Son mexicanos, son valientes
"?No tiene usted miedo, alcalde?" "Todos tenemos miedo, compadre". Cada vez hay m¨¢s mexicanos que se plantan ante el narco y se enfrentan al terror a pecho descubierto. Aqu¨ª est¨¢n sus historias
No tuvieron que irse a la guerra, la guerra vino a buscarlos. Desde 2007 hasta ahora, m¨¢s de 40.000 mexicanos han muerto v¨ªctimas de la guerra que sostienen calle a calle las organizaciones criminales y el Gobierno de Felipe Calder¨®n. D¨ªa tras d¨ªa, los peri¨®dicos cuentan historias espeluznantes de matanzas, decapitaciones, polic¨ªas y pol¨ªticos corrompidos por el narcotr¨¢fico. A ritmo de ametralladora, las editoriales publican libros sobre los principales carteles y hasta la revista Forbes sigue manteniendo en su n¨®mina de multimillonarios al m¨ªtico Chapo Guzm¨¢n, el fugitivo l¨ªder del cartel de Sinaloa. El mal, por tanto, tiene su cuota de gloria en la vida cotidiana de M¨¦xico. El resto del paisaje lo conforman unas autoridades sin prestigio ni credibilidad y una sociedad asustada y desvertebrada, como ausente, sin capacidad de alzar la voz sobre el tableteo constante de las armas de alto poder. Sin embargo, de un tiempo a esta parte van saliendo a la luz historias de gente corriente que, lejos de claudicar o brincar la frontera hacia Estados Unidos, decidi¨® anteponer la dignidad al miedo y enfrentarse al terror, muchas veces con la ¨²nica protecci¨®n de su pecho descubierto. Un cirujano de Ciudad Ju¨¢rez que fue percat¨¢ndose de que los sicarios a los que trataba de salvar la vida cada vez se parec¨ªan menos a ¨¦l -un hombre de 40 a?os- y m¨¢s a su hija adolescente. Una alcaldesa de la tierra caliente de Michoac¨¢n, una de las zonas m¨¢s peligrosas de M¨¦xico, que un d¨ªa -despu¨¦s de que unos criminales mataran a su marido- se levant¨® la blusa y mostr¨® su cuerpo roto a tiros y su decisi¨®n de no claudicar. Un edil de Nuevo Le¨®n al que los criminales ya han emboscado tres veces, llev¨¢ndose por delante a varios de sus escoltas. Un poeta que perdi¨® a su hijo y ahora recorre el pa¨ªs intentando a duras penas resucitar la conciencia c¨ªvica, el orgullo de ser mexicano. Son los nuevos h¨¦roes. El M¨¦xico heroico que lucha contra el M¨¦xico salvaje.
Marisela buscaba al asesino de su hija. "No me voy a esconder", dijo. Un sicario la mat¨® frente al Palacio de Gobierno
Tuit de un vecino de Monterrey: "Hombres colgados en puente, eviten la zona". Varios ahorcados en pleno d¨ªa
Una alcaldesa de la tierra caliente mostr¨® su cuerpo roto a tiros y su decisi¨®n de no claudicar ante los salvajes
Los verdaderos soldados a la fuerza de esta guerra son los ciudadanos. Concejales, profesores, periodistas
La situaci¨®n del pa¨ªs va de mal en peor. Todas las cifras de asesinatos, secuestros, asaltos, robos, van en aumento
Al poeta Javier Sicilia le han matado a un hijo. Ha dicho que no volver¨¢ a escribir y se ha echado a la calle contra el miedo
De pie junto al quir¨®fano del Hospital General de Ciudad Ju¨¢rez, el doctor Arturo Valenzuela, de 45 a?os y con una hija adolescente, se fue dando cuenta de que, hace solo tres a?os, a su quir¨®fano llegaban dos heridos de bala a la semana, a veces tres, tipos duros, herederos de una estirpe acostumbrada a matar y a morir seg¨²n las reglas de la droga y la frontera, pero que, mes a mes, la fisonom¨ªa de los heridos y de los muertos se iba suavizando hasta tener los rasgos de una mujer joven. Espantado, pens¨® en huir. "Lo ten¨ªa f¨¢cil", reconoce, "adem¨¢s de la mexicana, yo tengo la nacionalidad canadiense. As¨ª que pens¨¦ que era hora de probar otra vida, de sacar a mi hija y a mis padres de aqu¨ª, de ponerlos a salvo cruzando la frontera". Una frontera que separa Ciudad Ju¨¢rez de El Paso. La ciudad m¨¢s peligrosa del mundo, de la ciudad m¨¢s pac¨ªfica de Estados Unidos.
