'Fondue' a los pies del gigante

Zermatt es una peque?a poblaci¨®n suiza del cant¨®n de Valais, encajonada entre monta?as, cerca de la frontera italiana. Cuatro horas de tren la separan del aeropuerto de Ginebra. El trayecto no se me hizo largo: primero me entreten¨ªa mirando el inmenso lago Lem¨¢n, en el que abundan los cisnes y los patos, y que podr¨ªa confundirse, si no fuera por su tranquilidad, con el mar; y despu¨¦s, las cumbres y bosques alpinos.

En Zermatt las casas son en su mayor¨ªa oscuras, de madera, con techos de pizarra. Abundan los hoteles, restaurantes, relojer¨ªas, tiendas de ropa de monta?a, chocolater¨ªas. Y, por supuesto, los turistas que acuden para esquiar.

01 La monta?a

Me sent¨ªa como un personaje algo extra?o, pues no iba a esquiar, sino simplemente a mirar los Alpes y el Matterhorn (llamado Cervino en el lado italiano), una de sus monta?as m¨ªticas. O quiz¨¢ no fuera tan extra?o, si se tiene en cuenta que la fama de Zermatt, antes de su conversi¨®n en una exclusiva estaci¨®n de esqu¨ª, le vino por las monta?as.

El Matterhorn es un gigantesco colmillo blanco de 4.478 metros de altura que domina la villa, desde el extremo opuesto a la estaci¨®n de tren. El primero en escalarlo fue Edward Whymper, en julio de 1865, con otros seis alpinistas. Cuatro murieron reci¨¦n empezado el descenso. Esa tragedia marc¨® un antes y un despu¨¦s no solo para el alpinismo, sino tambi¨¦n para Zermatt, que curiosamente se convirti¨® en un destino deseado. Contaba entonces con unos cuatrocientos habitantes y tres hoteles. Hoy son unos seis mil y 125, respectivamente.

02 El tren cremallera

De Zermatt sale el tren cremallera europeo que sube m¨¢s alto, el Gornergrat. En media hora pasa de los 1.620 metros de altura a 3.089, con paradas intermedias en Riffelalp y Riffelberg, en cuyo hotel, a la vuelta, me parar¨¦ para beber una cerveza y seguir empap¨¢ndome (de las vistas, se entiende).

El ascenso es impresionante, mientras las cimas alpinas se hallan cada vez m¨¢s cerca. Las hordas de esquiadores invaden las pistas, y yo subo al mirador. El panorama es maravilloso: glaciares y hasta veintinueve monta?as de m¨¢s de cuatro mil metros, entre ellas, la Dufourspitze, la m¨¢s alta de Suiza (4.634 metros), C¨¢stor y P¨®lux, el Weisshorn y, por supuesto, el Matterhorn. Bajo a la terraza del centenario Kulmhotel, y me dedico a seguir observando los Alpes, mientras una corneja de pico amarillo se posa cerca de m¨ª.

Cuando baje el sol har¨¢ mucho fr¨ªo, pero, entretanto, si uno est¨¢ bien abrigado, podr¨ªa pasarse horas tomando caf¨¦ e intentando grabar en su memoria tanta belleza.

03 El museo

Por la tarde tomo un caf¨¦ en el Monte Rosa, en un intento de viajar no solo a otro pa¨ªs, sino tambi¨¦n a otra ¨¦poca: ese es el hotel en el que se hospedaba Whymper, alguna de cuyas fotograf¨ªas alpinas, firmadas de su pu?o y letra, se exhiben en el Edward's Bar, que se conserva casi tal cual.

Tras el caf¨¦, el Matterhorn Museum. Se halla en la plaza de la iglesia cat¨®lica, casi enfrente del Monte Rosa. Se entra por una pir¨¢mide de cristal (a imitaci¨®n de la del Louvre, pero a otra escala). Se bajan unas escaleras, y uno puede hacerse una idea de c¨®mo era Zermatt en el siglo XIX, antes de su explosi¨®n tur¨ªstica. Pobres casas de madera fr¨ªas y mal iluminadas, cuya planta baja ocupaban los animales, herramientas de campo, candiles, fauna aut¨®ctona disecada (zorros, gamuzas, ¨¢guilas), fotograf¨ªas de antiguos alpinistas, la vivienda del p¨¢rroco... y, claro est¨¢, una maqueta del Matterhorn, con sus diferentes v¨ªas de escalada. Tambi¨¦n, con un punto morboso, restos del accidente de 1865: la cuerda rota, y pertenencias de las v¨ªctimas, el rosario de Croz, el gu¨ªa franc¨¦s, sendas botas de Hadow y de Lord Francis Douglas (hermano del marqu¨¦s de Queensburry que a?os m¨¢s tarde se enfrentar¨ªa en un juicio a Oscar Wilde), el libro de oraciones del reverendo Hudson... Whymper, que ten¨ªa entonces 25 a?os, renunci¨® durante quince a escalar.

04 El glaciar

Disfrutando del buen tiempo, subo (como medio mill¨®n de personas al a?o) en telecabina hasta los 3.820 metros, otro r¨¦cord europeo, al Klein Matterhorn (o Matterhorn Glaciar Paradise). Aunque me noto algo raro, no me afecta en exceso la altura, y veo de cerca el Cervino, y, ya arriba del todo, el paisaje de las mayores cimas de los Alpes suizos, franceses e italianos. Despu¨¦s, entro en la grieta acondicionada del glaciar, me fijo en las esculturas de hielo, bajo por pasillos de helados, y prefiero no imaginar lo que ser¨ªa caer en las terribles profundidades glaciares.

05 El paseo

Me hubiera gustado caminar sobre un glaciar, pero es muy peligroso si no se conoce el terreno, y por desgracia todos los gu¨ªas est¨¢n ocupados. En torno a Zermatt abundan los senderos, muchos cortados en invierno por la nieve. Me conformo, tras comer una fondue (no pod¨ªa faltar) en el Furri, uno de los 56 restaurantes de la zona, con pasear desde la estaci¨®n de Furri hasta Zermatt. Es un paseo apto para todos los p¨²blicos. De cuando en cuando ofrece bancos de madera orientados hacia el Matterhorn. A veces me salgo de los m¨¢rgenes para comprobar lo cansado que es avanzar si te hundes en la nieve hasta las rodillas, o para escalar un pe?asco de tres o cuatro metros, y volver a no creerme (aun sabiendo que son ciertas) las proezas de los alpinistas.

En el avi¨®n, nada m¨¢s salir de Ginebra, viendo la imponente masa del Mont Blanc, caigo en que en Zermatt no he visto ni un solo mendigo (ni nada que se le parezca). ?Es porque estoy en Suiza, es porque es una poblaci¨®n peque?a? Adem¨¢s, en ella solo circulan veh¨ªculos el¨¦ctricos. Bien, he cumplido el objetivo de todo viaje: ir a otro mundo, aunque est¨¦ en este.

? Mart¨ªn Casariego es autor de la novela La jaur¨ªa y la niebla (Algaida).