La edad de oro
Ayer por la tarde, despu¨¦s de ver Midnight in Paris, me di cuenta de repente de que llevo 14 a?os escribiendo en este peri¨®dico y todav¨ªa no he escrito un miserable art¨ªculo sobre Woody Allen. Mi ¨²nica justificaci¨®n para esa desverg¨¹enza injustificable es que todos estamos tan acostumbrados a Allen que ya ni siquiera reparamos en el privilegio de ser sus contempor¨¢neos y de que cada a?o desde hace m¨¢s de 30 nos entregue una nueva pel¨ªcula. Hace tiempo le o¨ª decir a un cr¨ªtico prestigioso, cuyo nombre callo porque hoy me siento benevolente y compasivo, que se avergonzaba de vivir en una ¨¦poca en que se llamaba genios a tipos como Woody Allen. Como tantas palabras rom¨¢nticas, la palabra genio es desde luego inc¨®moda: sugiere facilidad, sugiere improvisaci¨®n, sugiere talento natural, sugiere cosas, en fin, que guardan menos relaci¨®n con la pr¨¢ctica de cualquier arte que palabras como vocaci¨®n, esfuerzo o coraje; de todos modos, casi estoy por decir que me averg¨¹enzo de vivir en una ¨¦poca en que hay cr¨ªticos prestigiosos que son incapaces de reconocer la excepcionalidad de Allen. Porque, ?c¨®mo llamar a un tipo que ha escrito y dirigido 40 pel¨ªculas entre las que se cuentan cosas que se parecen tanto a una obra maestra como Annie Hall, como Broadway Danny Rose, como Hannah y sus hermanas, como Delitos y faltas, como Maridos y mujeres, como Balas sobre Broadway o como Deconstructing Harry? Gore Vidal, un escritor entre cuyas virtudes no figuran la humildad ni la generosidad con sus contempor¨¢neos, ha afirmado que el mayor creador de nuestro tiempo no es ¨¦l sino Woody Allen; por mi parte s¨®lo puedo decir que, si mis cuentas son correctas, este hombre est¨¢ a la altura de los m¨¢s grandes de la historia del cine: de Ford, de Hitchcock, de Fellini, de Bergman. Entiendo que, a muchos, esta afirmaci¨®n les parezca un sacrilegio; me consuela pensar que, en la ¨¦poca de Ford o de Hitchcock -o, ya puestos, de Cervantes-, a casi todo el mundo le parec¨ªa un sacrilegio afirmar que Ford o Hitchcock -no digamos Cervantes- estaban a la altura de los m¨¢s grandes: ya se sabe que, para ser reconocidos como tales, los m¨¢s grandes tienen que estar muertos y bien muertos, y a ser posible hace mucho (mientras tanto son unos pelagatos). Por lo dem¨¢s, no niego que Allen haya firmado pel¨ªculas malas; s¨®lo digo que Shakespeare tambi¨¦n firm¨® Tito Andr¨®nico y no por eso deja de ser Shakespeare, que la mayor¨ªa de las malas pel¨ªculas de Woody Allen -tipo Celebrity- s¨®lo son malas a primera vista, y que si yo hubiese dirigido una tonter¨ªa como Vicky Cristina Barcelona, me hubiesen dado todos los Goyas, incluido el de efectos especiales, el Oso de Oro de Berl¨ªn, la Palma de Oro de Cannes y el Oscar de Hollywood. No les quepa la menor duda.
"Es una pel¨ªcula destartalada y disparatada, pero est¨¢ llena de alegr¨ªa y amor a la vida"
Midnight in Paris quiz¨¢ no es la mejor pel¨ªcula de Woody Allen, aunque seguro que no es de las peores. Como tantas pel¨ªculas suyas, es destartalada y disparatada, pero est¨¢ llena de una gracia, una alegr¨ªa y un amor a la vida que tal vez s¨®lo se hallan al alcance de los genios. Adem¨¢s, Allen tiene la educaci¨®n de propinarle en ella una buena colleja al peor tipo de intelectual conocido y a su vicio peor: predicar el Apocalipsis, fomentar el prestigio memo del fin del mundo y la creencia igualmente mema de que existi¨® una edad de oro en que, a diferencia de lo que ocurre en la actual, exist¨ªan los genios y todo el mundo era noble, valeroso y honesto. Gil, el protagonista de la pel¨ªcula, es uno de esos intelectuales, un guionista de Hollywood que sue?a con ser novelista y con haber vivido la edad dorada del Par¨ªs de los a?os veinte, junto a sus ¨ªdolos, los genios de verdad, gente como Hemingway, Scott Fitzgerald, Bu?uel o Picasso. M¨¢gicamente, durante unas vacaciones en la ciudad con su futura esposa americana, Gil viaja en el tiempo al Par¨ªs de sus sue?os y all¨ª frecuenta a Hemingway, a Scott Fitzgerald, a Bu?uel y a Picasso; tambi¨¦n a una joven bell¨ªsima que casi se averg¨¹enza de vivir en aquella ¨¦poca, cuando la gente llama genios a tipos como Picasso, y que sue?a con el Par¨ªs de la belle ¨¦poque, para ella una edad dorada donde exist¨ªan los genios de verdad -Gauguin y Degas y Toulouse-Lautrec- y donde la gente era noble, valerosa y honesta. M¨¢gicamente otra vez, Gil y la chica viajan en el tiempo al Par¨ªs de la belle ¨¦poque y se encuentran con Gauguin y Degas y Toulouse-Lautrec, y en aquel momento Gil entiende que tambi¨¦n en la belle ¨¦poque hay quien se averg¨¹enza de vivir en una ¨¦poca en que hay quien llama genios a aquellos pelagatos, gente que sue?a con la edad dorada del Renacimiento, cuando exist¨ªan genios de verdad, tipos como Miguel ?ngel o Tiziano. Y s¨®lo entonces Gil entiende por fin lo obvio, algo que jam¨¢s entender¨¢n los intelectuales memos: que el mito de la edad de oro es un espejismo armado por una alianza letal de cobard¨ªa, mediocridad, petulancia y estupidez, que la edad de oro no existi¨® nunca o que, como saben los ni?os, los sabios y Julieta Venegas, la ¨²nica posible edad de oro es el presente, que es lo ¨²nico que hay.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.