T¨¦cnica y esencia de la humanidad
La pregunta de cu¨¢l es la esencia de los humanos se encuentra entre las m¨¢s fundamentales que podemos plantearnos. No hay duda de que somos un eslab¨®n de una larga cadena que no necesita para ser explicada m¨¢s que de las leyes f¨ªsico-qu¨ªmicas y de las contingencias de la naturaleza. Somos, en definitiva, el producto, m¨¢s o menos afortunado, del -recurriendo a la sentencia de Dem¨®crito que Jacques Monod convirti¨® en t¨ªtulo de un libro- azar y de la necesidad; el azar propiciado por las cambiantes circunstancias ambientales y la necesidad de las leyes f¨ªsico-qu¨ªmicas. Ahora bien, aceptado este punto, que somos un producto evolutivo con una serie de habilidades notables, ?qu¨¦ es lo que nos distingue de aquellos seres que aparecieron antes que nosotros y con los que estamos emparentados, especialmente con los dem¨¢s hom¨ªnidos?
Matt Ridley defiende la capacidad de progreso de nuestra especie negando la idea de que estamos abocados a un futuro cada vez m¨¢s negro
Las ideas de Lewis Mumford sobre el verdadero comienzo de la "humanidad" recuerdan lo que Vargas Llosa escribi¨® en 'El viaje a la ficci¨®n'
"La minor¨ªa dominante crear¨¢ una estructura uniforme y superplanetaria dise?ada para operar de forma autom¨¢tica", escribe Mumford
Varias son las respuestas que se han dado a esta cuesti¨®n. Para unos, lo que distingue a nuestra especie es su inteligencia, de ah¨ª el nombre que la hemos adjudicado: homo sapiens. Y esa inteligencia no es sino la consecuencia -se argumenta tambi¨¦n- del tama?o de su cerebro: "Probablemente", escribe Fred Spier en El lugar del hombre en el cosmos (un libro que intenta reconstruir la Gran Historia, la historia que va del origen del Universo a la sociedad actual), "no es ninguna coincidencia que hayan sido justamente unos animales provistos a un tiempo de las caracter¨ªsticas de los vegetarianos y de las cualidades de los predadores los que hayan desarrollado el mayor y m¨¢s complejo cerebro en relaci¨®n con su masa corporal, y lo mismo cabr¨ªa decir del hecho de que tambi¨¦n ellos sean los que hayan terminado por dominar el mundo".
Otros, sin embargo, hacen hincapi¨¦ en la habilidad de nuestra especie para fabricar instrumentos (hace m¨¢s de un siglo, Thomas Carlyle describi¨® al hombre como "un animal que usa herramientas"), y as¨ª hubiesen preferido la denominaci¨®n homo faber, hacedor de instrumentos. A favor de esta l¨ªnea de pensamiento se encuentra la importancia de la tecnolog¨ªa -la disciplina que trata de la producci¨®n y utilizaci¨®n de instrumentos, de m¨¢quinas- en la historia de la humanidad. Nada ha sido tan importante para cambiar el mundo como la tecnolog¨ªa, aunque la tecnolog¨ªa no es independiente de la ciencia, una actividad en la que las ideas -y ah¨ª entra en escena el cerebro como ¨®rgano creativo m¨¢s que manipulador- desempe?an un papel central. Siendo cierto esto, no lo es menos que con frecuencia se ha hecho excesivo hincapi¨¦ en la ciencia como motor de la tecnolog¨ªa, cuando no escasean los ejemplos que muestran que en ocasiones ¨¦sta precedi¨® -e impuls¨®- a aqu¨¦lla: la m¨¢quina de vapor, por ejemplo, fue anterior a la termodin¨¢mica, la rama de la f¨ªsica que trata de los intercambios energ¨¦ticos y calor¨ªficos. "En muchos casos los avances emp¨ªricos precedieron en d¨¦cadas a las explicaciones cient¨ªficas", se?ala a prop¨®sito de la medicina decimon¨®nica Daniel Headrick en El poder y el imperio, un magn¨ªfico texto que describe las relaciones entre la tecnolog¨ªa y el imperialismo desde 1400 hasta la actualidad, en el que se comprueba que, efectivamente, la tecnolog¨ªa ha sido, y es, un elemento central en la historia de la humanidad y la herramienta indispensable en la expansi¨®n global, imperialista, de las sociedades occidentales desde el siglo XV hasta el presente.