Al tiempo que valoraba la posibilidad de marcharse, el doctor Valenzuela tambi¨¦n iba constatando, horrorizado, que en Ciudad Ju¨¢rez ya se hab¨ªan acabado los sicarios de 40 a?os. Ya no se trataba, pues, de una guerra tradicional entre carteles. Yo te mato a tres. T¨² me matas a siete. Se trataba ya de una guerra total. Empujados por la pobreza, por la desigualdad, por la falta de afecto en una ciudad acostumbrada a tratar a las mujeres como esclavas -en la cadena de montaje o en la casa-, cientos de muchachos crecidos a la intemperie de barrios sin asfalto ni escuelas, sin energ¨ªa el¨¦ctrica ni agua corriente, fueron engrosando las filas del ¨²nico ej¨¦rcito que los aceptaba. A un ritmo endiablado, sin capacidad de elegir, esos muchachos bautizados a semejanza del ¨²ltimo gal¨¢n de la ¨²ltima telenovela, fueron subiendo r¨¢pidamente por la escalera del crimen. De halc¨®n -el que alerta de la llegada de la polic¨ªa- a camello. De camello a sicario. De sicario a muerto. El doctor Valenzuela pens¨® que la ¨²nica manera de intentar interrumpir ese ¨²ltimo salto mortal pasaba por quedarse. "Me dije que mi hija o mis padres no eran los ¨²nicos que lo estaban pasando mal. Que en la biograf¨ªa de mi conciencia no pod¨ªa escribir con tinta indeleble que cuando mi ciudad me necesit¨®, yo me fui. As¨ª que me sent¨¦ con otros m¨¦dicos a ver qu¨¦ se pod¨ªa hacer...". No hace falta escribirlo. El doctor Valenzuela decidi¨® quedarse.
"La primera marcha que organizamos fue en noviembre de 2008. Unos 200 m¨¦dicos. Muchos con cubrebocas, por temor a represalias. Ya se hab¨ªan disparado los secuestros, las extorsiones telef¨®nicas y los homicidios con armas largas, aunque no tantos como ahora. Se estaba empezando a fraguar el Comit¨¦ M¨¦dico Ciudadano y yo me sum¨¦. Lo primero que hicimos fue crear una p¨¢gina de Internet con informaci¨®n pr¨¢ctica para enfrentar los secuestros. ?C¨®mo piensa el secuestrador? ?Qu¨¦ v¨ªctima es m¨¢s vulnerable? Incluso pusimos un bot¨®n de p¨¢nico para que la gente nos llamara en caso de necesidad, porque ya por entonces nadie se fiaba de la polic¨ªa. Hay que tener en cuenta que en el a?o 2007, en Ciudad Ju¨¢rez se denunciaron siete secuestros. En 2008 ya fueron 28. Al a?o siguiente ya hab¨ªa m¨¢s de 200 denuncias... La gente no sab¨ªa qu¨¦ hacer. Negociaban mal. Pagaban rescates espantosos. Comet¨ªan errores que pon¨ªan en peligro a la v¨ªctima. Y lo peor de todo: una vez que pagaban, ya jam¨¢s los dejaban en paz, segu¨ªan extorsion¨¢ndolos. Mucha gente empez¨® a marcharse de la ciudad".
