Tiempo y tientos de Antonio L¨®pez
En el atareado desorden de las horas finales del montaje de la exposici¨®n, Antonio L¨®pez Garc¨ªa va de un lado para otro por las salas del Thyssen, entre operarios, t¨¦cnicos del museo, electricistas que ajustan focos, c¨¢maras de televisi¨®n que toman primeros planos de las obras ya colgadas, algunas de las cuales ya tienen tambi¨¦n la etiqueta con el t¨ªtulo, la fecha, la t¨¦cnica y los materiales. A otras solo las identifica un n¨²mero sobre papel adhesivo pegado al cristal o al marco. Su hija, Mar¨ªa L¨®pez, con una desenvoltura entre erudita y dom¨¦stica, ayuda a disponer sobre un expositor a¨²n no tapado por la vitrina de cristal varias hileras de dibujos, cabezas de escayola o de arcilla, peque?os retratos, bocetos de cabezas redondas de beb¨¦s que son los nietos sobre los que ha trabajado el artista en los ¨²ltimos a?os: beb¨¦s dormidos boca abajo, perfiles de beb¨¦s con las l¨ªneas dibujadas y los n¨²meros de las proporciones, cabezas calvas de beb¨¦s que muestran una serenidad absoluta, con los p¨¢rpados entornados, en la perfecta quietud de un sue?o que tiene algo de suprema contemplaci¨®n budista.
A lo perecedero del arte le imprime una sugesti¨®n de eternidad
Le hace grande su capacidad de enfrentarse al desaf¨ªo del tiempo
A la entrada del museo, esos mismos rasgos a gran tama?o y fundidos en bronce convierten el retrato del nieto beb¨¦ en una gran divinidad ben¨¦vola, la misma cabeza de volumen olmeca que lo recibe a uno al llegar de viaje en la estaci¨®n de Atocha. Mar¨ªa L¨®pez dirige el montaje de las obras de su padre, y como todav¨ªa andan medio descabaladas y sin un lugar definitivo en las salas resalta m¨¢s la variedad y la abundancia del trabajo del artista, los medios tan diversos en los que se ha aventurado, la cualidad de tentativa y proceso y no logro terminado y est¨¢tico que hay en cada una de ellas. Antonio L¨®pez Garc¨ªa se mueve entre sus propios cuadros, esculturas, dibujos, bajorrelieves, y entre la gente que los va organizando, como un maestro de obras en un edificio a medio hacer, en el que no parece que, en medio de tanta gente que hace cosas espec¨ªficas, sea ¨¦l quien lo controla todo, o tenga al menos una autoridad significativa.
Casi a ¨²ltima hora ha retirado un par de cuadros para llev¨¢rselos a casa y a?adirles alg¨²n retoque. La pieza m¨¢s reciente, y quiz¨¢s una de las m¨¢s impresionantes, un hombre de bronce de tama?o natural, desnudo y tumbado como en una mesa de operaciones o de disecci¨®n, con los ojos muy abiertos, lleg¨® ayer mismo de la fundici¨®n. Dice Antonio L¨®pez que si hubiera tenido m¨¢s tiempo habr¨ªa corregido algunas cosas, a?adido detalles, quiz¨¢s incisiones en la zona de la barba; pero ya no fue posible, y ahora, aceptando lo irreparable, da vueltas a la escultura tremenda mir¨¢ndola desde ¨¢ngulos diversos, pasando una mano sobre la superficie del bronce, como para asegurarse de su solidez, del misterio de la persistencia de la materia. Un momento despu¨¦s otra obra reclama su atenci¨®n, el bajorrelieve policromado de una mujer dormida, tapada por el embozo hasta la cintura, con la bata abierta mostrando un pecho desnudo, o bien esa talla en madera de una ni?a tumbada en el nido con asas de un cochecito. Cada una de estas esculturas las termin¨® hace muchos a?os, pero para Antonio L¨®pez no son definitivas, y las examina con una mezcla de alarma y de remordimiento, las toca, inclin¨¢ndose sobre ellas, arrepentido de un detalle que a?adi¨® y que ahora le parece superfluo, de haber pegado una cremallera real en la capota del nido, en lugar de tallarla. "Eso de que las obras se terminan es una tonter¨ªa", dice. "Las cosas se abandonan, o se dejan de lado, pero c¨®mo van a terminarse".
