Huelga general
La distinci¨®n entre el talento y el genio y la descripci¨®n de sus contrapuestas caracter¨ªsticas merecer¨ªan un enjundioso art¨ªculo, pero hoy prefiero indagar la diferencia entre la inteligencia y la sabidur¨ªa. Todos conocemos personas inteligentes a las que dir¨ªamos que les falta un poso de sabidur¨ªa; y al contrario, personas a las que no vacilar¨ªamos en llamar sabias pero que no nos impresionan especialmente por su inteligencia. Siendo inteligencia y sabidur¨ªa dos modos intelectuales de aproximarse al mundo, ?qu¨¦ cualidades objetivas tienen sus poseedores que justifican esta diferenciaci¨®n conceptual?
Es inteligente el hombre industrioso, "f¨¦rtil en recursos", como llam¨® Homero a Odiseo. La inteligencia es la facultad de identificar los instrumentos m¨¢s adecuados para conseguir un fin previamente dado y de usarlos con habilidad y eficacia. En un tipo ideal puro (por tanto inexistente como tal), la inteligencia sin mezcla de sabidur¨ªa es una raz¨®n instrumental que toma cuanto existe y lo torna utensilio (pragmata): el mundo entero es una caja de herramientas para ella. El cient¨ªfico y el empresario son dos de los paradigmas m¨¢s acabados del hombre inteligente. El cient¨ªfico descubre leyes en la naturaleza que luego la tecnolog¨ªa aprovecha para su tarea de innovar; el empresario combina recursos materiales y fuerza del trabajo para suministrar productos al mercado: las innovaciones tecnol¨®gicas y las mercanc¨ªas satisfacen los deseos humanos. Como el coraz¨®n no deja nunca de desear, los hombres inteligentes son los agentes principales del progreso de la civilizaci¨®n.
Mucho de lo verdaderamente noble en el hombre tiene matiz de gratuidad: la amistad, el regalo, la oraci¨®n, la fiesta y el juego
Ahora bien, llega un momento en el que uno se interroga por el prop¨®sito de tanto progresar. Los deseos del coraz¨®n son los fines a los que sirve la inteligencia; por tanto, la inteligencia instrumental recibe los fines desde fuera y no se pregunta por la naturaleza de ¨¦stos. Se necesita un sentido nuevo -una estimativa- para el enjuiciamiento de los fines. Esta segunda facultad intelectual, distinta de la inteligencia, es la sabidur¨ªa. Sabio es quien ha desarrollado una finesse para discernir, de entre el oc¨¦ano sin riberas de lo humanamente deseable, hermoso y gozoso, lo que, en su caso concreto, aumenta las posibilidades de una vida buena, satisfactoria y digna de ser vivida. Cu¨¢ntas veces nos asombramos del modo miserable como concluy¨® sus d¨ªas ese hombre dotado de clara inteligencia, pero que, a la larga, demostr¨® ser necio y est¨²pido para reconocer lo que m¨¢s le conven¨ªa ("tan inteligente, tan inteligente, y mira c¨®mo termin¨®"). El mecanicismo de los medios adquiere una perversa autonom¨ªa y coloniza el mundo de nuestra vida ordinaria, por lo que con frecuencia hemos de hacer un esfuerzo para recordar para qu¨¦ madrugamos, trabajamos, anhelamos y envejecemos. Sentimos entonces la necesidad de pararnos y recordar ese "para qu¨¦" que da sentido a nuestro activismo incesante y agotador. Mientras que la inteligencia confirma los fines que perseguimos, la sabidur¨ªa se complace en relativizarlos para someterlos a prueba. Dado que la inteligencia tiene de por s¨ª una inmensa tendencia expansiva -que la alianza entre ciencia y mercado excita a¨²n m¨¢s-, el sabio se ve obligado en determinados momentos a cerrar por un instante la caja de herramientas y detener el progreso.
El ensayo de Georges Sorel Reflexiones sobre la violencia (1908), aborrecible por tantas razones -sus sedicentes reflexiones tienen no poco de apolog¨ªa-, presenta lo que ¨¦l denomina el mito de la huelga general, entendiendo por tal una imagen eficaz que por su fuerza intuitiva es capaz de desencadenar una acci¨®n revolucionaria. La burgues¨ªa, humanitaria y decadente, alienta el progreso de los Estados por medio de inteligentes reformas orientadas a reproducir su hegemon¨ªa social; el sindicalismo proletario, en cambio, promueve una acci¨®n radical y an¨¢rquica -la huelga general- para interrumpir la l¨ªnea del progreso necesario y mediante esa ruptura violenta de la ley hist¨®rica restituir la pureza de los fines revolucionarios originales. Pasando de la historia universal a la individual, hay situaciones en la vida de un hombre en que ¨¦ste, quiz¨¢ forzado por las circunstancias -por ejemplo, esa enfermedad que le postra en el lecho del dolor, abrasado por las llamas de la fiebre-, se declara en huelga general con respecto a toda teleolog¨ªa, descansa de ese encadenamiento causal en el que est¨¢ enredado su vivir, se replantea los fines que hasta ese minuto persegu¨ªa con ansiedad, los deja en suspenso para nuevo examen y juega mentalmente con la posibilidad de revisarlos o suprimirlos a ver qu¨¦ pasa. La sabidur¨ªa consiste, pues, en esa quiebra de la econom¨ªa de la inteligencia que deja espacio para una consideraci¨®n desinteresada y distanciada de la direcci¨®n de la propia vida en su conjunto.
La sabidur¨ªa emparenta, pues, con otras actuaciones desinteresadas del hombre como la filosof¨ªa y el arte. La doctrina husserliana de la epoch¨¦ fenomenol¨®gica recomienda despojarse de los instintos pragm¨¢ticos adheridos normalmente a las cosas con las que nos relacionamos para abrirse a su esencia ideal, que s¨®lo se revela a una contemplaci¨®n filos¨®fica desinteresada, libre del af¨¢n de dominaci¨®n. Por su parte, Kant define el gusto est¨¦tico como un juicio desinteresado y sin finalidad de la obra de arte bella, es decir, un juicio sin inter¨¦s directo en el objeto, como el de un juez imparcial. Y, bien mirado, mucho de lo verdaderamente noble y hermoso en el hombre tiene ese matiz de gratuidad, de otium contrapuesto a los intereses del neg-otium: la amistad, el regalo, la oraci¨®n, la fiesta y el juego, en el cual, por cierto, Schiller y despu¨¦s Marcuse hallaron inspiraci¨®n para su ideal de una civilizaci¨®n no represora. Y no quisiera olvidarme del sentido del humor, porque en esa risa redentora que dulcifica la gravedad de la vida, que relativiza por un momento el imperio absoluto de la muerte y rompe su aguij¨®n, que humaniza c¨®micamente lo monstruoso y lo amenazante que nos oprime, adivino el mejor ant¨ªdoto contra el totalitarismo de los fines.
Seamos sabios: vayamos a la huelga general.
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