Sin miedo al s¨¢trapa
Los opositores se enfrentan a Bachar el Asad sin apoyo exterior, aunque esperaban que sus manifestaciones pac¨ªficas les granjearan el respaldo de la comunidad internacional. Pero por ahora combaten solos la violencia salvaje del r¨¦gimen. La ayuda no llegar¨¢
Mohamed Bouazizi, el frutero tunecino que se inmol¨® el pasado 17 de diciembre, se convirti¨® en un s¨ªmbolo de dignidad desesperada frente a la tiran¨ªa y la corrupci¨®n. Su gesto hizo estallar las ansias de libertad de millones de norteafricanos y ¨¢rabes.
Hamza Ali al Jatib simboliza una situaci¨®n distinta. Hamza, de 13 a?os, fue detenido en Daraa el 29 de abril por gritar en una manifestaci¨®n "Abajo el r¨¦gimen sirio". Su familia no volvi¨® a verle hasta el 25 de mayo, cuando la polic¨ªa devolvi¨® el cad¨¢ver descompuesto. El muchacho hab¨ªa sido electrocutado, quemado, parcialmente despellejado y castrado antes de morir a tiros. La polic¨ªa record¨® al padre que ten¨ªa otros hijos y que ellos tambi¨¦n podr¨ªan sufrir da?os. El padre obedeci¨® las instrucciones y acus¨® a extremistas musulmanes de haber asesinado a Hamza.
El dictador ha creado el vac¨ªo informativo y un relato de los hechos dirigido a atemorizar a los ciudadanos
Incluso los activistas que desde el extranjero coordinan la revuelta admiten la presencia de extremistas
Las cr¨ªticas a El Asad se han hecho dur¨ªsimas en la UE y EE UU, pero ¨¦l sabe que son solo palabras. Tiene las manos libres
Eso es Siria hoy. Bachar el Asad, benjam¨ªn de los dictadores ¨¢rabes con solo 45 a?os, ha optado por seguir las ense?anzas de su padre, Hafez el Asad, de quien hered¨® la presidencia en 2000. Hafez se mantuvo 40 a?os en el poder gracias a una fr¨ªa administraci¨®n de la crueldad y a un formidable entramado de cuerpos policiales. Bachar se present¨® ante su pueblo como un reformista, pero en cuanto empezaron las protestas populares, en marzo pasado, opt¨® por imponer el terror. A Hafez siempre le funcion¨®. Su destrucci¨®n de la ciudad de Hama en 1982, con al menos 10.000 muertos, constituy¨® el paradigma de su r¨¦gimen. Bachar tambi¨¦n est¨¢ destruyendo ahora Hama. Ocurre, sin embargo, que algo ha cambiado. La gente, o al menos gran parte de ella, ya no tiene miedo.
Con su suicidio, el frutero Bouazizi proclam¨® que prefer¨ªa la muerte a la humillaci¨®n continua. Esa declaraci¨®n de orgullo prendi¨® en el mundo ¨¢rabe e impuls¨® un movimiento revolucionario cuyas consecuencias finales son a¨²n imprevisibles. Los ciudadanos aprendieron que los dictadores pod¨ªan caer, como ocurri¨® en poco tiempo en T¨²nez y en Egipto. Los dictadores, a su vez, aprendieron que una actitud conciliatoria ante los manifestantes solo pod¨ªa llevarles al exilio, a la c¨¢rcel o a la horca. Y optaron por la sangre.
A El Asad no le ha ocurrido, por ahora, lo que al libio Muamar el Gadafi. No se le ha desgajado el Ej¨¦rcito. La solidez de la c¨²pula militar y de la ¨¦lite del r¨¦gimen de Damasco garantiza a El Asad tiempo y recursos para defender su presidencia a ca?onazos. Tambi¨¦n garantiza, probablemente, un final desastroso para su dinast¨ªa. Ha sido la represi¨®n salvaje y espec¨ªficamente dise?ada para infundir terror, del que la tortura y asesinato de Hamza Ali al Jatib constituye el mejor ejemplo, la que ha animado a m¨¢s y m¨¢s ciudadanos a salir a la calle y a desafiar a la muerte. El mecanismo represi¨®n-reacci¨®n gira cada vez m¨¢s deprisa.
No est¨¢ nada claro cu¨¢nto puede durar la crisis en sus actuales t¨¦rminos de manifestaciones y matanzas. Existen muchos factores a considerar. Y la informaci¨®n disponible es deficiente.
No hay periodistas en Siria. Los extranjeros no pueden entrar en el pa¨ªs, y los sirios llevan a?os domesticados para contar solo lo que el poder desea que se cuente. El control militar de las fronteras, la abundancia de esp¨ªas internos (uno por cada 150 ciudadanos adultos, m¨¢s varios cientos de miles de informadores) y la ayuda tecnol¨®gica de Ir¨¢n, el ¨²ltimo aliado fiel de El Asad y los suyos, ha permitido cerrar el pa¨ªs y detectar las intrusiones en cuesti¨®n de horas.