El p¨¢rrafo anterior, sin interrupciones, es la pura declaraci¨®n del doctor Valenzuela. En ese p¨¢rrafo, y en los que vendr¨¢n despu¨¦s, est¨¢ sintetizada la historia de lo que ha sucedido en M¨¦xico en los ¨²ltimos cinco a?os, la clave apenas apuntada en la primera frase del reportaje: los mexicanos no fueron a buscar la guerra, la guerra se plant¨® un d¨ªa en la puerta de su casa. La verdadera clase de tropa de esta guerra sin cuartel -es bueno no equivocarse- no la forman los miles de militares sacados urgentemente de los cuarteles o los miles de polic¨ªas federales instruidos a toda prisa, conectados a una m¨¢quina de la verdad para certificar la pureza de sus intenciones, armados hasta los dientes despu¨¦s y finalmente puestos a patrullar en ciudades que a muchos de ellos les resultan hostiles y remotas. Los verdaderos soldados a la fuerza de esta guerra son los ciudadanos. Los concejales de ciudades peque?as que, pese a la oferta de plomo o plata, deciden apretar los dientes y seguir sirviendo a sus comunidades. Las profesoras que, entre la clase de matem¨¢ticas y la de dibujo, tienen que ense?ar ahora la de supervivencia. En caso de balacera, hay que tirarse al suelo, no levantar la cabeza, entonar tan fuerte como sea posible una canci¨®n divertida. "No pasa nada", les dec¨ªa Martha Rivera Alan¨ªs a sus alumnos de seis a?os mientras fuera repicaban las balas, "nada m¨¢s pongan sus caritas en el piso. Vamos a cantar fuerte una canci¨®n: ?si las gotas de lluvia fueran chocolate...!". El v¨ªdeo que grab¨® aquella valiente maestra de Nuevo Le¨®n ven¨ªa a demostrar hasta qu¨¦ punto la violencia forma ya parte de la vida cotidiana de M¨¦xico, pero tambi¨¦n de qu¨¦ forma los mexicanos de a pie lo enfrentan de forma valerosa. "Ech¨¢ndole ganas", por utilizar una expresi¨®n local.
Como le echan ganas cada d¨ªa los periodistas mexicanos del norte. Hasta hace muy pocos a?os ejerc¨ªan su oficio decente y tranquilamente en los peque?os diarios de las ciudades del norte, hasta que, de un d¨ªa para otro, se convirtieron en corresponsales de guerra. Solo que ellos no se visten con chalecos antibalas, no presumen de haber estado en conflictos lejanos ni dan conferencias al regreso. Ellos -los periodistas de Chihuahua, de Tamaulipas, de Nuevo Le¨®n- ni siquiera tienen que cruzar la calle para irse a la guerra. Lo hacen despu¨¦s de dejar a sus hijos en el colegio, a veces en el mismo colegio que los hijos de los criminales, temiendo cada d¨ªa que, despu¨¦s de cubrir la ¨²ltima balacera en el barrio m¨¢s bravo de la ciudad, el tel¨¦fono de la redacci¨®n suene y al otro lado de la l¨ªnea una voz muy convincente sugiera que al reyezuelo local del cartel del Golfo o de Los Zetas no le gustar¨ªa que tal o cual dato ocupara la portada del d¨ªa siguiente. Y a pesar de todo, los periodistas mexicanos siguen ejerciendo su oficio. La prueba es que la ONU acaba de otorgarle a M¨¦xico el dudoso galard¨®n de haberse convertido en "el pa¨ªs m¨¢s peligroso de Am¨¦rica para ejercer el periodismo", un premio al que solo se opta reuniendo muchas coronas de flores.
Hay muchos alcaldes en M¨¦xico que, d¨ªa a d¨ªa, desprecian el dinero sucio y ponen en riesgo su vida. Pero tal vez no haya muchos que sean capaces de contarlo con el desparpajo del ingeniero Jaime Rodr¨ªguez Calder¨®n, alcalde de Garc¨ªa, una localidad de 150.000 habitantes en el ¨¢rea metropolitana de Monterrey, la capital de Nuevo Le¨®n.
-?Cu¨¢ntas veces han atentado contra usted?
-Tres.
-?Cu¨¢l fue la primera?
-Cuando inici¨¦ mi campa?a para alcalde, en junio de 2009.
-?Por qu¨¦?
-Porque le dije a la gente lo que ya ven¨ªa viendo desde hac¨ªa unos a?os, que los polic¨ªas estaban involucrados en el narcotr¨¢fico, cobraban extorsiones, se dedicaban al narcomenudeo... Pero, a pesar de la amenaza de los criminales, gan¨¦ la alcald¨ªa.
-?Y qu¨¦ fue lo primero que hizo como alcalde?
-Puse al frente de la polic¨ªa a un general incorruptible. Me lo mataron al cuarto d¨ªa. Y yo, despu¨¦s de ir al funeral, ech¨¦ al cuerpo de polic¨ªa al completo, desped¨ª a 165 agentes y empec¨¦ a reclutar a gente nueva. Contrat¨¦ a otro militar incorruptible y empezamos a limpiar la ciudad. Clausuramos 250 narcotienditas, sacamos a los capos de la ciudad, metimos en la c¨¢rcel a 27 polic¨ªas y otros salieron huyendo. Son esos los que me quieren matar. Estoy pisando muchos callos, pero no quiero que un d¨ªa mis hijos digan que fui un cobarde.
