De la calle y sus disturbios
En 2005, Nicolas Sarkozy, ministro del Interior, tuvo que hacer frente a disturbios callejeros en las afueras de Par¨ªs (Seine-Saint-Denis) y a un largo centenar de veh¨ªculos incendiados en sus calles. La mecha: la muerte de dos adolescentes -Zyed Benna, de 17 a?os, y Bouna Traor¨¦, de 15- al refugiarse en un transformador el¨¦ctrico tras una persecuci¨®n policial. El ministro anunci¨® que la ley se aplicar¨ªa por doquier, y se extra?¨® de la pol¨¦mica que hab¨ªa suscitado la palabra "chusma" que ¨¦l mismo hab¨ªa empleado en los barrios conflictivos.
El reciente detonante de la violencia en Londres: la muerte de Mark Duggan, un negro de 29 a?os, abatido en una operaci¨®n policial. En esos grav¨ªsimos des¨®rdenes, los m¨¢s violentos en 25 a?os, muere otro joven en el distrito de Croydon, al sur de la capital, donde varias casas, establecimientos de cadenas nacionales y humildes tiendas de barrio son quemadas durante los violentos disturbios, a los que se a?aden tres muertes. Cameron anuncia que atajar¨¢ los "enfermizos" incidentes violentos.
Si no se mejora la situaci¨®n de los inmigrantes, habr¨¢ m¨¢s xenofobia y discriminaci¨®n
En Salt (Girona), a finales de enero de este a?o, un menor de edad de origen magreb¨ª fallece al caer al vac¨ªo cuando escala unas ca?er¨ªas huyendo de la polic¨ªa. La protesta acab¨® en gran algarada y quema de coches. En la posterior manifestaci¨®n pac¨ªfica, Iolanda Pineda se?al¨® que los vecinos de Salt dieron "un ejemplo de ciudadan¨ªa" e hizo un llamamiento a la Generalitat de ayuda a la educaci¨®n, urbanismo, salud y seguridad. Jaume Torramad¨¦ aboga ahora por la redistribuci¨®n de los inmigrantes, estableciendo cuotas de pisos y viviendas solo para personas con nacionalidad espa?ola. (Nadie escoge el lugar en el que nace, pero puede decidir el lugar en el que espera satisfacer sus aspiraciones leg¨ªtimas con el fin de vivir lo mejor posible -casi siempre con el fin de vivir sencillamente- y realizarse como persona).
Las causas y las consecuencias son semejantes en esos casos expuestos, en los que las autoridades alegan que los sucesos posteriores responden a un patr¨®n organizado y que muchos de los protagonistas de los altercados provienen de otros barrios o municipios.
Pero ?cu¨¢les han sido los antecedentes de esos incidentes? En una grave crisis econ¨®mica, carente de mesura y de uni¨®n pol¨ªtica, ?cu¨¢les las actitudes,cu¨¢les ciertos comentarios nada inocentes que da?an la convivencia respecto a la inmigraci¨®n?
Considerarla como problema principal, no desvincularla de la delincuencia en general y, sobre todo, alejarla de nuestra convivencia, fomentando guetos al margen de la sociedad civil, priv¨¢ndola de un rico y saludable mestizaje de culturas, es un grav¨ªsimo error con consecuencias que estallar¨¢n ante nuestros ojos.
El resultado de falta de argumentos y de herramientas pol¨ªtico-sociales que impidan mejorar la condici¨®n de los inmigrantes incrementar¨¢n reacciones xen¨®fobas y discriminatorias. Aunque no se tomen actitudes violentas contra las culturas, si no se promueve el di¨¢logo entre ellas se impide el verdadero mestizaje: equilibrio entre la escucha y la relaci¨®n mutua.
Siempre estamos a la sombra de nuestras propias culturas. Sombra que nos acompa?a y contin¨²a en nuestro fuero interno, incluso si vivimos mucho tiempo en una cultura diferente. Sin embargo, eso no es negativo: nuestras diferencias pueden convertirse en fuente de mutuo enriquecimiento. Lo que cuenta, lejos de leyes que rigen la comunicaci¨®n internacional, son las personas con su historia. Son las personas las que se reencuentran y no las culturas en el sentido abstracto del t¨¦rmino. Son las personas quienes deben aprender a reconocerse, respetarse y apreciar la rec¨ªproca alteridad.
Senghor, poeta y humanista senegal¨¦s que cant¨® la negritud -palabra creada por el martinico Aim¨¦ C¨¦saire-, fue gran defensor de la savia de las culturas: lo que lleg¨® a convertirse en fecunda, grandiosa, creaci¨®n literaria de las civilizaciones mediterr¨¢neas.
Los escritores con sus propias miradas sobre la realidad, con sus miradas incisivas, son la prueba jam¨¢s desmentida del poder de lucidez que caracteriza a la literatura, anunciadora de los males que acechan a la sociedad. Nos tienden el espejo de unos acontecimientos, unas actitudes, que nosotros -sus contempor¨¢neos y la historia- deber¨ªamos sentir empat¨ªa al reconocer.
