La era del t¨¦
El margen de libertad en que se mueve un ciudadano europeo es cada vez m¨¢s estrecho. En esta ¨¦poca de honda correcci¨®n pol¨ªtica se promueve el pensamiento ¨²nico, autom¨¢tico y acr¨ªtico
El t¨¦ era, hasta hace unos a?os, una bebida de la que presum¨ªan los ingleses y que aqu¨ª se usaba para apaciguar un desajuste intestinal. Pero las costumbres van cambiando y hoy el t¨¦ ha experimentado un boom social que lo ha convertido en una bebida emblem¨¢tica: es menos intensa que el caf¨¦ y menos inocua que el agua, posee esa median¨ªa aceptada por todos, que es el signo inequ¨ªvoco de estos tiempos.
La popularidad del t¨¦, de su naturaleza inofensiva, queda muy bien en esta ¨¦poca de honda correcci¨®n pol¨ªtica, donde todos se esfuerzan por hacer lo que debe hacerse, y por decir y pensar aquello que cuenta con el consenso de la mayor¨ªa. Lo de hoy es no ofender, estar de acuerdo, comportarse todos de la misma forma, militar con discreci¨®n en esa masa que, por su volumen, no puede estar equivocada.
Va escaseando el contrapeso de la gente que disiente o cuestiona lo que dice la mayor¨ªa
Con un poco de suerte, quiz¨¢ la ola de protestas lleve a dudar de aquello que se ofrece ya pensado
Pero tanta correcci¨®n va acabando con los matices y promoviendo un pensamiento ¨²nico, que es tambi¨¦n autom¨¢tico y acr¨ªtico, y que hace ver, por ejemplo, al que se bebe unas copas como un alcoh¨®lico, y como una mala madre a la que permite que sus hijos est¨¦n frente a la Nintendo m¨¢s all¨¢ del tiempo que dictan las estad¨ªsticas. Del mismo modo empiezan a ser socialmente sospechosas las personas que no se hacen practicar regularmente la colonoscopia, o la mastograf¨ªa, o las que no comen verdura suficiente, o no van al gimnasio y ni siquiera trotan por la acera en la ma?ana.
Como todos estamos permanentemente conectados a la misma nube de informaci¨®n, el pensamiento individual tiende a uniformarse; no queda espacio para la reflexi¨®n porque se nos da todo ya pensado. Es verdad que en todas las sociedades se ha tratado siempre de conducir a la grey, pero tambi¨¦n es verdad que nunca en toda la historia de este mundo los ciudadanos hab¨ªamos estado tan expuestos a lo que debe decirse y hacerse.
Por ejemplo, la vida saludable, que hace unos a?os era una simple propuesta, una opci¨®n personal, se ha convertido, a estas alturas de la era del t¨¦, en la ¨²nica alternativa socialmente aceptada. Quedan muy lejos aquellos tiempos en los que Ernest Hemingway escrib¨ªa p¨¢ginas monumentales de premio Nobel, a fuerza de ron cubano, o que Eric Clapton echaba mano de la hero¨ªna para construir sus solos magistrales de guitarra. En unos cuantos a?os los escritores han pasado a ser hombres de ch¨¢ndal que trotan por las ma?anas y comen frutas y cereales, y las estrellas de rock beben t¨¦ y abrazan alguna disciplina espiritual.
El cambio ha sido radical, y lo normal ser¨ªa pensar que ha sido para bien; despu¨¦s de todo, Hemingway termin¨® peg¨¢ndose un tiro en el paladar, y a todos nos queda muy claro que, a la larga, el t¨¦ verde no tiene los efectos nocivos que tiene la hero¨ªna. Cultivar la salud es mejor que atentar contra ella pero, cuando la vida saludable empieza a convertirse en dogma, es momento de sentarse a reflexionar.
Hoy Hemingway no ser¨ªa un enorme escritor, sino un borracho, y Eric Clapton un drogadicto; la incorrecci¨®n de su vida privada terminar¨ªa minando, a los ojos de su p¨²blico macrobi¨®tico, su talento art¨ªstico.
El orden ha sido subvertido: hace muy pocos a?os se quer¨ªa la salud para vivir la vida, y hoy, en la era del t¨¦, la vida se vive en funci¨®n de la salud. Comienza a gestarse una suerte de psicosis: el buen ciudadano no bebe alcohol ni fuma, hace ejercicio, come frutas y verduras, no excede los 110 kil¨®metros por hora cuando conduce su autom¨®vil, es decir, obedece las reglas, sigue al dedillo lo que le han dicho que debe hacer con la ilusi¨®n de que, si cumple, no puede pasarle nada malo, y si no, va irremediablemente a condenarse. Esto puede ser cierto o no, porque la vida es un torrente incontrolable, es fundamentalmente azar y caos y no puede proyectarse con semejante simpleza. Hay sobre todo alrededor de la vida saludable, y de la correcci¨®n pol¨ªtica en general, una especie de sentimiento religioso, la idea de que se salva quien obedece y cumple con los mandamientos. Y aqu¨ª ya se percibe un tufillo a san Mateo, por aquella imagen id¨ªlica que propon¨ªa del para¨ªso, ese lugar donde "no habr¨¢ ya ni enfermedades, ni vejez, ni muerte".