El r¨¦gimen ha intentado crear un vac¨ªo informativo y fabricar un relato de los hechos dirigido, como siempre, a atemorizar a los ciudadanos: en la versi¨®n del Gobierno no existen manifestaciones pac¨ªficas (salvo las de apoyo a El Asad), sino ataques de bandas armadas, terroristas isl¨¢micos y agentes provocadores financiados por potencias enemigas, cuyo objetivo consiste en azuzar el odio entre los distintos grupos religiosos y sociales para lograr una guerra civil al estilo liban¨¦s, con diversos bandos y destrucci¨®n asegurada del pa¨ªs. En esa misma versi¨®n, el Ej¨¦rcito y los temidos shabiha (grupos de obreros y campesinos de la minor¨ªa alau¨ª) no disparan contra civiles desarmados, sino contra guerrilleros enemigos.
Ese relato es globalmente falso. No del todo, sin embargo. Aunque los manifestantes act¨²an de forma pac¨ªfica en su gran mayor¨ªa, numerosos indicios apuntan a la existencia de grupos violentos de inspiraci¨®n islamista. Adem¨¢s de las filmaciones que muestran a civiles con armas arrojando cad¨¢veres al r¨ªo al grito de "Al¨¢ es grande", aparecen testimonios personales dif¨ªciles de discutir. El profesor estadounidense Joshua Landis, un reputado especialista en Siria casado con una mujer de esa nacionalidad, asegura que uno de sus parientes pol¨ªticos, militar de profesi¨®n, fue asesinado en una emboscada junto a otros soldados.
Incluso los activistas que desde el extranjero coordinan la revuelta admiten la presencia de extremistas. Ammar Abdulhamid, exiliado en Washington y organizador de la conferencia de opositores celebrada en Antalya (Turqu¨ªa) hace un par de meses, declara que el ¨¦xito de la revoluci¨®n depende en gran medida de que las protestas sigan siendo "mayoritariamente pac¨ªficas" y de que "los fan¨¢ticos puedan ser mantenidos al margen". Es decir, hay una minor¨ªa violenta en el movimiento contra El Asad y hay fan¨¢ticos que desean venganza.
La venganza constituye otro factor de gran importancia. El r¨¦gimen sirio se basa en la minor¨ªa alau¨ª, lo que durante a?os ha alimentado rencores en la mayor¨ªa de la poblaci¨®n (el 70%, que profesa la religi¨®n musulmana sun¨ª). Los alau¨ªes son una secta que combina el islam chi¨ª con elementos paganos premusulmanes, doctrinas esot¨¦ricas y ciertos rasgos cristianos. Durante la ¨¦poca colonial, los franceses reclutaron alau¨ªes de las monta?as como fuerza de choque nativa contra los sun¨ªes. Eso dej¨® cicatrices en la sociedad siria. Hafez el Asad se comprometi¨® desde que alcanz¨® el poder, en 1970, a forjar un pa¨ªs en el que los diferentes grupos religiosos pudieran convivir sin tensiones sectarias dentro de un Estado laico. Las minor¨ªas, en especial alau¨ªes y cristianos, se han sentido c¨®modas y seguras bajo el r¨¦gimen de los Asad. Parad¨®jicamente, se trata de un r¨¦gimen estrictamente sectario, cuya ¨¦lite pertenece casi en su totalidad, como la familia El Asad, a la comunidad alau¨ª.
Los integristas sun¨ªes que se rebelaron en Hama en 1982 perpetraron una matanza de oficiales alau¨ªes. Ese es el tipo de recuerdo siniestro que agita el clan El Asad (muchos analistas consideran que la familia domina al presidente) para mantener el apoyo de las minor¨ªas religiosas. La posibilidad de que una hipot¨¦tica ca¨ªda del r¨¦gimen suscitara actos de venganza contra las minor¨ªas por parte sun¨ª no es en absoluto remota. Y explica la pasividad de millones de sirios, en Alepo, Damasco y otras ciudades, temerosos de que tras el actual ba?o de sangre se produzca uno a¨²n m¨¢s terrible. El activista Abdulhamid opina que el Gobierno fomenta eso -temores y odios sectarios- para empujar al pa¨ªs hacia un ambiente de guerra civil. El miedo siempre favorece a El Asad.
El movimiento opositor tampoco es angelical. Al margen de las dudas que pueda suscitar la te¨®rica moderaci¨®n de los Hermanos Musulmanes, el n¨²cleo de los activistas que luchan por una democracia liberal surgi¨® de un programa estadounidense destinado a crear una generaci¨®n de j¨®venes l¨ªderes prooccidentales. Decenas de estudiantes sirios recibieron cursos en Washington y otras ciudades, en los que aprendieron b¨¢sicamente a organizar una revoluci¨®n. Sus recursos intelectuales y materiales (desde la habilidad propagand¨ªstica hasta los tel¨¦fonos por sat¨¦lite) proceden de Estados Unidos y de una discreta red sun¨ª que enlaza el capital saud¨ª con miembros de la coalici¨®n libanesa Futuro, radicalmente antisiria.
