El subversivo que se encar¨® a Franco era un... arzobispo
Jos¨¦ Mar¨ªa Cirarda, testigo del bombardeo de Gernika, fue prelado en Bilbao y Pamplona en tiempos del franquismo. Sus memorias, publicadas tres a?os despu¨¦s de su muerte, recogen conflictos con el dictador y c¨®mo el r¨¦gimen estuvo cerca de romper relaciones con el Vaticano
Bien. Si puedo algo, saldr¨¢n". Con este laconismo despach¨® el general Francisco Franco la petici¨®n del obispo Jos¨¦ Mar¨ªa Cirarda Lachiondo para que sacara de la c¨¢rcel de Zamora a tres curas condenados por encubrir el asesinato de un taxista a manos de ETA. Los sacerdotes se hab¨ªan negado a declarar apelando al secreto de confesi¨®n o por haber conocido del asunto en funci¨®n de su oficio pastoral. Lo cierto es que estaban presos en la c¨¢rcel que la dictadura hab¨ªa habilitado en Zamora como prisi¨®n para eclesi¨¢sticos. El Vaticano trinaba, los obispos, en su mayor¨ªa franquistas, estaban desorientados, y Franco tensaba la situaci¨®n, siempre en poder de la ¨²ltima palabra.
Fue el arzobispo de Madrid y primer presidente de la Conferencia Episcopal Espa?ola (CEE), el muy conservador Casimiro Morcillo, quien le dijo lo que ten¨ªa que hacer. "Tienes que hablar con Franco para que cambie su juicio sobre ti".
Un hecho extravagante del tardofranquismo fue el florecimiento del anticlericalismo de derechas
Los obispos espa?oles llegaron al Concilio Vaticano II en la inopia, sin idea de los debates que iban a abordarse
Lo mismo le pidi¨® el ministro de Justicia Antonio M. de Oriol. Cirarda se sorprendi¨®. ?Qu¨¦ tiene que ver lo que piense Franco sobre m¨ª con la situaci¨®n de mis sacerdotes? Pero se fue a ver a Franco. Lo hizo en septiembre de 1969, un d¨ªa que no anot¨® en la agenda. Lo que s¨ª recuerda es que aquel fue el a?o m¨¢s conflictivo" de su pontificado en Bilbao, como administrador apost¨®lico de la di¨®cesis.
La opini¨®n de Franco sobre Cirarda la recoge el primo del dictador, el general Francisco Franco Salgado-Araujo, jefe mucho tiempo de la llamada Casa Militar del General¨ªsimo. Un d¨ªa vio en el despacho de su primo un informe del dirigente ultraderechista Blas Pi?ar sobre la di¨®cesis de Santander, donde era obispo Cirarda. Impresionado por lo que se dec¨ªa del prelado, pregunt¨® al caudillo que c¨®mo hab¨ªa sido posible ese nombramiento. Franco ten¨ªa derecho de veto y la prerrogativa de escoger obispos entre una terna que le presentaba en cada caso el Vaticano. No consta la disculpa de Franco sobre la promoci¨®n episcopal de Cirarda, pero s¨ª la opini¨®n que le merec¨ªa el prelado. "Subversivo". Textualmente, Cirarda estaba considerado como "subversivo, incluso por autoridades eclesi¨¢sticas de superior rango".
"Conocer este texto me desconcert¨®", escribi¨® Cirarda en sus memorias, publicadas por la editorial PPC a los tres a?os de su muerte. "?Qu¨¦ dir¨ªa de m¨ª el informe de Blas Pi?ar sobre Santander? Espero poder aclararlo al llegar al cielo, si tales quisicosas tienen alg¨²n inter¨¦s en la casa del Padre Dios".
Volviendo a los curas presos, Cirarda relata c¨®mo el ministro de Justicia y el capit¨¢n general de Burgos le hac¨ªan "bailar como una pelota de tenis, diciendo el uno y el otro que la soluci¨®n del caso no les ata?¨ªa". As¨ª que pidi¨® ver a Franco: "Estaba decidido a hacer cuanto pudiera para destensar las relaciones Iglesia-Estado, muy tirantes por mi culpa". Pero Franco estaba de vacaciones en San Sebasti¨¢n y "no recib¨ªa m¨¢s visitas que las protocolarias", le contest¨® el jefe de su Casa Civil, el conde de Casaloja.