-Y, ya como alcalde, ha sufrido dos atentados m¨¢s...
-Se me pone la piel chinita al acordarme. Yo jam¨¢s he disparado un arma, nunca tuve una pistola. Pero nos emboscaron y tuve que poner mi camioneta blindada entre los sicarios y los escoltas para que no los fusilaran all¨ª mismo. Ah¨ª ya me mataron a uno...
-?No tiene usted miedo, alcalde?
-Todos tenemos miedo, compadre. Pero yo lo s¨¦ controlar. Mire, hay gente que le tiene tanto miedo a la muerte que no aprende a disfrutar de la vida. Hay vivos que est¨¢n ya muertos. Y yo no quiero ni ser un muerto en vida ni que mis hijos me recuerden como un cobarde.
En las dos historias siguientes tambi¨¦n adquieren especial importancia los hijos. Los hijos peque?os de Mar¨ªa Santos Gorrostieta y de Marisol Valles. Los hijos muertos de Marisela Escobedo, de Luz Mar¨ªa D¨¢vila y de Javier Sicilia.
Mar¨ªa Santos Gorrostieta, la joven alcaldesa del peque?o municipio de Tiquicheo, en el Estado de Michoac¨¢n, apenas ocup¨® un par de d¨ªas los titulares de la prensa. Dijo lo que ten¨ªa que decir y luego, sensatamente, volvi¨® a desaparecer. Y lo que ten¨ªa que decir era que el 15 de octubre de 2009 sufri¨® el primer ataque del crimen organizado. ?De qui¨¦n exactamente? No se sabe. Estas cosas no suelen saberse en M¨¦xico, donde la impunidad supera el 98% de los casos. Aquel d¨ªa, la joven alcaldesa fue atacada por un grupo de sicarios armados con rifles de asalto y granadas de fragmentaci¨®n -esos juguetes que con tanta facilidad se pueden comprar en las 12.000 armer¨ªas estadounidenses abiertas junto a los 3.000 kil¨®metros de frontera con M¨¦xico-.
No lograron matarla, pero se llevaron por delante a su marido y padre de sus tres hijos peque?os. En cuanto se recuper¨® de sus heridas, Mar¨ªa Santos regres¨® a sus labores de alcaldesa, pero solo tres meses despu¨¦s volvieron a atacarla. Esta vez, cuando sal¨ªa de un acto en la Tierra Caliente del Estado de Guerrero. La camioneta Ford Lobo que conduc¨ªa su hermano recibi¨® varias r¨¢fagas de metralleta. Tres proyectiles hicieron blanco en el t¨®rax, la pierna y el abdomen de Mar¨ªa Santos. De nuevo estuvo a punto de morir. De nuevo se salv¨®. Y fue entonces cuando la joven alcaldesa llam¨® a un fot¨®grafo, se remang¨® la blusa, mostr¨® su hermoso cuerpo roto por los disparos y dijo: "A pesar de mi propia seguridad y la de mi familia, tengo una responsabilidad con mi pueblo, con los ni?os, las mujeres, los ancianos y los hombres que se parten el alma todos los d¨ªas sin descanso para procurarse un pedazo de pan...; no es posible que yo claudique cuando tengo tres hijos a los que tengo que educar con el ejemplo". Dicho esto, Mar¨ªa Santos Gorrostieta, la alcaldesa valiente de Tiquicheo, regres¨® de puntillas a sus labores de madre y alcaldesa.
Mar¨ªa Santos sab¨ªa que no es prudente significarse demasiado. En ninguna dictadura lo es. Tampoco en esta del terror creciente que sufre M¨¦xico desde principios del a?o 2007. Tan creciente que un reciente estudio realizado por el experto Eduardo Guerrero para la revista Nexos demuestra que -en contra de la versi¨®n oficial- cada vez son m¨¢s los municipios mexicanos azotados por la violencia. Si en 2007 eran 53 los municipios donde se registraron 12 o m¨¢s homicidios ligados al crimen organizado, en 2008 ya pasaron a ser 84; en 2009 la cifra subi¨® a 131 municipios y en 2010 ya fueron 200 las localidades con 12 o m¨¢s ejecuciones. La cifra de lugares aquejados por el c¨¢ncer de la violencia se ha cuadruplicado en solo cuatro a?os y a¨²n no se vislumbra una salida.
