La edad de bronce
El bronceado tambi¨¦n tiene su historia cultural. Sus or¨ªgenes son casuales y sobradamente conocidos: durante unas vacaciones en la C?te d'Azur, en el verano de 1920, Coco Chanel tom¨® m¨¢s sol de la cuenta. Su piel se tost¨® ligeramente y a sus admiradores les pareci¨® tan distinguido que empezaron a imitarla. Se trataba, por supuesto, de gente bien, la misma que, hasta ese momento, se resguardaba cuidadosamente de los rayos ultravioletas para evitar que la excesiva producci¨®n de melanina les hiciera parecer lo que no eran: pobres y provincianos. M¨¢s tarde, cuando el Frente Popular extendi¨® las vacaciones pagadas, las masas descubrieron que la piel bronceada -que siempre les hab¨ªa pertenecido- les igualaba a los burgueses. De repente, el color tostado era elegante y, sobre todo, denotaba vitalidad, buena alimentaci¨®n y contacto con la naturaleza redentora (es decir, ocio, tiempo libre). Los subterr¨¢neos y brutales murlocks y los solares y fr¨¢giles eloi -las dos razas humanas del futuro que H. G. Wells hab¨ªa imaginado en La m¨¢quina del tiempo (1895)- constitu¨ªan en los a?os treinta una sola especie unida por su pasi¨®n solar.
Pronto se lleg¨® a la conclusi¨®n de que hab¨ªa que ayudar al sol a hacer su trabajo. En 1953, Coppertone lanz¨® la publicidad que dispar¨® el negocio mundial de bronceadores: jugando en la playa, un simp¨¢tico cocker spaniel le arrancaba el ba?ador a una pudorosa ni?ita, dejando al descubierto el delicado culito sin broncear de la peque?a. El anuncio iba acompa?ado de una consigna en imperativo: "?No seas un rostro p¨¢lido!". Para entonces ya se hab¨ªa extendido la idea de que las personas con tez p¨¢lida o estaban enfermas o, simplemente, eran horteras: oficinistas, menestrales y obreros que trabajaban en siniestros cub¨ªculos iluminados por bombillas el¨¦ctricas. La industria cosm¨¦tica vinculada a los ba?os de sol multiplic¨® exponencialmente sus beneficios. Y cuando se descubri¨® que la esmirriada capa de ozono ya no filtraba convenientemente los rayos ultravioletas y que la exposici¨®n incontrolada al sol pod¨ªa provocar c¨¢ncer de piel, la industria se reinvent¨® para seguir forr¨¢ndose. Los bronceadores se transmutaron en una mir¨ªada de lociones y cremas que ofrec¨ªan una escala casi infinita de factores de protecci¨®n adecuados a cada tipo de piel.
La prehistoria del bronceado transcurre aproximadamente desde Atapuerca hasta que madame Chanel olvid¨® su sombrilla y se puso morena. Durante ese largu¨ªsimo periodo, la pauta de la elegancia la marcaba la piel blanca. Incluso hubo un periodo en que la blancura "natural" no era suficiente. Isabel I de Inglaterra, la reina virgen, embadurnaba su rostro con una pasta blanca fabricada a base de plomo y vinagre que le daba un aspecto fe¨¦rico, un maquillaje muy imitado por las cortesanas de la ¨¦poca. A sus contempor¨¢neas espa?olas tambi¨¦n les gustaba lucir espectrales: las damas "opiladas" (v¨¦ase El Acero de Madrid, de Lope de Vega, Castalia) obten¨ªan los mismos efectos a base de darse sus buenos atracones de arcilla, mordisqueando obsesivamente cuanto b¨²caro (los m¨¢s apreciados eran los de Estremoz) se pusiera a su alcance.
Piense en que usted es una diminuta pieza en esa larga historia cuando se est¨¦ tostando al sol en cualquier playa del mundo. Pero no le arriendo la ganancia si regresa a la oficina (suponiendo que todav¨ªa no haya sido despedido/a) con el mismo color que luc¨ªa cuando empez¨® sus vacaciones.
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