Matt Ridley, recordado por libros tan magn¨ªficos como Genoma y Qu¨¦ nos hace humanos (Taurus), se ha unido ahora a esta discusi¨®n con otro texto espl¨¦ndido, El optimista racional, una original y bien documentada exposici¨®n de la historia de la humanidad, que defiende la capacidad de progreso de nuestra especie negando la idea de que estamos abocados, cual si se tratase de una maldici¨®n divina, a un futuro cada vez m¨¢s negro. Uno de los argumentos centrales de Ridley tiene que ver precisamente con entender a los humanos m¨¢s como homo faber que como homo sapiens, aunque en realidad su propuesta es algo diferente, contemplando a los humanos como homo dynamicus.
Su propuesta es que la especie de hom¨ªnidos a la que pertenecemos no surgi¨®, o mejor, desarroll¨® las habilidades que la hicieron dominante, impulsada por condicionamientos f¨ªsicos como el clima, que les llevaba a los desiertos en las d¨¦cadas lluviosas y los expulsaba de ellos en las sequ¨ªas, con la consecuencia de hacerlos de esta manera m¨¢s adaptables, lo que a su vez seleccion¨® nuevas capacidades. El problema con esta teor¨ªa, se?ala Ridley, es que esas mismas condiciones climatol¨®gicas afectaron a otras muchas especies africanas. Tampoco acepta la propuesta de que una mutaci¨®n gen¨¦tica fortuita hubiese desencadenado un cambio en la conducta humana al alterar sutilmente la construcci¨®n del cerebro humano, alteraci¨®n que les habr¨ªa dado "capacidades plenas de imaginaci¨®n, planificaci¨®n y otras funciones superiores, lo cual a su vez les otorg¨® la capacidad de fabricar mejores herramientas y encontrar mejores formas de llevar su vida". Existen algunas mutaciones que podr¨ªan ser buenas candidatas y que afectan a un gen que es esencial para el habla y el lenguaje tanto en personas como en p¨¢jaros cantores: cuando se a?aden estas mutaciones a ratones parece que cambia la flexibilidad en el cableado de sus cerebros de un modo aparentemente relacionado con el movimiento r¨¢pido de lengua y pulmones asociado al habla. "El problema", se?ala Ridley, "es que evidencias recientes indican que los neandertales comparten esas mismas mutaciones, lo cual sugiere que el ancestro com¨²n de los neandertales y el ser humano moderno, que vivi¨® hace unos 400.000 a?os, pudo haber tenido ya un lenguaje bastante sofisticado. Si el lenguaje es la clave de la evoluci¨®n cultural, y los neandertales ten¨ªan lenguaje, ?entonces por qu¨¦ las herramientas de los neandertales muestran tan poco cambio cultural?".
?Cu¨¢l es entonces para ese optimista racional que es Matt Ridley la raz¨®n -o al menos una de las razones m¨¢s destacadas- que hizo m¨¢s inteligentes que a los dem¨¢s hom¨ªnidos a los homo sapiens? La respuesta es ciertamente novedosa y poco convencional; no se encuentra ni en el clima ni en la gen¨¦tica, ni siquiera completamente en la cultura, sino en la econom¨ªa (el Bill Clinton de "?es la econom¨ªa, est¨²pidos!" habr¨ªa saltado de gozo al saber de esta idea). La nueva especie de hom¨ªnidos comenz¨® a intercambiar cosas entre individuos que no ten¨ªan relaci¨®n ni estaban casados entre ellos. Inventaron el intercambio, el comercio, el trueque, una actividad que no es natural en la mayor parte de los animales.