Por eso, significarse es peligroso. Muchos de los protagonistas de nuestro M¨¦xico heroico lo supieron desde el principio. Otros lo fueron sabiendo. Del primer grupo mencionado podemos rescatar la lucha de una mujer llamada Marisela Escobedo.
Marisela ten¨ªa una hija de 16 a?os que se llamaba Rub¨ª. La mataron en Ciudad Ju¨¢rez en agosto de 2008, apenas unas semanas despu¨¦s de dar a luz a su beb¨¦. Marisela, como otras muchas de las m¨¢s de 500 madres cuyas hijas han sido asesinadas en la ciudad norte?a, emprendi¨® la b¨²squeda del asesino de su hija. Un a?o despu¨¦s, y gracias a su insistencia, la polic¨ªa detuvo a un tal Sergio Rafael Barraza, el exnovio de Rub¨ª, quien confes¨® que la hab¨ªa matado y quemado despu¨¦s, indicando a los agentes el lugar donde se encontraba el cad¨¢ver. Pese a todo, el convicto solo pas¨® unos meses en prisi¨®n. El 29 de abril de 2010 fue puesto en libertad por "falta de pruebas". Marisela volvi¨® a echarse a la calle para seguir clamando justicia para su hija. Logr¨® que el juicio fuera revisado, pero el asesino, l¨®gicamente, ya hab¨ªa puesto pies en polvorosa. Barraza fue condenado en rebeld¨ªa a 50 a?os de prisi¨®n. Marisela se plant¨® entonces frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, el Estado fronterizo con Estados Unidos cuya ciudad m¨¢s poblada y m¨¢s violenta es Ciudad Ju¨¢rez. La presencia de Marisela all¨ª, durmiendo en plena calle, era un grito constante que dejaba al descubierto las graves carencias del sistema de seguridad y justicia en M¨¦xico. No pas¨® mucho tiempo hasta que empez¨® a recibir amenazas. Las denunci¨® frente a las c¨¢maras de televisi¨®n. "No me voy a esconder", dijo, "si me van a asesinar, tendr¨¢n que venir a asesinar aqu¨ª para verg¨¹enza del Gobierno. Tengo amenazas por parte del asesino de mi hija, de su familia. Me han dicho que ¨¦l ya est¨¢ involucrado en un grupo del crimen organizado. ?Qu¨¦ est¨¢ esperando el Gobierno? ?Que venga y termine conmigo? Pues que termine conmigo, pero aqu¨ª enfrente del Palacio de Gobierno, a ver si les da verg¨¹enza".
As¨ª lo hicieron. Terminaron con ella all¨ª mismo, en plena calle, frente al edificio s¨ªmbolo de la autoridad, el jueves 16 de diciembre de 2010. El v¨ªdeo grabado por una c¨¢mara de seguridad hizo posible que todo M¨¦xico pudiera ver casi en directo la ejecuci¨®n anunciada de Marisela Escobedo. Tres tipos la atacaron, ella cruz¨® la calle intentando salvarse, pero un sicario la alcanz¨®, le dispar¨® mortalmente en la cabeza y se alej¨® caminando, tan campante, hasta que un coche blanco lo recogi¨® y lo sac¨® del lugar.
