los pueblos y nos han arrebatado toda esperanza. Son los ocupas de la City, de Wall Street, de Pudong, de La Defense o del barrio financiero de Madrid.
Recorremos el camino hacia lo que los soci¨®logos conocen como "la espiral letal de la plutocracia" y cuya regla es muy simple: cuanto mayor es la concentraci¨®n de riqueza, mayores son las capacidades de este segmento adinerado y privilegiado para cambiar las reglas del juego a su favor. Por eso, tal como advirti¨® Louis Brandeis, juez de la Corte Suprema: "Podemos tener democracia o riqueza concentrada, pero no podemos tener ambas".
Contra esta ruleta de la fortuna, de los privilegios, del secuestro de la pol¨ªtica, han salido los j¨®venes a la calle y han levantado un campamento de esperanza en nuestras calles. Hay quienes los miran con hostilidad. Son los que hab¨ªan emprendido una campa?a de desprestigio contra ellos, los que hace unos d¨ªas le reprochaban su silencio, su apat¨ªa y su conformismo por no tomar parte en la revuelta conservadora de nuestro pa¨ªs. Ahora les llaman okupas, desharrapados y extremistas. Hay quienes les miran con miedo porque usan un lenguaje que no entienden, unas claves que desconocen. Otros, aun compartiendo sus argumentos, les miran con recelo porque creen que eso supone el suicidio de la izquierda o con paternalismo porque lo consideran electoralmente beneficioso. Son viejos tics de una vieja izquierda que no ha comprendido todav¨ªa que su ¨²nico futuro consiste en su radical transformaci¨®n.
Simplemente, nos hab¨ªamos acostumbrado a no escucharlos. Nos hab¨ªamos adaptado a escribir sus vidas con min¨²sculas y sus dramas con diminutivos. Hab¨ªamos convertido sus problemas en microhistorias personales, su desilusi¨®n en una parte de la intrahistoria familiar.
Les escuch¨¢bamos hablar de sus salarios de 400 euros; de empleos tan inestables que no les daba tiempo ni de conocer a los compa?eros; de sus estudios y t¨ªtulos convertidos en papel mojado. Les hab¨ªamos visto despedirse en los aeropuertos, con el alma encogida, convencidos de que aqu¨ª no hay esperanza ni futuro. Y, a pesar de eso, pens¨¢bamos que eran una nota a pie de p¨¢gina de la historia.
Les hab¨ªamos se?alado con el dedo, convertidos en ni-nis para ocultar nuestro fracaso y ellos mismos acunaban el fantasma de la desilusi¨®n en la habitaci¨®n prestada de sus padres. Ahora han decidido que su peque?a historia se escribe con may¨²sculas, que sus problemas no son individuales y que no se resignan a la espiral infernal que reduce la democracia.
Han salido a la calle, acompa?ados de rej¨®venes entusiasmados; se han sacudido a manotazos la culpabilidad o el miedo, y m¨¢s que indignaci¨®n producen una emoci¨®n parecida a la esperanza, a d¨ªa por estrenar, a nuevos conocimientos que podemos aprender, a viejos vicios que podemos desterrar. A pesar de las fechas electorales, a pesar de las contradicciones y de los balbuceos, a pesar de los interrogantes que nos acechen.
En Madrid, en Granada, Barcelona o Sevilla, veo a los j¨®venes empu?ar una escoba para mantener limpia la acampada y huir de la imagen de botellona con que pretenden desprestigiarles. Miran la luna llena a trav¨¦s de los espacios rotos de una lona que apenas les cubre de la lluvia. Tienen una enorme tarea que hacer: barrer las mentiras repetidas, las ilusiones perdidas y los cr¨ªmenes diminutos que amenazan nuestra democracia.
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