Puede pensarse que por qu¨¦ diablos les dio por hacer semejante cosa a aquellos m¨¢s torpes que otra cosa hom¨ªnidos, aunque ahora comerciar nos parezca natural. Tambi¨¦n en este punto es tan innovadora como provocativa la propuesta de Ridley: "?Por qu¨¦ los seres humanos adquirieron el gusto por el trueque y otros animales no? Tal vez tenga algo que ver con la cocina. M¨¢s all¨¢ de brindar seguridad para vivir en el territorio y de liberar a nuestros ancestros para poder incrementar el tama?o de su cerebro con dietas altas en energ¨ªa, cocinar tambi¨¦n predispuso a los seres humanos a intercambiar distintos tipos de comida. Es probable que ello los haya llevado al trueque".
Y con este andamiaje, desarrolla El optimista racional su historia, atractiva, informada y alentadora donde las haya. No teman al futuro, un futuro lleno de artilugios tecnol¨®gicos, no teman por cosas como la superpoblaci¨®n o los alimentos transg¨¦nicos, viene a decirnos Ridley: ese futuro ser¨¢ mejor y lo ser¨¢ para todos.
Menos optimista, y muy diferente en sus conceptos b¨¢sicos y en c¨®mo articula sus argumentos, fue la tesis de un polifac¨¦tico autor que de manera ejemplar ha recuperado ahora una peque?a y no demasiado conocida editorial, Pepitas de Calabaza: el estadounidense Lewis Mumford. Dos son los libros, aut¨¦nticos cl¨¢sicos de la mejor literatura de pensamiento (est¨¦ uno de acuerdo o no con las tesis que contienen), que ha recuperado esta editorial riojana, verti¨¦ndolos por primera vez al espa?ol: los dos extensos vol¨²menes que componen El mito de la m¨¢quina; esto es, T¨¦cnica y evoluci¨®n humana (publicado inicialmente en 1967) y El pent¨¢gono del poder (1970).
Como acabo de decir, se puede estar de acuerdo o no con lo que Mumford -que naturalmente no conoc¨ªa, no pod¨ªa conocer, todo lo que las ciencias de la naturaleza y humanas descubrir¨ªan los siguientes cuarenta a?os- defendi¨® en esos dos libros, pero de lo que no se puede dudar, de lo que no duda este cr¨ªtico es de que merece la pena leerlos. Es la obra de un personaje probablemente extra?o para un mundo como el presente, un mundo en el que arrasa cual tsunami imparable la opini¨®n espont¨¢nea, poco informada y meditada, la opini¨®n que reacciona de forma inmediata ante lo que sucede, el mundo de los blogs, Facebook o Twitter, en el que cualquiera se puede convertir en protagonista, contando lo que se le ocurre y lo que ve, un mundo en el que se confunde una elaborada "visi¨®n del mundo" con "informaci¨®n".
Para Mumford, los humanos no se pueden entender como homo faber. "Si la habilidad t¨¦cnica", escribe en T¨¦cnica y evoluci¨®n humana, "bastase como criterio para identificar y fomentar la inteligencia, comparado con muchas otras especies el hombre fue durante mucho tiempo un rezagado. Las consecuencias de todo ello deber¨ªan ser evidentes, a saber, que la fabricaci¨®n de herramientas no tuvo nada de singularmente humano hasta que se vio modificada por s¨ªmbolos ling¨¹¨ªsticos, dise?os est¨¦ticos y conocimientos socialmente transmitidos... Hay valiosas razones para creer que el cerebro del hombre fue desde el principio mucho m¨¢s importante que sus manos, y que su tama?o no puede haberse derivado exclusivamente de la fabricaci¨®n y uso de herramientas". ?Y qu¨¦ fue entonces lo verdaderamente importante, lo que puso en el disparadero de la evoluci¨®n cultural, cient¨ªfica y tecnol¨®gica a aquella nueva especie? Mumford no ten¨ªa dudas en este punto: el lenguaje, que permiti¨® al menos dos cosas: el pensamiento simb¨®lico y formas diferentes, m¨¢s elaboradas, de organizaci¨®n social. "La evoluci¨®n del lenguaje", nos dice, "culminaci¨®n de las m¨¢s elementales formas de expresi¨®n y transmisi¨®n de significados, fue incomparablemente m¨¢s importante para la evoluci¨®n humana posterior que la elaboraci¨®n de una monta?a de hachas manuales". A la vista de esto, no es sorprendente que Mumford diese siempre primac¨ªa -y que insistiese en este punto- a la ciencia frente a la tecnolog¨ªa. "El error inicial, que fue responsable de toda esta miseria", escribi¨® en un art¨ªculo publicado en 1922, "se cometi¨® cuando nuestros cient¨ªficos comenzaron a crear un nuevo mundo de acero y hierro y qu¨ªmica y electricidad, olvidando que la mente humana... camina entre uno y trescientos a?os detr¨¢s del peque?o grupo de animosos l¨ªderes".