La entrevista ser¨ªa en septiembre, en Madrid, "un d¨ªa de much¨ªsimas audiencias". Entre los que esperaban estaba la alcaldesa de Bilbao, Pilar Careaga, af¨ªn a Blas Pi?ar. No hubo muchas palabras porque Cirarda pas¨® el primero al despacho del Caudillo. La conversaci¨®n se prolong¨® hora y cuarto. "A la salida, el conde de Casaloja me recrimin¨® por haberse alargado tanto. Le dije que no me tocaba terminarla, menos cuando insinu¨¦ al caudillo dos veces que hab¨ªa mucha gente en la sala de espera y me hab¨ªa replicado con su voz queda: 'En este momento no tengo nada m¨¢s que hacer que atenderle a su excelencia".
Ha contado el cardenal Vicente Enrique y Taranc¨®n, l¨ªder del catolicismo espa?ol durante la Transici¨®n, que cuando los obispos se reun¨ªan con Franco, el dictador les hablaba de religi¨®n y los prelados hablaban de pol¨ªtica. Cirarda, ya arzobispo de Pamplona, fue el segundo de Taranc¨®n entre 1978 y 1981, como vicepresidente de la CEE, y vivi¨® la experiencia por primera vez aquel d¨ªa de septiembre de 1969.
En un momento, el caudillo le pregunt¨® cu¨¢ntos sacerdotes hab¨ªa en la di¨®cesis de Bilbao. Contest¨® que 700. "Excesivos", replic¨® el dictador. Cuando el obispo le puso sobre la mesa el problema de los curas presos, su argumento fue religioso. Sab¨ªa que era la mejor manera de convencer a Franco. "Si siguen en esa prisi¨®n, perder¨¢n la vocaci¨®n. Quiero que cumplan la condena en una casa de religiosos", le explic¨®. "Bien. Si puedo algo, saldr¨¢n", fue la respuesta.
La entrevista no fue un camino de rosas, ni para Cirarda ni para Franco, cuando el obispo puso sobre la mesa la pol¨ªtica. "Empec¨¦ dici¨¦ndole que hab¨ªa gran irritaci¨®n en buena parte del pueblo, porque era voz general que se torturaba a los detenidos". Franco interrumpi¨®, airado: "Es una calumnia propalada por los enemigos del r¨¦gimen. No entiendo que se haga eco de ella".
Cirarda contest¨® con calma: "Quienes dicen que la polic¨ªa tortura a todos los detenidos, mienten. Pero mienten tambi¨¦n los que dicen a vuestra excelencia que no se aplica tortura a nadie. Muchos sacerdotes vizca¨ªnos han pasado por las comisar¨ªas. No me consta que haya sido torturado m¨¢s que uno. Tambi¨¦n han pasado por ellas tres padres jesuitas y solo dos fueron torturados".
Metido en faena, el obispo le hizo un ofrecimiento. "Si desea vuestra excelencia, puedo explicarle algunas de las torturas que se aplican con cierta frecuencia". Franco le pidi¨® que se las describiera. Y ah¨ª pasaron minutos el jerarca cat¨®lico y el dictador fascista, ilustr¨¢ndose sobre torturas menores, como la del "quir¨®fano" (el preso, desnudo sobre una mesa, y la polic¨ªa, azot¨¢ndole la planta de los pies), o la "tortura del gusano" (el preso, obligado a caminar en cuclillas, desnudo, con las manos unidas bajo los muslos; cuando se cae lo pegan hasta que vuelve a la posici¨®n). Franco se limit¨® a decir que pedir¨ªa "informaci¨®n". "Si hay algo de verdad en lo que me ha contado, ordenar¨¦ que no vuelva a suceder".
Como Franco pod¨ªa "algo", los curas encarcelados salieron de la prisi¨®n inmediatamente. Cirarda pagar¨ªa cara la peque?a victoria. El capit¨¢n general de Burgos, Manuel Cabanas, se tom¨® la revancha meses m¨¢s tarde encarcelando "por faltas leves" a otros nueve sacerdotes, sin ning¨²n conocimiento previo de la autoridad diocesana. "Fue una lamentable rabieta, si vale decirlo as¨ª".
Uno de los fen¨®menos m¨¢s extravagantes del franquismo fue el anticlericalismo de derechas. "Taranc¨®n, al pared¨®n", "Fuera obispos rojos", "Muera Cirarda" eran gritos de guerra de los falangistas y de los Guerrilleros de Cristo Rey. A Cirarda le acosaron especialmente, hasta el punto de que un buen amigo le habilit¨® un "piso franco" en Madrid para guarecerse.