Lo grave de la era del t¨¦ es que en sus aguas tibias ha empezado a disolverse el esp¨ªritu que distingu¨ªa a Europa. El margen de libertad en que se mueve un ciudadano europeo es cada vez m¨¢s estrecho; en aras del bienestar y la salud p¨²blica, se le ha quitado la oportunidad de demostrar que es un hombre respetuoso y civilizado; la polic¨ªa lo vigila las 24 horas del d¨ªa, hay c¨¢maras de v¨ªdeo en todas las avenidas, va dejando constancia de sus actos y de sus movimientos con su tel¨¦fono y sus tarjetas de cr¨¦dito y, cuando conduce, hay radares que controlan la velocidad de su coche y, cada vez con m¨¢s asiduidad, se enfrenta con un ret¨¦n policiaco que lo obliga a soplar en un aparato para comprobar que no ha bebido m¨¢s alcohol del que est¨¢ permitido beber. En lugar de concienciar a la gente, en Europa se ha optado por decirle lo que ha de hacer y por reprimirla si no lo hace; se ha empezado a tratar a las personas como si no fueran dignas de confianza, como si no supieran comportarse; se ha aplicado a la poblaci¨®n una serie de medidas importadas de otros pa¨ªses que, antes de la era del t¨¦, nos parec¨ªan Estados policiales. ?Qu¨¦ m¨¦rito tiene ser un continente civilizado a este precio?
Imaginemos una sociedad donde finalmente ha triunfado, de manera herm¨¦tica, la correcci¨®n, donde todas las personas hacen footing o van al gimnasio para procurarse un buen cuerpo y una excelente condici¨®n f¨ªsica, donde todos se alimentan de verduras, cereales, zumos, y manjares bioecol¨®gicos. Una sociedad en la que nadie bebe alcohol ni fuma tabaco (esto ya casi se consigue) u otras drogas. Un para¨ªso terrenal donde los radares de la autopista quedar¨ªan sin efecto porque nadie excede el l¨ªmite de velocidad permitido, y, puesto que nadie bebe, tambi¨¦n sobrar¨ªan los controles de alcoholemia. Un Shangri-La donde todos cada seis meses se practiquen los mismos ex¨¢menes m¨¦dicos y eduquen a sus hijos de la misma forma, siguiendo las estad¨ªsticas que dicen que el ni?o no debe estar m¨¢s de tantos minutos al d¨ªa frente a una pantalla y que en su tiempo libre debe hacer tenis, o piano o karate o aprender ingl¨¦s o chino, porque no hay peor incorrecci¨®n que un ni?o holgando en casa, que un mocoso que no le saca r¨¦ditos a su infancia por estar entregado a esa ociosidad de la que, antes de la era del t¨¦, sal¨ªan los artistas y los fil¨®sofos.
A esta sociedad de impecable correcci¨®n, le faltar¨ªan contrapesos: la gente que disiente, la que reflexiona por s¨ª misma, la que cuestiona lo que dice la mayor¨ªa y duda del pensamiento ¨²nico, la gente que se brinca las normas porque, sin ese contrapeso, la vida pierde la tensi¨®n, se hace blanda, sosa, fl¨¢cida; porque la cosa no es tan simple como obedecer y portarse bien, o hacer exclusivamente lo que nos dice la autoridad o nos dicta la correcci¨®n pol¨ªtica; la civilizaci¨®n no est¨¢ ah¨ª, est¨¢ en la tensi¨®n entre lo prohibido y lo permitido, entre lo correcto y lo incorrecto, en esa batalla que al final, en los pa¨ªses civilizados, se decanta a favor del bien com¨²n.
La ola de protestas que se ha ido levantando en las plazas p¨²blicas de las ciudades espa?olas, es una de las consecuencias positivas de esta crisis econ¨®mica que no termina; los indignados han sacudido de arriba abajo el establishment, han puesto en entredicho a la clase pol¨ªtica que, apoyada en la abulia general que alimentaron estos a?os de pujanza y bienestar, ha actuado a sus anchas, sin contrapesos y con una irresponsabilidad que hoy los tiene al borde del descr¨¦dito. La protesta pac¨ªfica de los indignados, es una invitaci¨®n a reflexionar, a cuestionar, a disentir, a escapar del pensamiento ¨²nico, a dudar de todo aquello que se nos da ya pensado y quiz¨¢, con un poco de suerte, estemos asistiendo a los ¨²ltimos coletazos de esta cansina era del t¨¦, al tumultuoso parto de una nueva ¨¦poca, y a los primeros destellos del porvenir.
Jordi Soler es escritor. Su ¨²ltimo libro es La fiesta del oso (Mondadori).
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