Marisela -que hoy reposa junto a los restos de su hija Rub¨ª- sab¨ªa que la iban a matar. Y aun as¨ª dio el paso. Marisol Valles, en cambio, no se percat¨® en un principio de lo que significa enfrentarse al crimen. El pasado mes de octubre, ante la negativa de todos los hombres, decidi¨® hacerse cargo de la polic¨ªa de su municipio, Pr¨¢xedis G. Guerrero, fronterizo con Estados Unidos, en pleno Valle de Ju¨¢rez. Ante la estupefacci¨®n de medio mundo, Marisol Valles, de 20 a?os de edad, madre de una reci¨¦n nacida y estudiante de Criminolog¨ªa, se convirti¨® en la jefa de 19 polic¨ªas, nueve de ellos mujeres. Los antecedentes no eran halag¨¹e?os precisamente. Solo un par de d¨ªas antes, en el pueblo de al lado, el crimen hab¨ªa abatido sin contemplaciones a un comisario y a su hijo. ?Qui¨¦n los mato? Posiblemente los mismos que, unas semanas despu¨¦s y sin que trascendiera a la opini¨®n p¨²blica, empezaron a mandarle mensajes envenenados a Marisol Valles. Tal vez fueron los hombres de Vicente Carrillo, jefe del cartel de Ju¨¢rez, o tal vez los del Chapo Guzm¨¢n, jefe del cartel de Sinaloa. Lo que s¨ª trascendi¨® es que, cuatro meses despu¨¦s y sin dec¨ªrselo ni al alcalde, la joven jefa de polic¨ªa cogi¨® a su hijo y cruz¨® la frontera para ponerse a salvo. No ha sido hasta ahora cuando, a trav¨¦s de una cadena de televisi¨®n estadounidense, Marisol Valles ha declarado con l¨¢grimas en los ojos que s¨ª, que tuvo miedo, que la amenazaron con asesinarla a ella, a su beb¨¦, a su familia...
Mientras todo eso suced¨ªa, muy cerca de all¨ª, junto a un quir¨®fano del Hospital General de Ciudad Ju¨¢rez, el doctor Valenzuela segu¨ªa observando la progresiva destrucci¨®n de su ciudad, pero no solo de la suya. Como piezas de domin¨® que provocan con su ca¨ªda la ca¨ªda de las dem¨¢s, muchas ciudades del norte del pa¨ªs se fueron convirtiendo en verdaderos campos de batalla -Tijuana, Reynosa, Matamoros- hasta terminar contagiando al seis doble, la joya de la corona, Monterrey, la capital del Estado de Nuevo Le¨®n, otrora el orgullo indiscutible del M¨¦xico moderno y emprendedor y hoy una ciudad que vive de sobresalto en sobresalto. Sus vecinos se han acostumbrado a avisarse a trav¨¦s de las redes sociales -sobre todo a trav¨¦s de Twitter- de los bloqueos de carreteras que los sicarios de tal o cual cartel suelen organizar para evitar que los rivales o la autoridad los interrumpan mientras hacen de las suyas. Por ejemplo, el pasado martes, un vecino de Monterrey avisaba a trav¨¦s de su tuiter: "Situaci¨®n de riesgo en Chapultepec y Revoluci¨®n, hombres colgados en puente y disparos, eviten la zona #MtyFollow". El tuit informativo era contestado enseguida por TrackMty, una red ciudadana con m¨¢s de 40.000 ciudadanos que intenta ayudar a los ciudadanos a no convertirse en v¨ªctimas de la violencia. Unas horas despu¨¦s, los peri¨®dicos locales ya tra¨ªan la fotograf¨ªa de los ahorcados en un puente del centro de Monterrey, a plena luz del d¨ªa. La conmoci¨®n que viven ahora los regiomontanos ante la ca¨ªda de su ciudad la vivieron ya hace tiempo los juarenses. Tambi¨¦n fueron testigos de c¨®mo los intentos de rescatar la ciudad con la bayoneta calada fueron fracasando.
Lo cuenta el doctor Valenzuela: "Fue entonces cuando llegaron los militares a Ju¨¢rez. Capturaron a muchos delincuentes. Pero no supieron armar los expedientes y los jueces los dejaban en libertad. La impunidad estaba por arriba del 98%. Ya ten¨ªamos una buena cantidad de homicidios todos los d¨ªas, los secuestros se dispararon y se hab¨ªa puesto de moda el cobro de piso. A tu negocio llegaba un tipo, a cara descubierta, y te entregaba un papel con un n¨²mero de tel¨¦fono: a partir de ma?ana recibir¨¢s protecci¨®n a cambio de 5.000 pesos (300 euros) a la semana. Y si no pagabas... Empezaron a cerrarse gran cantidad de negocios y los homicidios ya superaban los 5.000. Ninguno se investigaba. La polic¨ªa estaba infiltrada. La procuraci¨®n de justicia no exist¨ªa. Pedimos que viniera a la ciudad el presidente Felipe Calder¨®n. Se nos dijo que el presidente iba a venir... Pero entonces pas¨® lo de Villas de Salv¨¢rcar y eso lo aceler¨® todo...".
