Un poquito de respeto
En 1999 Marc Singer viv¨ªa como un sin techo en las calles de Nueva York cuando alguien le habl¨® de un lugar en el que no tener nada (o renunciar a todo) era menos costoso que en las avenidas de la Gran Manzana. Aquel lugar se encontraba justamente bajo sus pies, muy cerca de Penn Station, a pocos metros de las v¨ªas y en plena oscuridad. Singer se pas¨® unos d¨ªas all¨ª y lo que encontr¨® fue una comunidad m¨¢s o menos organizada, que cocinaba su propia comida y paseaba a sus mascotas. Al a?o siguiente, sin ninguna experiencia como cineasta y despu¨¦s de recuperar parcialmente su conciencia social, decidi¨® ofrecer un proyecto a varios amigos: rodar un documental sobre la vida bajo tierra. Algunos le tomaron por loco pero otros le prestaron dinero. Uno le aconsej¨® que filmara en blanco y negro porque el color era demasiado complicado para un novato. Finalmente se pas¨® varios meses en los t¨²neles del metro, varios meses, con su c¨¢mara a cuestas, gan¨¢ndose la confianza de los que hab¨ªan escogido huir a un sitio mucho m¨¢s acogedor que la superficie. El resultado de ello se llam¨® Dark days y es un documento granuloso, cercano, de ¨¢nimo naturalista. La obra de un tipo que no sabe nada de cine, pero que parece saber unas cuantas cosas del infinito apetito del ser humano por la supervivencia. Para recordarlo se acaba de editar en Estados Unidos un DVD que celebra los 10 a?os de existencia del documental. Hasta donde yo s¨¦, Dark days nunca pudo verse en Espa?a, as¨ª que no parece mala idea reivindicarla para aquellos que deseen entender lo que significa borrarse del sistema. De verdad. No en unas cuantas pancartas ni de boquilla, sino por las bravas.
Para los que no tengan est¨®mago para ello, Judith Schalansky propone un proyecto de ida (que no de vuelta) con el nombre Atlas der abgelegenen inseln (Atlas de las islas abandonadas). En el libro, publicado en 2009 en Alemania y que acaba de ser traducido al franc¨¦s (lo del espa?ol se antoja improbable, de momento), la autora pasa lista a un mont¨®n de islas abandonadas alrededor del globo. Unas son del todo habitables y otras aut¨¦nticos infiernos de escarcha, musgo y rocas pero no importa. En realidad tanto Schalansky como Singer nos exigen el esp¨ªritu aventurero que movi¨® a Schakleton, Amundsen o Cabot, la audacia de saber mirar m¨¢s all¨¢ de nuestras narices.
Estos d¨ªas, en plena supernova financiera, estamos asistiendo a un extra?o fen¨®meno que aunque pretende ser universal se circunscribe, curiosamente, a un pu?ado de calles, nada de islas o t¨²neles: Sol, Callao, la plaza Mayor, la Gran V¨ªa. De repente un mont¨®n de nombres son el caballo de batalla de los que creen que de los s¨ªmbolos a la victoria se llega sin pasar por la casilla de salida. Son los mismos que hablan de nuestra democracia con el despecho de los que solo han vivido una sola cosa y la consideran indigna, aunque la alternativa -que desconocen- sea, simplemente, una memez. Tachan al pa¨ªs de rep¨²blica bananera o de dictadura. En realidad parece que les importa un pito cu¨¢ntas personas han luchado por esta rep¨²blica bananera, por sus urnas o por su libertad. Y lo que es a¨²n peor: el que les critica por su falta de madurez o su indefinici¨®n gen¨¦tica no es menos que un fascista. Al final s¨ª que habr¨¢ que huir, est¨¢ claro, pero antes de hacerlo habr¨¢ que pedirles lo b¨¢sico: un poquito de respeto. Por favor.
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