Cirarda vivi¨® esas zozobras en Bilbao, pero tambi¨¦n en las muy cat¨®licas Cantabria y Navarra. "Fue como un herpes espiritual que me escoci¨® durante 15 a?os. Sus protagonistas eran personas piadosas con unas ideas religiosas muy conservadoras, gran lealtad a Franco y una apasionada a?oranza del Estado confesional cat¨®lico".
La revuelta de un peque?o sector del catolicismo contra una dictadura elevada al poder bajo palio y en nombre de una cruzada cristiana que fue en realidad una guerra criminal, se inici¨® en el concilio Vaticano II, entre 1962 y 1965. Cirarda lo vivi¨® intensamente en el ala m¨¢s progresista. Gran parte del episcopado espa?ol lleg¨® a la cita en la inopia, seg¨²n ha reconocido el propio Taranc¨®n. "Nos cost¨® Dios y ayuda coger el ritmo de los debates conciliares", confirma Cirarda. ?l era una de las excepciones. Adem¨¢s, confiaba sin tapujos en Juan XXIII, el Papa del concilio ("un Papa que cre¨ªa en Dios", escribe con iron¨ªa), y segu¨ªa todos sus documentos. Por eso fue elegido por el Vaticano para elaborar los res¨²menes en espa?ol para la prensa al t¨¦rmino de cada sesi¨®n conciliar.
Tambi¨¦n Franco estaba alerta. Avisado de la ola renovadora que se avecinaba, hizo venir a Madrid a los prelados m¨¢s fieles para aleccionarles contra la proclamaci¨®n de la libertad de conciencia como un derecho fundamental. Si sale adelante "ese disparate", les dijo, es el fin del r¨¦gimen (nacionalcat¨®lico) que proclamaba religi¨®n oficial a la Iglesia romana, definida en el BOE en 1953 como "sociedad perfecta". La revuelta lleg¨® tan lejos que el propio Franco se plante¨® en 1973 romper con el Vaticano, expulsar de Madrid al nuncio del Papa y denunciar el Concordato de 1953.
Cuenta Cirarda que cuando los conciliares entraban en la bas¨ªlica de San Pedro para votar se encontr¨® al obispo de Canarias, Antonio Pildain y Zapiain. Estaba p¨¢lido. Rezaba "para que Dios intervenga para impedir la aprobaci¨®n de dicha declaraci¨®n". ?C¨®mo podr¨¢ hacer Dios tal cosa? Pildain contest¨® a Cirarda: "Utinam ruat cuppula Santi Petri super nos", haciendo caer sobre los presentes la c¨²pula de San Pedro. Eran tiempos en los que los obispos sab¨ªan lat¨ªn.
Las memorias de Cirarda abarcan medio siglo del catolicismo espa?ol. ?Fue un obispo rojo y subversivo, como dicen sus enemigos? ?l se declara "lejano de toda opci¨®n partidista y en un moderado aperturismo socialmente izquierdista". Le hab¨ªa impresionado lo que le dijo, a¨²n j¨®venes, Joaqu¨ªn Ruiz Jim¨¦nez, que fue ministro de Franco y embajador ante el Vaticano: "El Evangelio me obliga a trabajar por una mayor justicia social. Por eso no soy izquierdista, a pesar de ser cristiano. Lo soy por ser cristiano".
Cirarda apunta en las primeras p¨¢ginas de sus memorias una tragedia que marc¨® el rumbo de su apostolado. Siendo estudiante de Teolog¨ªa en la Pontificia de Comillas (Cantabria), fue testigo del bombardeo de Gernika por los aviones de Hitler, el 25 de abril de 1937. El joven seminarista estaba de vacaciones y hab¨ªa ido de excursi¨®n a Katillotxu, un monte entre Mundaka y Gernika. Desde all¨ª vio "con espanto" c¨®mo llegaron los aviones descargando bombas, "primero, uno; despu¨¦s, tres; luego, siete, y por fin, veintiuno".
