Camps como s¨ªntoma
Algo raro debe pasar en nuestra vida pol¨ªtica cuando un pol¨ªtico que est¨¢ procesado por corrupci¨®n y dimite es presentado pr¨¢cticamente como un h¨¦roe por su propio partido. Sobre todo despu¨¦s de que dicha dimisi¨®n, una vez fracasado el intento de Trillo de que se declarara culpable, casi le ha sido sacada con f¨®rceps. Pero ah¨ª no acaba la perplejidad. Esta se produjo ya desde el momento en que se le permiti¨® presentarse como candidato a la Generalitat valenciana a pesar de haber sido imputado y a la vista de la amplia evidencia de que no podr¨ªa eludir el banquillo. No quisiera yo prejuzgar la culpabilidad de nadie, pero estar¨¢n conmigo en que estas actitudes son, cuando menos, sorprendentes. Igual que aquella otra de buscar la absoluci¨®n de este tipo de conductas en las urnas, como si la vox p¨®puli tuviera un efecto taumat¨²rgico con capacidad para condonar los pecados de la vida civil.
El partido est¨¢ contento y todo son elogios para el ya expresidente. ?Qu¨¦ gran tipo!
No dice mucho, desde luego, del partido que lo ha tolerado y que ahora celebra el gesto de la dimisi¨®n como si se tratara casi de una haza?a. Es como si el acto de dimitir lavara una acci¨®n il¨ªcita que ese mismo partido condena p¨²blicamente a la vez. Las mentiras anteriores y las presuntas connivencias del Gobierno de Camps con la trama G¨¹rtel se reconcilian as¨ª con la nueva realidad creada por la dimisi¨®n. El partido est¨¢ contento y todo son elogios para el ya expresidente. ?Qu¨¦ gran tipo!
En su libro 1984, Orwell daba a este tipo de actitudes el nombre de "doblepensar" (doublethink), el "poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simult¨¢neamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente". Y a?ad¨ªa que para ello es imprescindible "decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido solo por el tiempo que interese, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega...". El PP ha estado jugando a esta estrategia del doblepensar a lo largo de toda esta historia, reconciliando lo irreconciliable hasta llegar ya a la traca final de la glorificaci¨®n del dimisionario. En otras palabras, no ha dejado de practicar la hipocres¨ªa.
Me temo que no es el ¨²nico caso ni el ¨²nico partido en hacer uso de esta forma de pensamiento. Pero nuestro personaje, Camps, es interesante tambi¨¦n por sacar a la luz algo que es sintom¨¢tico de un nuevo perfil de pol¨ªtico con mucho impacto en esta sociedad medi¨¢tica, el pol¨ªtico emocional. En eso solo compite con ¨¦l uno de sus amigos del alma, Ricardo Costa. Todos recordamos la vehemencia mediterr¨¢nea con la que se exteriorizaron las pasiones entre los dos amigos en la dimisi¨®n de este ¨²ltimo, con l¨¢grimas incluidas y palabras entrecortadas. Luego, despu¨¦s de ese primer acto en todo este affaire, la actitud de Camps fue la del pol¨ªtico "ofendido", algo que en los tiempos que corren se cotiza mucho. Como si un pol¨ªtico que aparenta estar herido en su honor estuviera exento de aportar argumentos o tuviera derecho a no someterse a la justicia. Ahora, despu¨¦s de su propia dimensi¨®n in extremis, encima se nos coloca una medalla de pulcritud y de "patriotismo". Ya sabemos que lo hizo por Rajoy y por ?Espa?a! Se ha "sacrificado", por tanto, porque nuestro pa¨ªs tenga m¨¢s f¨¢cil alcanzar la gloria de ser gobernada por el l¨ªder del PP. Qu¨¦ curiosa mezcla de valores medievales -honor, sacrificio- y posmodernos -autenticidad, emocionalidad. Recordemos tambi¨¦n que aquello que lo perdi¨® fue su propio life style, su preocupaci¨®n por el buen vestir, su b¨²squeda permanente de una imagen de elegancia.
Camps se nos presenta as¨ª como el prototipo del pol¨ªtico que construye su perfil p¨²blico m¨¢s por la exteriorizaci¨®n de lo subjetivo y personal, lo "¨ªntimo", que por su actividad pol¨ªtica propiamente dicha. Es una forma de individualizaci¨®n o subjetivizaci¨®n de lo p¨²blico que encaja como un guante en estos momentos de personalizaci¨®n de la pol¨ªtica. Ya sabemos que las audiencias prefieren que en nuestro espacio p¨²blico asomen los vicios y las pasiones privadas antes que aquello que nos es com¨²n como colectividad. Cuando este mismo s¨ªndrome se traslada a los pol¨ªticos, cuando importa m¨¢s el qui¨¦n y c¨®mo se es que el qu¨¦ se hace -y se les eval¨²a en consecuencia- hemos dado ya un paso de gigante hacia la despolitizaci¨®n completa.
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