La caracter¨ªstica com¨²n al conjunto de las revueltas ¨¢rabes radica en la ausencia de l¨ªderes. Los Comit¨¦s de Coordinaci¨®n Local de Siria, la estructura compuesta por unos centenares de personas que utilizan las redes sociales para homogeneizar el movimiento de protesta, carecen de un l¨ªder. Eso constituye una ventaja cuando se trata de aunar corrientes muy distintas en la lucha contra el dictador. Por otra parte, impide que las potencias occidentales reconozcan a un Gobierno alternativo (como en el caso de Libia) y augura una situaci¨®n ca¨®tica en el caso de que el r¨¦gimen sufriera un colapso.
Los revolucionarios esperaban que sus manifestaciones pac¨ªficas y laicas les granjearan la simpat¨ªa de la llamada comunidad internacional, y que la violencia salvaje del r¨¦gimen provocara alg¨²n tipo de intervenci¨®n externa. La simpat¨ªa la han conseguido. La ayuda, en cambio, no llegar¨¢. La convulsi¨®n siria coincide con un momento catastr¨®fico de la econom¨ªa mundial, con el agotamiento militar y presupuestario de Estados Unidos tras los conflictos de Afganist¨¢n e Irak, con la frustraci¨®n suscitada por la err¨¢tica e infructuosa operaci¨®n de la OTAN a favor de los rebeldes libios y con un clima global de pesimismo y desconfianza.
Tambi¨¦n coincide con un momento de estupor en la regi¨®n. En general, se asume que algo empezar¨¢ a ocurrir a partir de septiembre, cuando la ONU deber¨¢ decidir si hay alternativa al fracasado proceso negociador entre israel¨ªes y palestinos, y Egipto se adentrar¨¢ en un decisivo proceso electoral. Reina una curiosa pasividad mientras en Siria, tradicionalmente considerada el coraz¨®n de Oriente Pr¨®ximo, se abre un agujero negro.
Hafez el Asad, el creador de la Siria contempor¨¢nea, fue sin duda un ¨®ptimo estratega. Teji¨® con paciencia una s¨®lida telara?a diplom¨¢tica. Supo ver el futuro de la revoluci¨®n de los ayatol¨¢s y estableci¨® una alianza s¨®lida con Ir¨¢n, que correspondi¨® legitimando el alauismo como rama del chiismo y apoy¨¢ndose en Siria para participar en los continuos enredos regionales; supo jugar la carta palestina y apostar por Ham¨¢s en el momento justo; supo dominar la explosiva pol¨ªtica libanesa sin llegar a tentaciones anexionistas y tutel¨® la creaci¨®n de la milicia chi¨ª Hezbol¨¢ como elemento interpuesto en su enfrentamiento con Israel. Todo eso, L¨ªbano, Ir¨¢n, el nacionalismo kurdo (que tiene su feudo en el extremo nororiental de Siria), el contiguo Irak, la vecina Turqu¨ªa, el enemigo Israel (que ocupa el Gol¨¢n), se ver¨ªa afectado si cayera el r¨¦gimen. Oriente Pr¨®ximo cambiar¨ªa de golpe. Y no es posible adivinar en qu¨¦ posici¨®n caer¨ªan las piezas del caleidoscopio.
Las cr¨ªticas a El Asad se han hecho dur¨ªsimas en Estados Unidos y la Uni¨®n Europea, e incluso aliados tradicionales como Rusia y Turqu¨ªa han tomado distancias respecto a Damasco, pero el dictador sirio sabe que son solo palabras y que por el momento tiene las manos libres para matar al porcentaje de poblaci¨®n que considere necesario.
El tunecino Ben Al¨ª y el egipcio Mubarak cayeron porque Washington les amenaz¨® con cortar el grifo del dinero y porque sus generales no acataron la orden de disparar contra los manifestantes. El Asad dispone de financiaci¨®n iran¨ª y de unos generales absolutamente fieles, controlados por su propio hermano menor, Mahir, jefe de la Guardia Presidencial, de la Cuarta Divisi¨®n Acorazada y, en la pr¨¢ctica, de todo el Ej¨¦rcito.
Como en T¨²nez y Egipto, la oposici¨®n se organiza en las mezquitas y ha hecho de los viernes, el d¨ªa en que los musulmanes olvidan su condici¨®n social y se postran juntos para rezar, la jornada de manifestaciones. El Ramad¨¢n que acaba de empezar, con su ayuno, su espiritualidad y su incremento de visitas a la mezquita, hace que cada d¨ªa sea un viernes y que cada noche, tras la cena, ofrezca la oportunidad de salir a la calle. Por eso el Gobierno ha movilizado todos sus recursos militares y ha acelerado la campa?a represiva. Se ha abierto una nueva fase, a¨²n m¨¢s violenta.
La revoluci¨®n egipcia, considerada poco cruenta por la negativa del Ej¨¦rcito a disparar contra la multitud, cost¨® unos 2.000 muertos entre una poblaci¨®n de 80 millones. En Siria, seg¨²n Amnist¨ªa Internacional, ya hay unos 2.000 cad¨¢veres para una poblaci¨®n de 16 millones. Y el proceso s¨®lo est¨¢ comenzando. -
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