De lo est¨¦tico a lo pat¨¦tico
Degenerando, degenerando, el toro de lidia puede acabar en la nada. Ese parece ser el objetivo manifiesto de las figuras, que buscan el acompa?ante d¨®cil y facil¨®n, y el deseo irrefrenable de los p¨²blicos de hoy que prefieren el arte con becerros enfermizos antes que haza?as con toros. Adi¨®s a la casta, a la bella estampa, al toro fiero, agresivo, bravo y noble, y viva el reino del borrego peludo y suave.
Ayer se contaron cuatro orejas en la corrida de la Feria de M¨¢laga, el respetable vibr¨® como en las grandes tardes, pero lo ocurrido sobre la arena poco tuvo que ver con el pomposamente llamado arte del toreo.
No puede haber arte, primero, con el medio toro, ese tan perseguido por los que mandan en el escalaf¨®n; no puede haberlo con el borrego de sangre dulce y bondad infinita, tullido y tonto de remate a un tiempo, que solo produce en las almas c¨¢ndidas un sentimiento de espantosa vulgaridad. Con ese toro moderno naufragan los artistas con un toreo despegado, la muleta retrasada, siempre hacia fuera, de desesperante lentitud y frialdad; con ese animal lisiado y amodorrado solo es posible la postura aflamencada y rid¨ªcula tan en boga en el toreo actual.
DOMECQ / PONCE, CONDE, MANZANARES
Cinco toros de Juan Pedro Domecq, justos de presentaci¨®n, mansurrones, blandos y sosos; destacaron tercero y cuarto. El primero, de Luis Algarra, noble y blando.
Enrique Ponce: media (ovaci¨®n); estocada (dos orejas).
Javier Conde: estocada atravesada -aviso- y un descabello (ovaci¨®n); pinchazo y estocada (pitos).
Jos¨¦ Mar¨ªa Manzanares: estocada contraria (dos orejas); estocada (ovaci¨®n).
Plaza de La Malagueta. 17 de agosto. Corrida de feria. Casi lleno.
No puede haber arte con el borrego de sangre dulce y bondad infinita
Algo as¨ª, m¨¢s o menos, les ocurri¨® a Enrique Ponce y a Javier Conde en sus primeros toros, dos animalitos de penosa flojedad y docilidad perruna, y qued¨® claro que torear no es salir a pegar pases insulsos, y ensayar desplantes que rozan el rid¨ªculo. Torear es otra cosa; es, por ejemplo, mando, ce?imiento y ligaz¨®n. Volvi¨® a insistir Conde en el quinto -el m¨¢s soso, quiz¨¢- en su particular y desnaturalizada concepci¨®n del toreo con el que resulta dif¨ªcil emocionar.
Tampoco puede haber arte si cuando sale ese mismo toro y va y viene y desarrolla algo de casta -ese fue el caso del segundo de Ponce-, el veterano maestro se hace un l¨ªo, se siente incapaz de hacer el toreo verdadero y busca el aplauso de un p¨²blico generoso y triunfalista. Muy mal el torero valenciano con ese cuarto -que volte¨® aparatosamente al subalterno Alejandro Escobar, y result¨® magullado de pron¨®stico leve-, al que hizo una faena difusa, desordenada, ayuna de hondura y profundidad. Muchos pases para la galer¨ªa, exceso de pinturer¨ªa y poco toreo. Muchos circulares, ora de pie, ora espatarrado, pero ausencia clamorosa del toreo fundamental. Le concedieron dos exageradas orejas, todos quedaron contentos y la tauromaquia herida.
El esteta Manzanares tampoco fue ayer due?o de la armon¨ªa que lo caracteriza. Calidad desarroll¨® su primero y el torero no estuvo a la altura esperada. Los malague?os se lo quer¨ªan comer, pero el plato no result¨® apetitoso. Todo qued¨® en un toreo soso, de un quiero y no puedo desesperante. Fue un Manzanares low cost, de toreo barato y sin hondura. Pero como hizo feliz a su gente se lo premiaron con otras dos incomprensibles orejas. Aunque lo intent¨®, no pudo redondear su tarde ante el parado sexto.
Cuando a Ponce y a Manzanares se lo llevaban a hombros quedaban en el ambiente dos asertos: uno, si no hay respeto para el toro, dif¨ªcilmente puede haberlo para el torero; y dos, de lo est¨¦tico a lo pat¨¦tico no hay m¨¢s que un paso.
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