Me recuerdan las ideas de Mumford sobre el verdadero comienzo de la "humanidad" lo que Mario Vargas Llosa escribi¨® en uno de sus libros, El viaje a la ficci¨®n: "El paso decisivo en el proceso de desanimalizaci¨®n del ser humano, su verdadera partida de nacimiento, es la aparici¨®n del lenguaje... Para m¨ª, la idea del despuntar de la civilizaci¨®n se identifica m¨¢s bien con la ceremonia que tiene lugar en la caverna o en el claro del bosque en donde vemos, acuclillados o sentados en ronda, en torno a una fogata que espanta a los insectos y a los malos esp¨ªritus, a los hombres y mujeres de la tribu, atentos, absortos, suspensos, en ese estado que no es exagerado llamar de trance religioso, so?ando despiertos, al conjuro de las palabras que escuchan y que salen de la boca de un hombre o de una mujer a quien ser¨ªa justo, aunque insuficiente, llamar brujo, cham¨¢n, curandero".
Con los mimbres citados, Mumford construye en los dos tomos de El mito de la m¨¢quina una visi¨®n de la historia en la que los datos, los "hechos", aunque no desde?ados, pero s¨ª cuestionables, son menos importantes que una refinada y sutil interpretaci¨®n que no ser¨ªa injusto denominar filosof¨ªa, de la vida y de la historia. Una filosof¨ªa, una visi¨®n, que al contrario que la visi¨®n esperanzadora de Matt Ridley en El optimista racional, es profundamente desalentadora con respecto al papel que la t¨¦cnica desempe?a frente a la condici¨®n humana: "Con esta nueva 'megat¨¦cnica", escribe, "la minor¨ªa dominante crear¨¢ una estructura uniforme, omniabarcante y superplanetaria dise?ada para operar de forma autom¨¢tica. En vez de obrar como una personalidad aut¨®noma y activa, el hombre se convertir¨¢ en un animal pasivo y sin objetivos propios, en una especie de animal condicionado por las m¨¢quinas, cuyas funciones espec¨ªficas nutrir¨¢n dicha m¨¢quina o ser¨¢n estrictamente limitadas y controladas en provecho de determinadas organizaciones colectivas y despersonalizadas". Desesperanzadora visi¨®n, s¨ª, pero no desencaminada, y desde luego argumentada. Merece la pena leerla, por lo que dice y por c¨®mo lo dice.
El mito de la m¨¢quina: t¨¦cnica y evoluci¨®n humana. Lewis Mumford. Traducci¨®n de Arcadio Rigod¨®n. Pepitas de Calabaza. Logro?o, 2010. 552 p¨¢ginas. 33 euros. El pent¨¢gono del poder: El mito de la m¨¢quina II. Lewis Mumford. Traducci¨®n de Javier Rodr¨ªguez Hidalgo. Pepitas de Calabaza. Logro?o, 2011. 779 p¨¢ginas. 40 euros. El optimista racional. Matt Ridley. Traducci¨®n de Gustavo Beck Urriolagoitia. Taurus. Madrid, 2011. 440 p¨¢ginas. 22 euros. El poder y el imperio. Daniel R. Headrick. Traducci¨®n de Juanmari Madariaga. Cr¨ªtica. Barcelona, 2011, 456 p¨¢ginas. 29,90 euros. El lugar del hombre en el cosmos. Fred Spier. Traducci¨®n de Tom¨¢s Fern¨¢ndez A¨²z y Beatriz Eguibar. Cr¨ªtica. Barcelona, 2011. 552 p¨¢ginas. 28,90 euros.
