El t¨²nel del pasado
Lo que casi no han sabido contar en Espa?a la novela ni el cine lo ha ido contando durante m¨¢s de treinta a?os Cristina Garc¨ªa Rodero con su c¨¢mara fotogr¨¢fica. Las novelas espa?olas, como las pel¨ªculas espa?olas, tienden a situarse en un presente sin pasado o en un pasado sin presente. Hay pel¨ªculas de un juvenilismo tan extremo que roza la lobotom¨ªa, o bien que suceden en una posguerra entre tenebrosa e id¨ªlica, en la que siempre hay ni?os sobrecogidos y callados y adultos que murmuran a causa de su condici¨®n de vencidos o que exhiben con grotesca simpleza su condici¨®n de vencedores. Entre el pa¨ªs de unas pel¨ªculas y el de las otras parece que no hubiera ninguna conexi¨®n.
Y en cuanto a los novelistas, ni siquiera nos cabe la disculpa inapelable de la falta de medios. Ambientar una pel¨ªcula en una ciudad de otra ¨¦poca es mucho m¨¢s caro que ambientarla en un pueblo, y la falta de dinero favorecer¨¢ siempre el intimismo por encima de la ¨¦pica. Pero a los novelistas nos cuesta igual una escena de masas en la Gran V¨ªa de Madrid en los a?os cincuenta que un encuentro furtivo entre dos amantes en un prado, una conversaci¨®n a gritos en un bar de copas de ahora mismo que una larga panor¨¢mica sobre los cambios en la vida de un pueblo a lo largo de varias generaciones. Y sin embargo nos ha faltado demasiadas veces y nos sigue faltando la capacidad de atenci¨®n y de recuerdo necesaria para contar la historia m¨¢s poderosa que tenemos, que no es la del puro pasado ni la del puro presente, sino la de la mezcla de los dos: el pasado lent¨ªsimo que parec¨ªa eterno y de pronto cambi¨® a toda velocidad, casi de un d¨ªa para otro; y el presente que tantas veces se nos vuelve conflictivo o dif¨ªcil de comprender porque parece que un pasado sin remedio lo ahoga; y entre el uno y el otro la mezcla de lo que en cada tr¨¢nsito se pierde y lo que se gana, entre lo valioso que no se supo conservar y se malbarat¨® y lo s¨®rdido que perdura como una especie de condena.
Ese pa¨ªs de ahora mismo que parece de hace mucho tiempo es el que le salta a uno a la cara en las fotos de Cristina Garc¨ªa Rodero Es tan buena en lo que hace que uno tiene la impresi¨®n de estar viendo no fotograf¨ªas sino crudos fragmentos de la vida
En todo se ha ido fijando Cristina Garc¨ªa Rodero desde hace m¨¢s de treinta a?os. Cuando el ¨²nico relato posible parec¨ªa en Espa?a el del cambio pol¨ªtico y la modernidad acelerada en las capitales de los ¨²ltimos setenta, de los primeros ochenta, ella se fue a fotografiar las romer¨ªas y las ferias de los pueblos m¨¢s apartados. La obsesi¨®n oficial era demostrar lo modernos que nos hab¨ªamos vuelto; tambi¨¦n, contradictoriamente, recuperar ra¨ªces ancestrales, revivir tradiciones, inventarlas si hac¨ªa falta. Cualquier cosa antes que mirar lo que realmente estaba delante de los ojos. Porque el franquismo hab¨ªa prohibido el carnaval, su recuperaci¨®n se convirti¨® en un empe?o cultural prioritario, incluso en lugares donde el carnaval nunca hab¨ªa existido o donde no hab¨ªa tenido ning¨²n lustre. Carnavales y fiestas vern¨¢culas de cualquier pelaje se convirtieron en una gran industria municipal a la que se empezaron a dedicar en los primeros ochenta r¨ªos incalculables de dinero. Ahora que se publican las cifras pavorosas de la deuda que asfixia nuestra econom¨ªa uno se pregunta qu¨¦ parte de ella corresponde a los despilfarros l¨²dicos de una cultura oficial que incre¨ªblemente no parece haberse interrumpido ni este verano de penitencias financieras, cuando en los mismos peri¨®dicos que cuentan la quiebra de los ayuntamientos vienen las noticias sobre las ferias beodas en las que se corren vaquillas a costa del dinero p¨²blico, y en las que se ha hecho tan c¨¦lebre ese toro Rat¨®n que ha corneado ya a unos cuantos juerguistas.
