?Pobre hermanito!
Con cuatro pedaladas bien dadas en la contrarreloj, Cadel Evans aniquila las esperanzas de Andy, quien sali¨® de amarillo y derrotado de antemano - Contador acaba quinto
Nada que ver con el nieto Freud, con Lucian, por supuesto. Nada m¨¢s alejado de sus retratos -las carnes m¨®rbidas, colgantes de los personajes, que, dicen los cr¨ªticos, ofrecen a los voyeurs una obscenidad sin prop¨®sito- que las piernas duras, los gemelos de acero de piel erosionada por las ca¨ªdas de, por ejemplo, Tony Martin, el alem¨¢n esperado ganador de la contrarreloj final del Tour sentado cuan largo es sobre el asfalto caliente, la respiraci¨®n a¨²n jadeante tras el esfuerzo, o que el pechito blanco, los costillares bien marcados de Samuel, que se ajusta la cinta del puls¨®metro antes de salir.
Como mucho, las miradas. Las miradas despiadadas de sus retratados, la mirada de alguien que dice adi¨®s sin pena. Quiz¨¢s en los ojos claros de Cadel Evans, s¨ª, pese a la blandenguer¨ªa que le regala el hoyuelo de la barbilla. En los dem¨¢s, ni eso. No por lo menos en la mirada asustada, puro bambi, o cordero de Dios que tragas los pecados del mundo, de Andy antes de la salida, apoyado en las vallas, cargadas las espaldas con el peso de un maillot amarillo que, el d¨ªa definitivo, le vino demasiado grande. Ni en la mirada huidiza de su hermano Frank que se hurga, en momento tan solemne, la salida, con la larga u?a de su me?ique entre los caninos intentando extirpar una hebra de carne quiz¨¢s. O en la de Contador, mirada interior mientras con la mano derecha comprueba lo dif¨ªcil que es acertar con la altura de la frente sobre el casco de contrarreloj a la hora de santiguarse en la rampa plantada en Grenoble, la noble.
A los seis kil¨®metros, Andy hab¨ªa perdido 14s de los 57s de ventaja con que part¨ªa
El resto fue una masacre. El descenso salvaje de Evans, tan calculador
Con el abuelo, sin embargo, con Sigmund, cu¨¢nto tuvo que ver la contrarreloj en la que Cadel Evans gan¨® el Tour. Sigmund Freud es, por supuesto, Bjarne Riis, psicoanalista reconocido aparte de director deportivo de Contador -y antes de los hermanos luxemburgueses, de Sastre y de Basso, y antes rival mortal de Indurain, y dan¨¦s-, quien la v¨ªspera de la crono admit¨ªa que se hab¨ªa equivocado al analizar al peque?o, sonriente, de los hermanos. "Nunca pens¨¦ que Andy tendr¨ªa el valor, la audacia, de atreverse a atacar desde tan lejos, desde el Izoard el jueves, y de llegar hasta el final", dice, "pero ah¨ª se acab¨® su Tour, en la contrarreloj no tiene nada que hacer".
Y, de todas maneras, era posible que una vez m¨¢s Riis, su olfato psicoanal¨ªtico, se equivocara porque si Andy, arrastra a¨²n, a los 26 a?os, la frustraci¨®n que genera el sentirse sobreestimado, y eso desde que de ni?o deslumbrara por su talento, Evans, que ya tiene 34 a?os, cargaba con la etiqueta opuesta, la del trabajador subestimado, siempre forzado a demostrar, a demostrarse, que era mejor de lo que se cre¨ªa.
Ambos eran derrotados habituales y uno de ellos estaba condenado a ganar. Dos veces segundos ambos en el Tour, Andy tambi¨¦n segundo en un Giro, y Evans tercero en una Vuelta, tantos puestos de honor les hab¨ªan convertido en v¨ªctimas del escarnio de quienes solo honran a los ganadores.
Ambas historias se cruzaron ayer en un bucle en un gran valle alpino. La novela, el gran desaf¨ªo o as¨ª, dur¨® media docena de kil¨®metros de los 42,5 que ten¨ªan que recorrer, qu¨¦ tortura para el derrotado. Demasiado tranquilo de salida, mal sentado, pesado, piernas de madera, peor acoplados los brazos torpes sobre el manillar, qu¨¦ poca voluntad de plantar cara, qu¨¦ lejos del Andy heroico, lanzado, de los dos Galibiers, a los seis kil¨®metros, el hermano peque?o ya hab¨ªa perdido 14s de los 57s de ventaja con los que hab¨ªa partido ante un Evans cadente, gran desarrollo movido con fluidez r¨ªtmica, puro swing, desde su postura de fuerza favorita, el culo ligeramente levantado, el cuerpo en horizontal, casi paralelo a la barra de su cabra negra, tan m¨ªnima. A mitad de recorrido, al comienzo de la segunda cuesta, el Tour 2011 bascul¨® por ¨²ltima vez y para siempre. El resto fue una masacre. El descenso salvaje de Evans, tan calculador, tan regulado hasta ah¨ª, en busca de la victoria de etapa -se le escap¨® por 7s-, en busca de una diferencia final acorde con su categor¨ªa -lo consigui¨®: no gan¨® el Tour por segundos, sino por m¨¢s de un minuto, 1m 34s exactamente- ante un rival, pobre Andy, medroso en las curvas, melindroso cuesta abajo.
A Freud, al abuelo, claro, le habr¨ªa encantado estar en la meta de Grenoble. Ver, por ejemplo, a Andy llorando sobre el hombro de su hermano mayor, Frank, de 31 a?os, que le besa la espalda amarilla y le consuela, pobre hermanito. Ver a Evans, australiano feliz agarrado a un gran le¨®n de peluche, como los de las t¨®mbolas, s¨ª, pero imposible de conseguir si no se gana el Tour, entrar en el cuarto del control antidopaje sin soltarlo, pues de peluche est¨¢ hecha la victoria, el s¨ªmbolo de lo conseguido. All¨ª se encontr¨® a Contador, tardo en orinar los d¨ªas de la contrarreloj, contento tambi¨¦n pues sin pensar en podio ni nada -"esas son cuentas de periodistas", dice- hab¨ªa hecho la mejor contrarreloj en un Tour desde Annecy 2009 y hab¨ªa acabado tercero, quinto en la general del Tour que no gan¨®.
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