En Francia son numerosas las obras que describen la marginaci¨®n y la xenofobia. El pionero marroqu¨ª Dris Chra?bi describe en Los chivos la vida dura y miserable de los populosos barrios destinados a los norteafricanos: los desarraigados. Ese inmigrante, "animal herido que le da verg¨¹enza morir a la luz del d¨ªa", sin un trozo de carne para llevar a la boca de su hijo enfermo, en medio de un pueblo indiferente. En Topographie id¨¦ale pour une agression caract¨¦ris¨¦e, del argelino Rachid Boudjedra, el inmigrante llega al metro de Par¨ªs: caverna, intestino, por donde gente de mirada cansina, desamparada y triste se apresura entre carteles, planos, tableros publicitarios, paredes, puertas, pasillos, que se multiplican en tr¨¢gica simetr¨ªa. La agresi¨®n frente a ese paisaje geom¨¦trico -mensajes desconocidos- alucina, desorienta al emigrante en el que anida la claustrofobia, el v¨¦rtigo.
Ese inmigrante, en Hospitalit¨¦ fran?aise, de Ben Jelloun, "es el que se mancha las manos, trabaja con su cuerpo, lo expone al riesgo, al accidente y al rechazo". Fouad Laroui, en Des b¨¦douins dans le polder y en tierras neerlandesas, adopta la s¨¢tira social, iron¨ªa del pudor del marginal: tono l¨²cido del desconocimiento del otro, di¨¢logo de sordos por ambas partes, generando situaciones tragic¨®micas.
En las urdimbres novelescas de la segunda generaci¨®n inmigrante magreb¨ª en Francia, los j¨®venes protagonistas en paro, con problemas de drogadicci¨®n, se re¨²nen en los huecos de las escaleras de los edificios de hormig¨®n con hacinamiento hormigueante. Hablan de su desarraigo, de "su barrio de exilio", lejos de la sociedad que les recuerda que eres "¨¢rabe", eres "musulm¨¢n". Y el relato Le sourire de Brahim, de Nacer Kettane, cobra triste realidad cuando el hermano del narrador, con el cr¨¢neo estallado en una manifestaci¨®n en Par¨ªs, es llevado dignamente por su madre.
Nina Bouraoui, en Gar?on manqu¨¦, recoge la historia de amor de su padre argelino y de su madre bretona como pretexto para explorar, denunciar, el racismo en la sociedad francesa: "Un d¨ªa, en la parada del autob¨²s n¨²mero 21, escucho decir mirando a mi padre: Hay demasiados ¨¢rabes en Francia. Much¨ªsimos. Y adem¨¢s cogen nuestros autobuses. Sus palabras y mi silencio. Esa incapacidad para responder. Para aullar. Este hombre es mi padre. Resp¨¦tele o le insulto. Resp¨¦tele o le golpeo. Resp¨¦tele o le mato. Y no es solamente mi padre. Es un hombre. Mi silencio confirma justo la expresi¨®n: estar fulminado por el dolor".
Desde Catalu?a, las marroqu¨ªes Najat el Hachmi y Laila Karrouch abogan por "ganar otra cultura" mientras conservan su propia identidad: ciudadanas en su nuevo pa¨ªs junto con la anhelada complicidad de los aut¨®ctonos, en sus textos autobiogr¨¢ficos Jo tamb¨¦ s¨®c catalana y De Nador a Vic. Esperanzado futuro: depositado en sus hijos y en la pr¨®xima generaci¨®n catalana.
Todos esos actuales ejemplos literarios, que dan cuenta del v¨¦rtigo de ese estar siempre un poco en otra parte, a veces en desfase con la realidad y con frecuencia heridos al presente, pero conscientes de medirse con coraje a la insolencia del azar, ?no nos lleva a reflexionar que algunos de nuestros antepasados participaron de esa realidad o que nuestros hijos o nietos, tal vez, participen un d¨ªa no tan lejano?
El mundo se compone de m¨²ltiples orillas: no son v¨ªrgenes, sino salpicadas por corrientes entreveradas desde tiempo inmemorial. Cada uno de nosotros, en su propia historia individual y psicol¨®gica, posee sus orillas, pero hay que remontarlas, ir al encuentro unos de otros, y hacer de ello nuestra riqueza y un mundo m¨¢s habitable.
A los viejos planteamientos de c¨®mo tejer diversidad y tolerancia, multiculturalismo y universalismo y de cu¨¢l debe ser la responsabilidad de cada uno, en ese derecho a la diferencia y el deber de semejanza, se a?ade ahora el acuciante desespero de una juventud sin futuro.
Leonor Merino es investigadora en la UAM, traductora y autora de La mujer y el lenguaje de su cuerpo. Voces literarias del Magreb (2011).
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