Le desazon¨®, adem¨¢s, la declaraci¨®n del cardenal Isidro Gom¨¢, primado de Toledo y amigo de Franco, apuntalando las tesis de los militares golpistas sobre aquella matanza. Tambi¨¦n se declara horrorizado por la Carta colectiva del episcopado espa?ol sobre la guerra como cruzada y en defensa de la legitimidad del golpe. Todo eso, m¨¢s el asesinato de 16 sacerdotes vascos "por predicar en euskera", convirti¨® a Cirarda en un "hombre equidistante y en la soledad del corredor de fondo". Lo fue cuando se declar¨® partidario de pedir perd¨®n, todos los prelados, "por no haber sabido ser pastores de paz" en aquella terrible guerra civil, que el episcopado de la ¨¦poca bendijo como una cruzada cat¨®lica acaudillada por Franco. A¨²n se espera esa declaraci¨®n de culpa. -
"Cosas que se hac¨ªan bien en Bilbao, sonaban mal en Cantabria. Y al rev¨¦s"
Cirarda empez¨® a escribir sus memorias (con el subt¨ªtulo De mi ayer a nuestro hoy) el 23 de mayo de 2000, el d¨ªa en que cumpli¨® 83 a?os. Lo hizo urgido por sus amigos obispos y por algunos historiadores. Hab¨ªa estado en el v¨¦rtice de muchos acontecimientos eclesiales y en algunos sucesos sociopol¨ªticos con gran repercusi¨®n eclesial. Le dec¨ªan: "Si usted no nos cuenta su visi¨®n de los mismos, otros lo har¨¢n desde otra perspectiva. Tiene usted obligaci¨®n moral de contar c¨®mo los vivi¨®". Finalmente, Cirarda se puso manos a la obra. Se publican ahora de la mano de la editorial PPC, tres a?os despu¨¦s de la muerte del autor, en septiembre de 2008.
Pese a confesar que suprimir¨ªa o difuminar¨ªa detalles de determinadas historias "si contarlos pudiera suponer falta de caridad", le sali¨® un libro imponente y comprometido, poco com¨²n en el gremio. En algo m¨¢s de cuatrocientas p¨¢ginas, el prelado vasco desvela los enfrentamientos de una parte de la jerarqu¨ªa cat¨®lica con la dictadura y c¨®mo otra gran parte fue franquista hasta las cachas; sus padecimientos ante el violento anticlericalismo de derechas del momento; c¨®mo vivi¨® el episcopado espa?ol el concilio Vaticano II, y c¨®mo ejecut¨® sus reformas, muchas veces con gran resistencia y enojo, y la manera en que se enfrent¨® al encarcelamiento de sacerdotes por predicar en euskera, no pagar las multas o denunciar torturas a detenidos.
Cirarda fue pont¨ªfice en Santander, adonde lleg¨® en 1968. El papa Pablo VI, con el que se entrevist¨® con frecuencia para consolarse de sus muchas trifulcas con militares, falangistas y ultracat¨®licos, le encarg¨® poco despu¨¦s de la di¨®cesis de Bilbao como "administrador apost¨®lico". Tambi¨¦n fue obispo auxiliar de Sevilla, pont¨ªfice en C¨®rdoba y arzobispo de Pamplona. Solo en C¨®rdoba vivi¨® una paz relativa. En Santander, hab¨ªa sustituido al valenciano Puchol, tan reformador posconciliar que cuando se mat¨® en accidente de tr¨¢fico, la feligres¨ªa conservadora c¨¢ntabra malici¨® que Dios le hab¨ªa castigado. Para ayudarse, Cirarda se llev¨® a Santander a Jos¨¦ Mar¨ªa Seti¨¦n como vicario de la di¨®cesis. Era catedr¨¢tico en la Pontificia de Salamanca y fue m¨¢s tarde obispo de San Sebasti¨¢n, tambi¨¦n muy pol¨¦mico. "Cosas que se hac¨ªan bien en Bilbao, sonaban mal en Cantabria. Y al rev¨¦s. Todo era tan dif¨ªcil que en una de mis frecuentes visitas a Roma en aquellos d¨ªas le dije a Pablo VI que me estaba obligando a trabajar como los equilibristas de un circo, que corren erguidos sobre dos caballos, apoyado el pie derecho en uno y el pie izquierdo en otro". Pese a todo, la dictadura no logr¨® frenar la carrera de Cirarda. Tuvo peor suerte uno de sus amigos en el episcopado, tambi¨¦n muy brillante. Se trata de Fidel Garc¨ªa, obispo de Calahorra y La Calzada-Logro?o. Por sus pastorales contra el fascismo, que escoc¨ªan al franquismo, la siniestra polic¨ªa secreta del r¨¦gimen maquin¨® contra ¨¦l la canallada de simular con un doble que el prelado era un habitual en prost¨ªbulos de Barcelona. Altos eclesi¨¢sticos dieron por cierta la patra?a y Fidel Garc¨ªa, hastiado, se retir¨® a la Universidad de Deusto con los jesuitas. A¨²n iba a irritarse m¨¢s cuando Franco, ya viejo y arrepentido, le mand¨® d¨¦cadas m¨¢s tarde un piadoso emisario reclamando un perd¨®n privado, pero sin reparar la canallada en p¨²blico. -
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