Las ideas de Mumford
Lewis Mumford (1895-1990) fue un te¨®rico de la arquitectura, historiador (en particular de la tecnolog¨ªa), fil¨®sofo, soci¨®logo y cr¨ªtico art¨ªstico, cuya carrera, que comenz¨® en la d¨¦cada de 1920, alcanz¨® su cl¨ªmax en los a?os sesenta y comienzos de los setenta. Fue precisamente en 1970, con la aparici¨®n de El pent¨¢gono del poder, cuando logr¨® mayor popularidad, al llegar este libro a las listas de los t¨ªtulos m¨¢s vendidos. Autor de 25 libros y m¨¢s de mil art¨ªculos, columnas de opini¨®n y rese?as, Mumford fue el prototipo de intelectual estadounidense, un intelectual refinado pero no por ello alejado de los intereses m¨¢s genuinamente humanos. De hecho, hay que entender su vasta obra en este sentido, como un dilatado y pluridisciplinar esfuerzo por entender el pasado y el presente de la historia humana y utilizar ese conocimiento para combatir los excesos que en su opini¨®n se produc¨ªan, principalmente, sosten¨ªa, debido al desarrollo tecnol¨®gico. Junto a El mito de la m¨¢quina, su otro gran texto en ese dominio es T¨¦cnica y civilizaci¨®n (1934; publicado por Alianza en 1971 y reeditado posteriormente), en cuya ¨²ltima p¨¢gina se encuentran unas frases que resumen bien el pensamiento de Mumford: "Al discutir las t¨¦cnicas modernas, hemos avanzado tan lejos como parece posible considerando la civilizaci¨®n mec¨¢nica como un sistema aislado: el pr¨®ximo paso para orientar nuevamente nuestra t¨¦cnica consiste en ponerla m¨¢s completamente en armon¨ªa con los nuevos patrones culturales, regionales, societarios y personales que hemos empezado a desarrollar coordinadamente. Ser¨ªa un gran error el buscar enteramente dentro del terreno de la t¨¦cnica una respuesta a todos los problemas que la misma ha suscitado. Pues el instrumento s¨®lo en parte determina el car¨¢cter de la sinfon¨ªa del auditorio: el compositor, los m¨²sicos y el auditorio tambi¨¦n han de ser tenidos en cuenta".
Precisamente por esto, porque quer¨ªa tener en cuenta al "auditorio", a los hombres y mujeres que deber¨ªan ser los destinatarios ¨²ltimos del progreso tecnol¨®gico, se ocup¨® de la arquitectura y el urbanismo, a los que dedic¨® obras como La ciudad en la historia (1961) y La carretera y la ciudad (1963), de las que existen versiones en espa?ol publicadas en Buenos Aires (Infinito y Emec¨¦). Sin embargo, la historia, el desarrollo de las sociedades durante las, al menos, ¨²ltimas d¨¦cadas, no parece haber ido en las direcciones por las que advocaba Mumford. La tan querida para ¨¦l ciencia contin¨²a progresando, pero su relaci¨®n con la t¨¦cnica se ha intensificado (necesariamente, habr¨ªa tal vez que a?adir), hasta el punto de que se han acu?ado nuevos t¨¦rminos como tecnociencia; las ciudades son cada vez m¨¢s megal¨®polis y junglas de asfalto, acero y cristal, el urbanismo se orienta m¨¢s para satisfacer las necesidades de los autom¨®viles que de los viandantes. ?Debemos, en consecuencia, considerar a Lewis Mumford un desenfocado visionario y so?ador m¨¢s cercano a los fil¨®sofos del romanticismo, de la "filosof¨ªa de la vida", que del siglo XXI, el del genoma e Internet? La respuesta a tal pregunta est¨¢, tal vez, como en la canci¨®n, "escrita en el viento", un viento que no sabemos d¨®nde se detendr¨¢ finalmente. Lo ¨²nico que es seguro decir es c¨®mo se ve¨ªa ¨¦l a s¨ª mismo, para lo cual basta con remitir a un libro precioso suyo, My Works and days. A personal chronicle (Mis trabajos y mis d¨ªas. Una cr¨®nica personal; 1979), que conclu¨ªa diciendo: "No soy ni un pesimista, ni un optimista, menos a¨²n un utopista o futur¨®logo".
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