La cultura democr¨¢tica de Feij¨®o
No s¨¦ si el presidente de la Xunta es plenamente consciente de la gravedad de las palabras que pronunci¨® la pasada semana utilizando el marco solemne del Parlamento de Galicia. En efecto, cuando el pleno de la C¨¢mara discut¨ªa las consecuencias pol¨ªticas de la detenci¨®n de dos altos cargos del Instituto Galego de Promoci¨®n Econ¨®mica (Igape) acusados de graves delitos -puestos posteriormente en libertad con cargos por la juez encargada del caso-, y cuando los l¨ªderes de la oposici¨®n denunciaban la falta de ¨¦tica del PP, el presidente Feij¨®o contest¨® desde la tribuna parlamentaria que ¨¦l no necesita principios de ¨¦tica ni supremac¨ªa moral, que le llega con los principios y la supremac¨ªa que le otorgan los gallegos con su voto.
La mayor¨ªa electoral no exonera a los vencedores de responsabilidad pol¨ªtica o penal
Produce rubor, despu¨¦s de 33 a?os de vida democr¨¢tica, tener que recordar que las elecciones no prefiguran por s¨ª solas una democracia. La elecci¨®n mediante el voto es desde tiempo inmemorial un m¨¦todo para seleccionar a los que deben ejercer el poder, como alternativa hist¨®rica a la sucesi¨®n hereditaria o a la conquista del poder por la fuerza. Las elecciones son, desde luego, una condici¨®n necesaria pero no suficiente de la democracia. Pero solo son instrumentos democr¨¢ticos si, y solo si, se insertan en un sistema de Gobierno en el que existen frenos y contrapesos limitadores del poder; es decir, como recuerda Sartori, si existe un sistema constitucional de rule of law. Son desgraciadamente numerosos los casos, algunos de ellos de terrible recuerdo, en los que un partido que gana las elecciones no solo no prefigura una democracia, sino que la destruye si exist¨ªa o impide que pueda instaurarse si tal posibilidad pudiera realizarse.
Por las palabras pronunciadas en el Parlamento, no parece que el presidente de la Xunta tenga clara la distinci¨®n entre mayor¨ªa absoluta y poder absoluto. Conviene, pues, recordarle a nuestro locuaz mandatario que la mayor¨ªa electoral, por muy amplia que sea, no otorga un poder ilimitado, no exonera a los vencedores de la responsabilidad pol¨ªtica o penal que pudiera derivarse de supuestos actos delictivos, ni exime al Gobierno del cumplimiento escrupuloso de las normas con arreglo a las cuales result¨® elegido. La mayor¨ªa electoral, que legitima para gobernar, no desposee a la oposici¨®n de sus derechos de control y cr¨ªtica al Ejecutivo, no autoriza a realizar presiones a los tribunales para que ¨¦stos acomoden sus decisiones a las exigencias del gui¨®n pol¨ªtico del Gobierno, ni puede limitar el derecho constitucional de los ciudadanos a exponer su opini¨®n respecto a la acci¨®n del Gobierno.
Dicho en otras palabras, el Ejecutivo no puede imponer su proyecto pol¨ªtico, por muy amplio que sea su respaldo electoral, ignorando o violentando los procedimientos, instituciones y garant¨ªas contempladas en la Constituci¨®n y el Estatuto, que son la base de la divisi¨®n y equilibrio de poderes y del Estado de Derecho. Cuando Feij¨®o pretende ejercer un poder absoluto exhibiendo su mayor¨ªa electoral se distancia del proyecto constitucional, que los constituyentes dise?aron precisamente para que los centros de poder pol¨ªtico y social estuvieran repartidos y equilibrados, estableciendo entre ellos el correspondiente y rec¨ªproco control.
Tampoco el talante del presidente de la Xunta estimula la cultura democr¨¢tica. Un gobernante que tiende constantemente a sustituir el debate democr¨¢tico por la deslegitimaci¨®n del adversario y la descalificaci¨®n pol¨ªtica y moral del discrepante, no representa precisamente un ejemplo de lealtad constitucional. Conmigo o contra m¨ª. ?ste es el inequ¨ªvoco e inquietante mensaje que el presidente Feij¨®o emite cotidianamente. Dudo que los ciudadanos deban soportar durante mucho tiempo a un personaje que basa su acci¨®n pol¨ªtica en tan grosero principio. Sobre todo si la oposici¨®n es capaz de asumir por fin sus responsabilidades.
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