La pereza estival de leer
Dif¨ªcil encontrar razones para diferenciar la lectura veraniega de la de cualquier otro momento del a?o, pero ciertamente el ciclo imprime en nuestros h¨¢bitos ciertas modificaciones que pueden pasar inadvertidas. Aparte de la dieta normal, distinta a la del exigente invierno, y al modo de vestir acorde con el term¨®metro, somos seres c¨ªclicos, zarandeados o llevados con suavidad, seg¨²n, en este itinerario que tanto se parece a s¨ª mismo. Incluso de quedarnos en Madrid, afanados en la lucha contra el calor inclemente que nos aguarda dentro de dos o tres semanas, hay una variaci¨®n en gestos y h¨¢bitos m¨¢s amplia y honda de lo que se cree. No es todo ponernos camisa de manga corta y algo ligero, los hombres, que sea soportable, sino el aumento en la ingesti¨®n de bebidas frescas, el alejamiento de los platos de pesada digesti¨®n. Los augurios van desde el feroz est¨ªo hasta el entreverado frescor de las bajas presiones y, a nuestra disposici¨®n, unas horas suplementarias que ni siquiera vamos a destinar a comentarios pol¨ªticos pues est¨¢ demostrado que suben la tensi¨®n y agudizan las sensaciones cal¨®ricas.
Sigo creyendo b¨¢sica la literatura novel¨ªstica, con exclusi¨®n de los tostones con mensaje
Como un alivio, digamos intelectual, tendemos a las lecturas suaves, sin complicaciones, que nos proporcionen entretenimiento y ayuden a pasar las horas caniculares. En la juventud fui lector empedernido de novelas policiacas. Desde la exquisitez teol¨®gica del Padre Brown , de Chesterton, hasta los casos lineales de Jack London, Agatha Christie, Sherlock Holmes y aquellas novelas de gran formato pero esbeltas, que difundi¨® la Biblioteca Oro. Luego Simenon nos lleva por el Par¨ªs que am¨¢bamos, de la mano del denso Maigret, pasando por las aventuras vicarias del secretario de Nero Wolfe. Hasta los pinitos de mayor entidad de Patricia Highsmith.
Supongo que el primer gran novelista que escribi¨® una larga obra con los mismos protagonistas fue don Miguel de Cervantes y que del binomio caballero-escudero salieron los detectives y sus auxiliares. La cuesti¨®n repetitiva creo que no tuvo ¨¦xito en el cine, salvo aquella simp¨¢tica serie de William Powell y Mirna Loy, con el perro Asta, llevadas las investigaciones a la alta sociedad, que el serial Ironside restableci¨® durante una temporada. En general hablo de memoria, de mi memoria, y quedar¨¢n fuera multitud de datos incluso m¨¢s representativos, pero no hay otra cosa. La cuesti¨®n es pasar el rato y sigo creyendo b¨¢sica la literatura novel¨ªstica, con exclusi¨®n de los tostones con mensaje o metaf¨ªsicos donde el autor se propone no ser entendido y, en la mayor¨ªa de los casos, lo consigue.
El tim¨®n abandon¨® las manos sajonas y francesas. De la misma forma que en la actualidad no hay pueblo grande, ciudad peque?a o n¨²cleo urbano de alguna consideraci¨®n sin su teatro, museo de lo que sea, estadio deportivo, salvando, si se puede, la biblioteca circulante, no hay idioma, digo, que se sustraiga a tocar los timbales detectivescos, por muy alejado que parezca el territorio id¨®neo. Entre nosotros, que recuerde, se llev¨® a cabo la desopilante experiencia de inventar a un investigador manchego, que era, adem¨¢s, guardia urbano, debido al caletre de Garc¨ªa Pav¨®n. No era f¨¢cil enhebrar un misterio con las perlas de la corona robadas a Dulcinea del Toboso, pero el escritor hizo lo que pudo. Ha habido otros intentos -los mejores, escritos bajo seud¨®nimo para allegar recursos a buenos escritores conocidos- pero no lleg¨® a cuajar el buen personaje. Con inusitada violencia, autores americanos e ingleses inventaron el best seller, que consiste en un tocho de m¨¢s de 500 p¨¢ginas, con una n¨®mina apabullante de personajes y un hilo conductor que se pierde con frecuencia. John Le Carr¨¦, Forshyte, Ken Follet y otros sajones nos han abrumado con historias, algunas entretenidas, otras planteando la situaci¨®n de leerlas de nuevo para coger el hilo. No s¨¦ si para bien, se contaminaron los escandinavos, irrumpiendo las tres biblias de Stieg Larssen y su Millenium. Le sigue una escritora, muy fecunda, Camilla L?ckberg, y supongo que pululan otros tantos. No se quedan fuera los italianos y, escrito en ingl¨¦s, tenemos a Donna Leon, que nos reaviva las incursiones sobre Venecia y sus paisanos y Camillieri, que hace lo mismo en Sicilia. Lo que no s¨¦ es de d¨®nde saca el tiempo la gente para escuchar las tertulias pol¨ªticas aunque, a falta de otra ventaja, sean mucho m¨¢s cortas.
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