L¨®pez y Atget, cara a cara
Uno retrat¨® Par¨ªs en fotograf¨ªa con rasgos pict¨®ricos. El otro pinta Madrid en lienzos gigantescos con precisi¨®n fotogr¨¢fica. Eug¨¨ne Atget pretend¨ªa dejar patente un legado documental de la ciudad perdida cuando tr¨ªpode al hombro se pos¨® en todas las esquinas amenazadas de los barrios, pero fue tan m¨¢gico y fantasmal, que inspir¨® a los surrealistas. Antonio L¨®pez no se amilan¨® ante los estragos que la fotograf¨ªa hab¨ªa causado en todas las vanguardias pict¨®ricas del siglo XX y, contracorriente, reinvent¨® un extra?o realismo propio para sacar de ¨¦l todos nuestros espectros.
Ambos artistas est¨¢n a disposici¨®n del p¨²blico este verano en Madrid. Las fotograf¨ªas de Atget, en la Fundaci¨®n Mapfre. Los cuadros y las esculturas de L¨®pez, en el Museo Thyssen, con colas para ver su soberbia exposici¨®n hasta las once de la noche. Los dos utilizan soportes absolutamente dispares para llegar a lo mismo: al alma de la ciudad desde el vac¨ªo, al interior de sus extra?os habitantes y de la naturaleza que los intriga y los rodea.
Ambos utilizan soportes absolutamente dispares para llegar a lo mismo: al alma de la ciudad
En las im¨¢genes aparentemente inocentes de Atget se vislumbra una poderosa atracci¨®n entre los claroscuros impenetrables de los patios, las ventanas y las esquinas imperfectas del Par¨ªs mercader y bohemio, del Par¨ªs h¨²medo y amamantado por adoquines, neblina y farolillos, donde ruge y descansa una forma de vida que se extingui¨®. Quiso ser pintor con c¨¢mara, testigo mudo con voz y abri¨® los ojos a quienes despu¨¦s se adentraron en ese nuevo arte dejando una huella por la que transitaron Man Ray o Andr¨¦ Kertesz, por ejemplo.
L¨®pez, en la Espa?a triste de los a?os cincuenta, cuando la obligaci¨®n de muchos artistas era salir a explorar los l¨ªmites de lo desconocido, no se dej¨® atrapar por ninguna moda vol¨¢til. Decidi¨® penetrar en el interior de nuestras verdades inertes. Ten¨ªa raz¨®n. El tiempo y la distancia se la han dado de sobra. Su pintura hermanaba con una naturalidad puntillosa ya los bodegones de Vel¨¢zquez con los desfiles moribundos de Guti¨¦rrez Solana. Prefer¨ªa la palidez al brillo.
A ¨¦l, m¨¢s que epatar con cualquier filigrana escandalosa, le interesaba captar el esp¨ªritu del aire, las figuras cambiantes de la atm¨®sfera, todas las dimensiones de la quietud. Bien encima de una mesa y con las ventanas abiertas de su magistral Cabeza griega y vestido azul o en sus calcoman¨ªas, sus membrillos, sus flores o, sobre todo, en sus visiones de Madrid.
Pocos pintores han desentra?ado las esquinas de esta ciudad desde el suelo, desde las azoteas o los cerros como lo ha hecho ¨¦l. Testigo de todas las estaciones y los horarios de la Gran V¨ªa, escudri?ador de los vecindarios del extrarradio, ha sabido envolver la ciudad tanto de fr¨ªo como de humo des¨¦rtico. Sus cuadros son luz y recoveco en sombra donde el edificio y el alquitr¨¢n se hacen carne y hueso. Nos atraen e hipnotizan entre sus curvas, sus azulejos y sus adornos. Eso, en el exterior.
Pero tambi¨¦n L¨®pez ha radiografiado los interiores de las casas, entre un sucio realismo de abandono y desorden, hasta una versi¨®n triste del pop art celtib¨¦rico donde las neveras esconden huevos, pollos, fruta, botes de mayonesa y las mesas cotidianas se visten con la ¨²nica frescura de una botella de agua de Solares.
Sus figuras humanas trascienden la dimensi¨®n de los espacios habitados con miradas nost¨¢lgicas y gui?os a Francis Bacon. Las esculturas nos retan desde un barro de para¨ªso terrenal que pide cuentas. Uno se los imagina tambi¨¦n perdidos pisando los azulejos y levantando la tapa de los v¨¢teres que ¨¦l pinta en mitad de una desolaci¨®n blanquecina.
Los dos, Atget y L¨®pez, nos acercan a las misteriosas certidumbres de los mundos que juegan con nosotros al escondite. Se detienen a mirar el detalle de lo que para la mayor¨ªa de nosotros pasa desapercibido. Y nos lo muestran, qued¨¢ndose all¨ª, para que sepamos a ciencia y conciencia cierta de d¨®nde huimos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.