Cosas de la milicia
En cr¨®nica anterior, sobre la Puerta del Sol y mis recuerdos personales, cit¨¦ incorrectamente al director de una academia que preparaba en matem¨¢ticas a j¨®venes asnos, entre los que me encontraba; el nombre era don Urbano Orad de la Torre y no Don Jos¨¦, como escrib¨ª en ese momento. Me rectifica con exquisita cortes¨ªa el conocido militar e historiador don Alberto Piris, de lo que dejo constancia, muy agradecido. Pretendo transmitir datos, hilvanes de la gran historia, por si pueden ser de utilidad. Soy severo conmigo por no haber confirmado la memoria, pues quienes disponemos de una tribuna debemos evitar el error, ni siquiera en lo peque?o. Me di varios cabezazos contra la pared, con la duda de que si, adem¨¢s de una artista tuvo la simp¨¢tica y a?orada hija pelirroja, o era la misma.
La mayor parte de las conquistas que nos hacen la vida mejor han tenido su origen en la guerra
Hoy, el soldado es un funcionario que se gana el cocido y especula con un lento escalaf¨®n
Los militares, estamento donde he tenido buenos amigos y solo un hermano, provisional, han sido siempre admirados, porque, sobre las exigencias sociales que obligan a todos, ten¨ªan que blasonar de honor y limpieza de conducta. Claro que hab¨ªa excepciones, temerarios en la batalla y chorizos en la Intendencia, altaneros sin motivo y sabios recatados. Quiz¨¢ ahormados por la disciplina cuartelera pod¨ªan entregarse con mayor rigor y sacrificio a la obra an¨®nima y ben¨¦fica. El hecho de que durante el siglo XIX y principio del XX -dejando atr¨¢s la mort¨ªfera etapa de Flandes y la experiencia venturosa de Italia- las carreras de armas se nutr¨ªan de segundones impecunes, aspirantes a un lugar al sol, proporcionado por la feliz elecci¨®n de esposa. El sentido de la obediencia disfrazaba en ocasiones la lealtad a principios que no la merec¨ªa o a la causa err¨®nea, pero en eso reside parte de lo que es la gloria castrense.
Hoy la vida es otra y el soldado un funcionario que se gana el cocido y especula con un lento escalaf¨®n donde tienen que acumular estudios, t¨ªtulos, actuaciones, a veces insensatas, como la de apuntarse a un cursillo de paracaidismo en el l¨ªmite de la edad y pasado de kilos.
No se regatean algunos adjetivos: apuesto, bizarro, valiente, esforzado, pero se han soslayado otros m¨¢s extendidos y valiosos. Mi familia fue muy nutrida y apenas hay en ella representantes de las Armas, ni de la Iglesia, ni del Foro, pero siento veneraci¨®n por los m¨¦dicos, entre los que mi padre fue un ejemplo de entrega, tenacidad e inteligencia, y no me llev¨® por ah¨ª el destino.
Desenfocada por el relumbr¨®n de los uniformes y la secreta envidia de los civiles por la apostura del teniente a caballo, el alf¨¦rez de nav¨ªo impoluto o un aviador tras el casco y la cl¨¢sica cazadora de cuero, se olvida que la mayor parte de las conquistas que nos hacen la vida mejor, m¨¢s larga y confortable, han tenido su origen en las exigencias de la guerra. Ya pueden decir la tonter¨ªa de que no hay guerra buena y de la inutilidad de un desfile militar, justificado aunque solo fuera por el placer que sienten los ni?os y el suspirar de las mozas.
Cuando las guerras fueron el di¨¢logo entre los pueblos, por exigencias del gui¨®n hist¨®rico, los reyes, capaces de verter hasta la ¨²ltima gota de sangre ajena, mejoraron considerablemente la coreograf¨ªa, inventaron el uniforme atractivo y favorecedor, los mejores m¨²sicos hilvanaron compases para las marchas y la recluta forzosa para ir a la muerte se disfrazaba con castizas casacas, brandenburgos, botas lustrosas, flexibles correajes, airones de pluma firmando los galopes.
En las aldeas centroeuropeas, ataviados como oficiales danzaban en la plaza del pueblo los reclutadores encendiendo la admiraci¨®n femenina e hipotecando el coraje de los hombres. Tambi¨¦n se pensaba y avanzaban la astronom¨ªa, la f¨ªsica, el transporte, pues el tren primero fue un elemento conductor de municiones, implementos y caballer¨ªa. Se pas¨® de la paloma mensajera o el corredor de marat¨®n al tel¨¦grafo y el ciberespacio.
La industria textil indagaba la mejor textura del uniforme para que el insecto de la ci¨¦naga no llegara con su trompa letal hasta la piel. Mejor¨® la lencer¨ªa femenina y hasta la cosm¨¦tica, por descubrimientos aleda?os. En la batalla, los m¨¦dicos experimentaban con un generoso y joven material humano, las incertidumbres de la cirug¨ªa, que en la vida civil iba a salvar condenas seguras. A cada cual lo suyo y en su tiempo. Cuando dej¨® de ser una casta, el tinglado se vino abajo.
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