Lo de Villas de Salv¨¢rcar... Hay un antes y un despu¨¦s de "lo de Villas de Salv¨¢rcar". Ocurri¨® el 31 de enero de 2010. Quince j¨®venes que celebraban una fiesta en un barrio de Ciudad Ju¨¢rez fueron acribillados. Desgraciadamente, no fue la crueldad del crimen lo que lo convirti¨® en famoso, sino unas declaraciones que hizo el presidente Felipe Calder¨®n. Sin salirse de la versi¨®n oficial, que sostiene que la inmensa mayor¨ªa de los ca¨ªdos desde 2007 son sicarios que se matan entre s¨ª, el presidente de la Rep¨²blica atribuy¨® la matanza a un ajuste de cuentas entre bandas. El patinazo no pudo ser mayor. Enseguida se supo que los muchachos eran en su mayor¨ªa buenos estudiantes y deportistas, v¨ªctimas de la espiral de locura y muerte que azota a Ciudad Ju¨¢rez, donde en 2010, y a pesar del despliegue de m¨¢s de 10.000 polic¨ªas federales, se produjeron 3.100 homicidios. El presidente Calder¨®n no tuvo m¨¢s remedio que ir ocho d¨ªas despu¨¦s a Ju¨¢rez y disculparse ante los familiares de los muchachos. Una de las madres, Luz Mar¨ªa D¨¢vila, rota por el dolor, lo encar¨®: "Disculpe, se?or presidente, yo no le puedo decir bienvenido porque para m¨ª no lo es. Yo quiero justicia. Mis hijos eran dos muchachitos que estaba en una fiesta. Y quiero que usted se retracte de lo que dijo. Dijo que eran pandilleros. Mentira. Mis dos hijos estudiaban y trabajaban. No ten¨ªan tiempo de andar en la calle. Eran mis dos ¨²nicos hijos y ya no los tengo. Ahora quiero justicia. Ustedes siempre hablan y no hacen nada. Quiero que se ponga en mi lugar y sienta lo que ahorita estoy sintiendo yo. No me diga que s¨ª, ?haga algo, se?or presidente!".
Aquella s¨²plica sigue pendiente. La situaci¨®n del pa¨ªs va de mal en peor. La cifra de asesinatos, de secuestros, de asaltos, de robos... va en aumento. Durante los ¨²ltimos meses han sido cientos los cad¨¢veres encontrados en fosas clandestinas. Hay zonas, como Tamaulipas, donde el Estado no es capaz de garantizar la seguridad ni en la carretera principal, la 101, la que une la capital del Estado, Ciudad Victoria, con la fronteriza Heroica Matamoros. Hace unas semanas se supo que una madrugada s¨ª y otra tambi¨¦n, grupos de sicarios a bordo de lujosas camionetas y manejando fusiles de alto poder se sit¨²an al borde de la carretera, dan el alto a los autobuses de l¨ªnea, suben a ellos, eligen a punta de pistola a unas cuantas mujeres y a unos cuantos hombres y los bajan. A ellas las violan all¨ª mismo y a ellos se los llevan para intentar extorsionar a sus familias. Luego los entierran en fosas clandestinas. ?Cu¨¢ntos? No se sabe. ?Qui¨¦nes? Tampoco. ?Por qu¨¦? Menos. Estas tres preguntas con sus respuestas -o la falta de ellas- se pueden aplicar a la guerra que vive M¨¦xico. M¨¢s de 40.000 muertos, 9.000 sin identificar, 5.000 desaparecidos...
Y justo ahora, cuando todas las veredas parec¨ªan conducir inexorablemente al precipicio, un rumor ha empezado a escucharse en la calle. A ratos sordo como un lamento. A veces indignado. Ante la incapacidad del Gobierno de detener la sangr¨ªa constante -y tambi¨¦n de abrazar a las v¨ªctimas de la barbarie-, un hombre de pelo cano, sombrero de paja y dos relojes en la mano izquierda, se ha puesto en camino. Se llama Javier Sicilia. Es poeta. Como la mayor¨ªa de los mexicanos, observaba con horror la deriva de su pa¨ªs. Pero tambi¨¦n como la mayor¨ªa, permanec¨ªa quieto. El pasado 28 de marzo, su hijo Juan Francisco, de 24 a?os, fue asesinado en Cuernavaca junto a otros cuatro j¨®venes y dos adultos. Sicilia, que se encontraba en Filipinas, regres¨® a M¨¦xico, anunci¨® que jam¨¢s volver¨ªa a escribir poes¨ªa, puso junto a su reloj el de su hijo y se ech¨® a la calle para intentar recuperar la conciencia c¨ªvica, enfrentarse al miedo, reclamar justicia.