Ese pa¨ªs de ahora mismo que parece de hace mucho tiempo es el que le salta a uno a la cara en las fotos de Cristina Garc¨ªa Rodero. En el C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid el formato grande de las copias impone de una manera m¨¢s terminante su presencia. Garc¨ªa Rodero es tan buena en lo que hace que uno tiene la impresi¨®n de estar viendo no fotograf¨ªas sino crudos fragmentos de la vida. Con un artista de su estilo es f¨¢cil ser injusto, porque la naturalidad del resultado puede tomarse por el simple azar de la observaci¨®n, y porque el suyo es un arte que no quiere llamar la atenci¨®n sobre s¨ª mismo sino sobre los seres humanos y los lugares de los que se alimenta. Hay que fijarse un poco m¨¢s para reparar en el cuidado de una composici¨®n que finge ser una escena captada arbitrariamente: una agrupaci¨®n piramidal de cabezas de abuelos coronada por una ni?a vestida de hada o de princesa que lleva un gorro c¨®nico; una novia de los a?os ochenta que sonr¨ªe delante de un paisaje aldeano dividido por la mitad por un camino que va a perderse en la lejan¨ªa, y que es el camino simb¨®lico en la vida de esa mujer joven entre ilusionada y asustada, con su belleza agreste, con su peinado que imita el de las estrellas de las series de televisi¨®n; una ni?a que sostiene una vela y mira a la c¨¢mara con fijeza y desaf¨ªo, contra un fondo tenebrista en el que se insin¨²a la mano adulta que se le posa en el hombro, protegi¨¦ndola y a la vez imponi¨¦ndole el peso de una tradici¨®n sombr¨ªa; un bosque incendiado de noche en el que resaltan contra el fuego troncos de ¨¢rboles y una silueta humana; una mujer que sostiene entre las manos un largo cuchillo afilado y una cabeza reci¨¦n cortada como de tibur¨®n, como una Judith proletaria que acabara de decapitar a Holofernes; unas cabezas de mujeres penitentes adornadas por las cabezas de cera de unos exvotos.
La c¨¢mara de Cristina Garc¨ªa Rodero es un t¨²nel enga?oso del tiempo: veo una foto que me parece de mi infancia y resulta ser de los a?os ochenta; alguna otra es del a?o pasado y resulta id¨¦ntica a las de hace treinta a?os. Las figuras y m¨¢scaras de carnaval, los penitentes arrodillados sobre una tierra est¨¦ril que les martirizar¨¢ la piel, coexisten con los signos de los nuevos tiempos, con las ventanas de marco de aluminio en las casas de pueblo, con las espantosas fachadas modernas cubiertas de mosaicos de piscina, con los tejados de uralita sobre los cobertizos y las puertas met¨¢licas de las cuadras convertidas en garajes. En el reverso de las romer¨ªas con ata¨²des blancos y con cristos y v¨ªrgenes de vestimentas barrocas y melenas de pelo natural est¨¢n las fiestas modernizadas en las que ya tocan conjuntos pueblerinos de rock o en las que hay desfiles de caribe?as opulentas con zapatos de plataforma y bikinis de lentejuelas. La prestigiosa transgresi¨®n del carnaval, tan celebrada por concejales y consejeros de Cultura, culmina en la meada mular de un borracho que r¨ªe desnudo en medio de la calle, a pleno d¨ªa, rodeado de gente, alzando una botella con gesto de triunfo. La lluvia ha desbaratado una procesi¨®n pero una mujer sola contin¨²a cumpliendo su penitencia de rodillas, debajo de un paraguas. Al final del t¨²nel que conecta el presente y el pasado hay una foto de Cristina Garc¨ªa Rodero.
Cristina Garc¨ªa Rodero. Transtempo. C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid. Hasta el 2 de octubre. www.circulobellasartes.com. antoniomu?ozmolina.es
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