En un cuadro descubre un detalle que ya no le gusta: "Si pudiera, si el cuadro fuera m¨ªo, intentaba arreglarlo". Las cosas no se terminan nunca porque la ambici¨®n del arte es atestiguar la realidad visible y tangible del mundo, y esa realidad est¨¢ cambiando siempre, a cada minuto, es un flujo que no cesa, incluso en las cosas que parecen m¨¢s s¨®lidas, la firmeza casi mineral de una cabeza humana, los vol¨²menes de un edificio, el ¨¢ngulo de una ventana o de una puerta. A lo fugitivo y perecedero el arte le imprime a veces una sugesti¨®n de eternidad: una cabeza egipcia de terracota, un busto romano, parecen detenidos en el tiempo y resistentes a ¨¦l, pero est¨¢n tan hechos de tiempo como de bronce o de barro, y si conmueven es porque nos muestran a la vez la individualidad irrepetible de un rostro que existi¨® hace milenios y el car¨¢cter fugaz, muy pronto anacr¨®nico, que hay en cada retrato.
La lentitud legendaria de Antonio L¨®pez Garc¨ªa no es un empecinamiento en lo bien hecho, una man¨ªa anticuada de primor caligr¨¢fico: es, como ha escrito Guillermo Solana, la conciencia aguda de que no hay obra verdadera que no est¨¦ haci¨¦ndose siempre, que no aspire a la tarea imposible de atrapar duraderamente lo que huye, el hecho mismo de la duraci¨®n. Por eso, con mucha frecuencia, dibuja o pinta lo que est¨¢ en marcha, en obras, lo provisional, lo todav¨ªa inseguro: sus cuartos de ba?o est¨¢n dibujados con una atemporalidad de criptas egipcias, pero son casi siempre cuartos de ba?o inacabados, lugares en tr¨¢nsito, como los de esa casa siempre en obras y llena de gente pasajera que retrat¨® otro maestro de instantaneidades y lentitudes, V¨ªctor Erice, en El sol del membrillo.
En una cultura obsesionada por la beater¨ªa de la modernidad, por la ortodoxia de lo nuevo y lo ¨²ltimo, Antonio L¨®pez Garc¨ªa lleva muchos a?os soportando con ecuanimidad ir¨®nica el malentendido del realismo, del acabado artesanal, la condescendencia que en pa¨ªses muy provincianos se reserva para lo que es calificado de aut¨®ctono. Pero lo que hace original y grande a Antonio L¨®pez no es su dominio formidable de las t¨¦cnicas de la representaci¨®n visual, sino su decisi¨®n y su capacidad de enfrentarse a cuerpo limpio al desaf¨ªo del tiempo. En las salas del Thyssen se puede apreciar el arco de su vida entera, desde aquellos cuadros casi adolescentes en los que la observaci¨®n aguda y probablemente instintiva de lo real ya estaba disciplinada por el conocimiento de la tradici¨®n art¨ªstica, desde Mategna y Piero della Francesca hasta el Picasso de las figuras macizas de los a?os veinte. Pero lo que m¨¢s asombra, mirando de cerca las obras, con la cercan¨ªa feliz de un montaje inacabado, es el temblor del tiempo, la urgencia de la pincelada o la l¨ªnea, hasta la fecha y la hora apuntadas a l¨¢piz en que se quiso atrapar un instante de luz. Antonio L¨®pez convive en su imaginaci¨®n de pintor con un museo imaginario y simult¨¢neo en el que est¨¢n los retratos egipcios, los bajorrelieves asirios, los bronces romanos, las caras de muertos de El Fay¨²n, los personajes de Vel¨¢zquez, de Vermeer, de Caravaggio. Pero ese pasado del que se alimenta tiene un filo de puro presente, de urgencia de ver y pintar y modelar y dibujar lo que est¨¢ sucediendo ahora mismo, lo que hay delante de sus ojos, m¨¢s vivos que nunca a los 75 a?os.
Un viaje por sus temas predilectos
- La muestra, la retrospectiva m¨¢s extensa nunca consagrada a la obra de Antonio L¨®pez, de 75 a?os, abrir¨¢ sus puertas al p¨²blico el martes en el Museo Thyssen de Madrid.
- Se titula, a secas, Antonio L¨®pez, e incluir¨¢ 130 piezas entre ¨®leos, dibujos y esculturas con algunos de los temas recurrentes en la obra del artista de Tomelloso. La Mancha, Madrid, la vida cotidiana y la figura humana desfilan en una exposici¨®n volcada en sus piezas desde 1993, pero con saltos en el tiempo.
- El conservador jefe del museo, Guillermo Solana, y la hija de Antonio L¨®pez, Mar¨ªa, son los comisarios.
- Entre las piezas m¨¢s curiosas de la exposici¨®n figuran cuatro esculturas, dos parejas de piezas que son copias exactas de unas que el artista encontr¨® en el templo griego de Olimpia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.