?Tiempos para la l¨ªrica?
Las cig¨¹e?as empezaron a crotorar unos segundos antes de que Maria Guleghina arriesgara la cavalleta del Salgo gia del trono aurato. Pero incluso las cig¨¹e?as saben lo que es bueno. Callaron. La diva pudo cantar su aria y el Nabucco que inaugur¨® el 25? Festival de Peralada fue un ¨¦xito. Oyendo el improvisado dueto me sent¨ª privilegiada. Por vivir en un pa¨ªs donde las cig¨¹e?as cantan con la Guleghina. Y me dio miedo. Miedo a que los recortes se lleven por delante el esfuerzo p¨²blico y privado que ha hecho de Catalu?a uno de los centros de la cultura europea. Miedo a que Barcelona renuncie a jugar en la misma liga que Berl¨ªn, Nueva York o Par¨ªs.
La crisis afecta a todos, a los teatros de Europa y de Estados Unidos, pero el distinto modelo de gesti¨®n (privada y flexible en EE UU; ligada a la subvenci¨®n en el viejo continente) hace que var¨ªe la capacidad de adaptaci¨®n. En ning¨²n caso los teatros pueden sobrevivir con la venta de entradas; todos necesitan ayudas p¨²blicas o donaciones privadas. Y, al grito de "no es prioritario", en Espa?a han empezado los recortes, que han ca¨ªdo como un tsunami sobre auditorios y centros culturales. Sin embargo, el efecto en la ¨®pera, donde se programa con cuatro a?os de antelaci¨®n, puede ser irreparable. Es imposible -o muy caro- contratar cantantes y directores en el ¨²ltimo momento, y la coherencia de una programaci¨®n es carrera de fondo. Tras d¨¦cadas de crecimiento, el recorte obliga a reducir temporadas, anular programas educativos, subir precios y despedir trabajadores.
RLa crisis complica la b¨²squeda de dinero privado. Es urgente flexibilizar costes y hacer el mecenazgo fiscalmente atractivo
En el momento en que m¨¢s producciones sal¨ªan al extranjero, el Ministerio de Cultura anunci¨® una disminuci¨®n de su ayuda a la l¨ªrica del 30% en tres a?os, que se sumar¨¢ a las rebajas de autonom¨ªas y Ayuntamientos. Todo comienza en la d¨¦cada de 1980, cuando empez¨® la fiebre del ladrillo art¨ªstico: yo tambi¨¦n quiero mi museo, mi auditorio, mi teatro de ¨®pera... y ahora no hay dinero para llenar tanto contenedor cultural. Es f¨¢cil (y demag¨®gico) justificar el recorte y conseguir su apoyo popular. Con las empresas encadenando expedientes de regulaci¨®n de empleo y el paro por encima del 20%, a pocos Gobiernos les preocupa la m¨²sica.
Sin embargo, en Espa?a hay unas 30 temporadas estables. Entre ellas, destaca la del Gran Teatro del Liceo, cuya s¨®lida e innovadora programaci¨®n se ha ganado el respeto internacional. El Liceo, al igual que festivales como los de Perelada, Torroella o Cap Roig, aporta mucho m¨¢s que goce art¨ªstico. Genera riqueza: intelectual y econ¨®mica. Por eso, a¨²n m¨¢s que la rebaja anunciada por Cultura, sorprende que Ayuntamientos y Gobiernos aut¨®nomos no se impliquen m¨¢s en sus teatros y festivales. Esos centros, junto con grupos y directores catalanes, como la Fura dels Baus, Calixto Bieito, Llu¨ªs Pasqual o Joan Font, han creado una potente industria cultural capaz de exportar.
Es cierto que parte del sue?o l¨ªrico espa?ol se asentaba sobre pilares d¨¦biles. Antes de construir falt¨® coordinar una estrategia en todo el territorio; solo se tuvo en cuenta la inversi¨®n inicial, sin planificar el futuro. Y menos a¨²n, c¨®mo pagarlo. El Palau de les Arts de Valencia cost¨® 382 millones de euros, pero lo peor no es esta cifra desmesurada, sino la sensaci¨®n de haber invertido en un teatro que nadie previ¨® c¨®mo mantener.
Philippe Agid, en su libro The management of opera, recuerda que, debido a una fiscalidad ventajosa y a la enraizada cultura del mecenazgo, los teatros norteamericanos ingresan por donaciones privadas hasta un 48% del total. El resto proviene de las entradas; viven sin subvenciones. En el modelo mixto (Covent Garden, Teatro Real o Liceo) la ayuda p¨²blica va del 30% al 55%; el patrocinio es del 17%, y el taquillaje, del 25% al 45% del presupuesto.
La crisis complica la b¨²squeda de dinero privado y obliga a encontrar un modelo de gesti¨®n viable que asegure la calidad art¨ªstica; recortar es obligatorio, pero sin destruir lo hecho. Es urgente flexibilizar costes y aprobar una ley que impulse fiscalmente el mecenazgo. De lo contrario, adem¨¢s de haber tirado el dinero construyendo bellos contenedores vac¨ªos, llevaremos la cultura en general, y la l¨ªrica en particular, hacia una nueva decadencia.
Rosa Cullell es periodista.
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