Sanidad p¨²blica: el buque fantasma
La primera vez que estuve en el edificio de traumatolog¨ªa del hospital Vall d'Hebron de Barcelona fue hace poco menos de diecisiete a?os, para una consulta que dio lugar a una exitosa operaci¨®n en la rodilla y una excelente relaci¨®n con el doctor Joan Nardi, jefe del servicio y una de las personalidades m¨¢s sensatas y divertidas que he conocido, con o sin bata. Tengo fe ciega en ¨¦l y sus diagn¨®sticos: nunca enga?a, ni pone pa?os calientes, ni permite que uno pida milagritos. Ayuda mucho a encajar la realidad y a torearla.
Mi rodilla -y mis huesos, en general- encontraron en ese edificio azul y blanco, grande y s¨®lido, emblem¨¢tico, una especie de hogar sanitario. No, una especie, no: un hogar sanitario real, serio. Entrar y salir, tanto por urgencias, con muletas -porque no tiene pelda?os-, como subiendo la escalera principal con un bast¨®n o ya sin ¨¦l y casi bailando, entrar all¨ª, digo, nunca fue para m¨ª motivo de desaz¨®n o recelo. Me abr¨ªa paso por entre los pacientes internos que, en silla de ruedas o m¨¢s o menos perjudicados, tomaban el sol a la entrada y fumaban. Me met¨ªa como pod¨ªa en los atiborrados ascensores, concebidos para albergar holgadamente una camilla, me arriesgaba a subir y bajar y viajar en el ascensor, con tal de no perderlo. Cuando frecuentaba la sala de rehabilitaci¨®n, en donde tantas lecciones de humanidad recib¨ª -tanto sufrimiento verdadero, entre aquellas paredes-, me sent¨ªa segura, como en todo el edificio y, m¨¢s adelante, en la construcci¨®n principal. Tuve hospitalizados a parientes, a amigos, pas¨¦ angustias, me deprim¨ª saliendo y dejando atr¨¢s tanto dolor, tantos dolores, tantas vidas que, en su momento de m¨¢xima fragilidad, encontraban en la sanidad p¨²blica, al menos, la seguridad de recibir aquello por lo que hab¨ªan estado pagando durante a?os, d¨¦cadas de trabajo.
"El esfuerzo de todo el personal sanitario puede destruirse por decreto en dos d¨ªas"
Ayer volv¨ª a pasar consulta. No hab¨ªa ido desde abril: antes de iniciar la gira de mi ¨²ltimo libro, mi traumat¨®logo predilecto me ech¨® una ojeada y me dijo que pod¨ªa afrontarla. ?Cu¨¢nto tiempo ha transcurrido desde entonces? ?Cuatro, cinco meses?
Me cuesta referir aqu¨ª lo que ayer hall¨¦, c¨®mo ha arrasado la pol¨ªtica de recortes -aqu¨ª y ahora de la Generalitat convergente; aunque ya antes empez¨® a moverse el piso- aplicada sin piedad y a rajatabla. Las cifras sobre Vall d'Hebron, conocidas p¨²blicamente -como las que afectan a todos los centros sanitarios p¨²blicos- gracias a filtraciones y a sindicatos, se convierten en un rudo mazazo cuando se encuentra una frente a sus consecuencias. Algo que ha costado tanto construir puede destruirse por decreto en dos d¨ªas. El esfuerzo de m¨¦dicos, enfermeros, celadores, camilleros, de todo el personal sanitario: a tomar por saco. Qu¨¦ satisfechos deben de sentirse los gobernantes globales. Vosotros os esforzasteis por levantar cabeza durante siglo y pico, nosotros os achantamos de hoy para ma?ana. As¨ª. Sin complejos. ?Hay grandeza en esa manera de gobernar? No me lo parece. Ser un mandado es ser un mandado, aunque quien pague los platos rotos y los recados servidos sea el ciudadano raso.
De modo que las 7.000 operaciones que dejar¨¢n de realizarse este a?o en el complejo Vall d'Hebron, las 56 camas eliminadas definitivamente, y las que caer¨¢n; y los cierres que vienen, y lo que est¨¢ sucediendo en ambulatorios, en otros hospitales... Todo ello se materializ¨® ante mis ojos. Y el edificio vac¨ªo de traumatolog¨ªa de Vall d'Hebron se convirti¨® en la met¨¢fora viviente de la ruina moral y social en que hemos entrado en este invierno de nuestro descontento que se inici¨® con la crisis m¨¢s grande, s¨ª, pero tambi¨¦n gestionada por los in¨²tiles m¨¢s audaces y despiadados que hemos conocido.
No hab¨ªa enfermos ni hab¨ªa camillas ni hab¨ªa enfermeros ni hab¨ªa pr¨¢cticamente luz en la planta del servicio, cuando sal¨ª del vac¨ªo ascensor. Han desaparecido las personas de recepci¨®n que nos acog¨ªan. Nadie circula por los pasillos, nadie espera en la salita.
Y nadie tuvo que contarme lo que contempl¨¦, lo que sent¨ª. La impresi¨®n de naufragio de algo mucho m¨¢s grande que nosotros, algo que nos un¨ªa. Yo me resisto a llamarlo Estado del bienestar, y lo definir¨ªa m¨¢s bien como estado de reparaci¨®n de injusticias, de redistribuci¨®n de la riqueza que hemos generado.
C¨®mo duele ese edificio a media luz. Pero s¨®lo a quienes nos importa.
www.marujatorres.com
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