El sueco y el dolor
El mismo a?o que mor¨ªa Gustav Mahler en Viena, o sea, en 1911, ven¨ªa al mundo, en V?stra Ryd, Suecia, Allan Pettersson, quiz¨¢ hoy el menos reconocido entre los grandes compositores del siglo XX y uno de esos creadores que funden su obra a su vida con una intensidad a veces dif¨ªcilmente soportable. Para algunos una especie de Mahler n¨®rdico en eso, en que tras lo escrito se ve claramente a quien lo escribe, en que el arte no es un velo sino una evidencia. En Pettersson, sin embargo, y al contrario que en Mahler, la sublimaci¨®n l¨ªrica no conduce a las l¨¢grimas o a la melancol¨ªa sino a un pesimismo que se confunde con la desesperaci¨®n. Puede dudarse de si la melod¨ªa de la flauta en el final de la D¨¦cima mahleriana que terminara Deryck Cooke es el ep¨ªtome de la tristeza o de la esperanza, pero en el sueco no cabe duda alguna. Si cogemos su D¨¦cima, por tomar la misma cifra, no hay respiro, ni un hueco por el que quepa un ¨¢tomo de luz. Cuando tras los tres primeros movimientos -marcados como un mapa en la partitura, indicando simplemente donde empiezan- entramos en lo que parece un remanso, la brevedad del respiro es casi un sarcasmo dirigido directamente a nuestros h¨¢bitos de oyentes que sabemos, de siempre, que tras la tempestad viene la calma porque as¨ª lo impone la forma habitual de una sinfon¨ªa. Pettersson creci¨® en un barrio pobre de Estocolmo. Su padre era un herrero alcoh¨®lico que le castigaba duramente por querer ser m¨²sico y le amenazaba con meterle en un correccional. Su madre una mujer piadosa, sin voluntad, que se refugiaba en los hijos. A los diecinueve a?os entra en el conservatorio de Estocolmo y cuatro despu¨¦s empieza a componer, se va a Par¨ªs en 1939 -volver¨¢ a?os despu¨¦s para desilusionarse con Leibowitz y Honegger- e ingresa como viola en la orquesta de la capital sueca. De eso vivir¨¢ hasta que se decida a dedicarse s¨®lo a componer, en 1950. Tres a?os despu¨¦s se le manifest¨® una artritis reumatoide que marcar¨¢ su vida por entero, su obra -que recibir¨¢ el impulso decisivo del director Antal Dorati con el estreno de su S¨¦ptima Sinfon¨ªa en 1967- tambi¨¦n. Pettersson, que muri¨® en 1980, no era una persona f¨¢cil, era un luchador que hab¨ªa tenido que vencer las circunstancias, la dureza de un entorno extremadamente violento, miserable, en la infancia y que en la madurez se encontraba cara a cara con el dolor. Y sus obras -compuso, entre otras, diecisiete sinfon¨ªas- lo reflejan a veces con una claridad brutal. Pero ¨¦l nunca quiso engolfarse en la autocompasi¨®n, le preocupaba por encima de todo que no se entendiera bien su compromiso con la m¨²sica y el tiempo -pas¨® lo suyo por no estar a la moda, ¨¦l que era la otra cara de la modernidad-, su relaci¨®n con la muerte como enemiga, con la creaci¨®n como permanencia: "Si muero, me reduzco a la nada. Pero el creador sigue ah¨ª".
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