-?Por qu¨¦, en vez de encerrarse en su dolor, ha salido a la calle a decir basta?
-Por dignidad. Y por mi hijo. Porque su desgracia le est¨¢ poniendo cara y nombre a la de 40.000 desconocidos. Y, sobre todo, porque tengo que hacer todo lo posible para que no muera ni un muchacho m¨¢s.
A trav¨¦s del poeta Sicilia, de Marisela Escobedo o de Luz Mar¨ªa D¨¢vila, los mexicanos se han ido enterando de que la versi¨®n oficial no es del todo cierta. Que muchos de los 40.000 muertos tal vez s¨ª fueran sicarios, pero que otros muchos no pudieron evitar su mala fortuna.
Un d¨ªa, sin avisar, la guerra vino a buscarlos.
La sociedad civil quiere reformas y busca culpables
Hasta ahora, la sociedad civil hab¨ªa estado callada a pesar de la situaci¨®n de extrema violencia que vive M¨¦xico. Sin embargo, una caravana encabezada por el poeta Javier Sicilia ha recorrido la mitad norte del pa¨ªs -desde Cuernavaca hasta Ciudad Ju¨¢rez- para hacer visible el sufrimiento de las v¨ªctimas. Al llegar a su destino, se hizo p¨²blico un pacto ciudadano por la paz. Estos son los principales puntos.
? 1. Exigimos esclarecer asesinatos y desapariciones y nombrar a las v¨ªctimas.
Se deben esclarecer y resolver los asesinatos, las desapariciones, los secuestros, las fosas clandestinas, la trata de personas y el conjunto de delitos que han agraviado a la sociedad. Determinar la identidad de todas las v¨ªctimas de homicidio es un requisito indispensable para generar confianza.
Exigimos a las autoridades estatales y federal la resoluci¨®n p¨²blica que presente a los autores intelectuales y materiales de algunos de los casos emblem¨¢ticos que han agraviado a la sociedad, entre ellos la familia Reyes, Marisela Escobedo y su hija Rub¨ª, las ni?as y ni?os de la guarder¨ªa ABC, la familia Le Bar¨®n, los j¨®venes de Villas de Salv¨¢rcar, los j¨®venes de Morelos.
Convocamos a la sociedad civil a rescatar la memoria de las v¨ªctimas de la violencia, a no olvidar y exigir justicia colocando en cada plaza o espacio p¨²blico placas con los nombres de las v¨ªctimas.
? 2. Exigimos poner fin a la estrategia de guerra y asumir un enfoque de seguridad ciudadana. Se debe cambiar el enfoque militarista y la estrategia de guerra de la seguridad p¨²blica y asumir una nueva estrategia de seguridad ciudadana con enfoque en los derechos humanos.
? 3. Exigimos combatir la corrupci¨®n y la impunidad.
Se requiere una amplia reforma en la procuraci¨®n y administraci¨®n de justicia que dote de verdadera autonom¨ªa al Ministerio P¨²blico y al Poder Judicial que establezca el control ciudadano sobre las polic¨ªas y los cuerpos de seguridad, avance en la reforma de los juicios orales y establezca sistemas m¨¢s efectivos de control judicial que reduzcan la discrecionalidad en los procedimientos y resoluciones de fondo.
? 4. Exigimos combatir la ra¨ªz econ¨®mica y las ganancias del crimen.
La criminalidad y su violencia tienen como su motor las ganancias derivadas del narcotr¨¢fico, los secuestros, la trata de personas, la extorsi¨®n, la venta de protecci¨®n y dem¨¢s delitos que despu¨¦s reinyectan los recursos en la econom¨ªa mediante el lavado de dinero. Exigimos un combate frontal al lavado de dinero y activos de los delincuentes.
? 5. Exigimos la atenci¨®n de emergencia a la juventud y acciones efectivas de recuperaci¨®n del tejido social.
Exigimos una pol¨ªtica econ¨®mica y social que genere oportunidades reales de educaci¨®n, salud, cultura y empleo para j¨®venes porque son las y los principales v¨ªctimas de esta estrategia.
? 6. Exigimos democracia participativa.
Mejor democracia representativa y democratizaci¨®n en los medios de comunicaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.