Incidente en Par¨ªs
El pr¨®ximo 11 de septiembre se cumplir¨¢n 100 a?os exactos de un choque que tuvo lugar entre un triciclo y un autom¨®vil en uno de los bulevares de Par¨ªs. A consecuencia del golpe, el triciclo se qued¨® con la rueda delantera deformada. El empleado de panader¨ªa, que hasta aquel momento hab¨ªa pedaleado con total despreocupaci¨®n, se ape¨® y se dirigi¨® hacia el automovilista, que se ape¨® igualmente. Enseguida comenzaron a recriminarse sus respectivas formas de conducir y se cre¨® el cl¨¢sico corro de gente que deseaba saber qui¨¦n llevaba la raz¨®n. En cierta forma, dos culturas entraron en conflicto: el automovilista era alguien instruido que, encima, ten¨ªa el don de la palabra, mientras que el panadero se defend¨ªa solo gesticulando y, para colmo, haciendo siempre el mismo gesto.
Uno de los testigos del choque aquel 11 de septiembre de 1911 fue el peat¨®n Franz Kafka
Cuando la pelea comenz¨® a estancarse, se llam¨® a un polic¨ªa para que reanimara el espect¨¢culo. Uno de los testigos del choque en aquel bulevar de Par¨ªs fue el peat¨®n Franz Kafka que, de paso por la ciudad aquel 11 de septiembre de 1911, registr¨® en su diario el incidente, anotando todo tipo de detalles, como, por ejemplo, la gran cantidad de espectadores nuevos que se a?adieron al corro inicial en cuanto apareci¨® aquel polic¨ªa, de quien todo el mundo parec¨ªa esperar que resolviera el asunto de inmediato con toda imparcialidad y, adem¨¢s, les permitiera el gran goce de poder presenciar en directo la redacci¨®n de un atestado. Como tantas veces en estos casos, el polic¨ªa se hizo un l¨ªo. El polic¨ªa, escribi¨® Kafka en su diario, se equivoc¨® un poco en el orden de sus anotaciones, y en algunos momentos, en su esfuerzo por poner las cosas de nuevo en su sitio, no oy¨® ni vio ninguna otra cosa.
Algo por el estilo me ocurri¨® hace 10 a?os cuando quise poner orden en mis anotaciones sobre el atentado de las Torres Gemelas y escribir sobre el asunto. Me hice tal l¨ªo que termin¨¦ vi¨¦ndolo todo de forma kafkiana y de pronto me encontr¨¦ buceando en el mundo del propio Kafka, tratando de saber qu¨¦ hab¨ªa hecho ¨¦l en alg¨²n 11 de septiembre del pasado. Fue as¨ª c¨®mo descubr¨ª que en 1901 no llevaba todav¨ªa ning¨²n diario, pero s¨ª el 11 de septiembre de 1911, que fue cuando presenci¨® en Par¨ªs aquel choque de bulevar.
Si algo no fue nunca Kafka fue profeta, pero s¨ª ten¨ªa algo de espejo; ¨¦l mismo le dijo a Gustav Janouch que se ve¨ªa a veces como un espejo que se avanzaba: un espejo que ten¨ªa la capacidad, como algunos relojes, de adelantarse. No estoy hablando pues de virtudes prof¨¦ticas, sino de un agudo sentido de la percepci¨®n, que es algo distinto y suele ser m¨¢s habitual en los escritores que las profec¨ªas. Kafka fue seguramente el m¨¢s perceptivo de los escritores del siglo pasado. Hace 10 a?os, cuando hall¨¦ aquella meticulosa descripci¨®n del choque en Par¨ªs entre un panadero y un automovilista, sent¨ª el impulso misterioso de seguir buceando en sus diarios, como si aquel incidente fuera solo el punto de arranque de un relato y pudiera encontrar en otras p¨¢ginas de su diario la continuaci¨®n de la historia.
Y as¨ª fue como sal¨ª en busca de lo que hab¨ªa anotado Kafka un a?o despu¨¦s, el 11 de septiembre de 1912. Para mi sorpresa, ese d¨ªa el escritor so?¨® que estaba en una lengua de tierra construida con piedras de siller¨ªa que se adentraba en el mar. Al principio, no sab¨ªa d¨®nde estaba, hasta que descubr¨ªa muchos nav¨ªos de guerra alineados y firmemente anclados: "A la derecha se ve¨ªa Nueva York, est¨¢bamos en el puerto de Nueva York".
Tras la sorpresa, segu¨ª leyendo hasta el final, cuando el so?ador acababa sent¨¢ndose, recog¨ªa los pies contra su cuerpo, se estremec¨ªa de placer, se hund¨ªa realmente de gusto en el suelo y dec¨ªa: ?Pero si esto es a¨²n m¨¢s interesante que el tr¨¢fico de los bulevares de Par¨ªs!
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