Distra¨ªdos de la distracci¨®n por la distracci¨®n
Est¨¢n ustedes en lo cierto: un t¨ªtulo tan bueno no puede ser m¨ªo. Lo he robado de 'Burnt Norton', el primero de los Cuatro Cuartetos, de T. S. Eliot, del que poseo un ejemplar ya muy asendereado que suelo llevar en mis viajes, como una especie de fetiche literario del que siempre acabo leyendo siquiera un par de fragmentos. Curiosamente, el verso (al que le sigue otro que lo completa y que dice: "Llenos de fantas¨ªas y vac¨ªos de sentido") est¨¢ siendo ¨²ltimamente muy utilizado por los analistas angl¨®fonos en sus reflexiones acerca del modo en que Internet est¨¢ configurando nuestro (ya de por s¨ª precario) estar en el mundo. Los que trabajamos ante una pantalla conectada al ciberespacio intuimos los efectos de la sobrecarga semi¨®tica a la que nos sometemos m¨¢s o menos voluntariamente (con la aquiescencia de pol¨ªticos y banqueros, siempre contentos si nos notan distra¨ªdos). Cada vez sabemos menos de m¨¢s cosas. O, si se prefiere, cada vez sabemos m¨¢s cosas que nos bloquean el saber que importa. Escribir -un oficio de concentraci¨®n y silencio- resulta hoy m¨¢s dif¨ªcil que nunca, al menos para los que no somos como Jane Austen, capaz de hacerlo mientras la familia alborotaba a su lado. Como tambi¨¦n resulta dif¨ªcil aquel admirarse -el Zaumatsein- que los plat¨®nicos juzgaban requisito previo del filosofar: como adelantaba Ray Bradbury (Cr¨®nicas marcianas, Minotauro), hemos perdido nuestra capacidad de asombro. En la ubicua pantalla omnisciente buscamos algo, pero enseguida nos vamos a otra cosa, y de ah¨ª a otra, y luego a otra: a la primera de cambio nos distraemos de la distracci¨®n con otras distracciones. En el entretanto, el mundo experimenta dram¨¢ticas transformaciones. Centr¨¢ndome en los asuntos de esta p¨¢gina: los editores, los libreros, los agentes literarios, los distribuidores (?qu¨¦ ser¨¢ de ellos, Fabio?) permanecen perplejos, angustiados y -salvo excepciones- unos metros por detr¨¢s de los acontecimientos que parecen dar jaque a su "modelo de negocio". La recepci¨®n, entre aprensiva y desde?osa, que han tenido las declaraciones de m¨ªster Greeley, vicepresidente de Amazon para Europa -y que, fiel a la estrategia de su casa, todav¨ªa no ha mostrado su arsenal-, es suficientemente significativa. Y, sin embargo, hay rutinas que nunca acaban. Como es habitual en estas fechas, llegan los lanzamientos globalizados de nuevos libros de viejos conocidos, dispuestos a pelearse por el primer puesto en la campa?a prenavide?a. En unos d¨ªas, por ejemplo, compartir¨¢n mesa de novedades La confesi¨®n de John Grisham (Plaza & Jan¨¦s), y Vivo o muerto, de Tom Clancy, un autor que Planeta ha perdido en favor de la siempre secretista Umbriel, quiz¨¢s porque no le sal¨ªan las cuentas. Hace tiempo que Umbriel persigue un bombazo que le haga revivir (aunque sea de lejos) las satisfacciones que le proporcionaron los millonarios bodrios de Dan Brown. Pero -ay- tampoco los best sellers son lo que fueron. He le¨ªdo (legalmente) el primer cap¨ªtulo de ambos, y he experimentado la misma sensaci¨®n que ante esos tr¨¢ilers que logran disuadir a los espectadores de ver la pel¨ªcula que anuncian: d¨¦j¨¤ vu o, para ser m¨¢s correctos, d¨¦j¨¤ lu. Y conste que el de Grisham pinta mejor: incluso podr¨ªa terminarlo, como prueba de buena voluntad, a cambio de que mi condena a muerte fuera conmutada in extremis por el gobernador del Estado. Por cierto que el mamotreto de Clancy (640 p¨¢ginas, seg¨²n la web de Umbriel, aunque Albin Michel, su editorial francesa, lo anuncie en dos tomos y "m¨¢s de 900 p¨¢ginas") est¨¢ firmado tambi¨¦n por su colaborador Grant Blackwood, cuyo nombre siempre figura en cuerpo menor. De nuevo se trata de un tecnothriller protagonizado por pap¨¢ Jack Ryan -fundador de El Campus, la organizaci¨®n secreta consagrada a exterminar a terroristas- y su hijo hom¨®nimo. Los malos: los habituales islamistas fan¨¢ticos, que dan tanto juego narrativo desde hace un par de d¨¦cadas (nada prodigiosas).
Egiptolog¨ªas
Me pregunto cu¨¢ndo empez¨® el love affaire de los editores con la egiptolog¨ªa. Los primeros egipt¨®logos fueron, desde luego, los propios faraones. Y luego vinieron los sucesivos conquistadores y exploradores. Jean-Fran?ois Champollion, Thomas Young e Ippolito Rosellini dieron pasos de gigante en el conocimiento del antiqu¨ªsimo pa¨ªs. Pero la egiptolog¨ªa s¨®lo se hizo verdaderamente popular -y, por tanto, asunto masivamente publicable- a partir del espectacular y mediatizado descubrimiento (1922) de la tumba de Tutankam¨®n por Howard Carter y su supermillonario patrocinador George Herbert, quinto conde de Carnarvon. Desde entonces no hay temporada editorial sin sus correspondientes libros sobre Egipto, un pa¨ªs convertido en destino tur¨ªstico desde que Thomas Cook inventara las agencias de viaje. La rentr¨¦e nos ha tra¨ªdo varios, pero hay dos que no deber¨ªan pasar inadvertidos. Auge y ca¨ªda del antiguo Egipto, de Toby Wilkinson (Debate), constituye una s¨ªntesis (700 p¨¢ginas) tan apasionante como erudita de su tres veces milenario periodo fara¨®nico, desde Narmer, primer unificador del territorio hasta Cleopatra VII. Wilkinson presta particular atenci¨®n a la evoluci¨®n de la cultura y de la sociedad, haciendo hincapi¨¦ en el concepto de "naci¨®n" y en el modo en que la unidad pol¨ªtica y cultural era experimentada por el pueblo. Cleopatra, la ¨²ltima reina de Egipto, de Joyce Tyldesley (Ariel), es una biograf¨ªa sin mitos de uno de los m¨¢s mitificados gobernantes de la historia. Ambos libros participan de esa especial cualidad que imprimen a sus libros los historiadores brit¨¢nicos, al menos aquellos que no son reacios a divulgar sus obras en c¨ªrculos m¨¢s amplios que el formado por sus colegas. Ya s¨¦ que para que estos historiadores existan se necesita tambi¨¦n a los, digamos, acad¨¦micos. Pero es que por aqu¨ª, y salvo gloriosas excepciones, la mayor¨ªa pertenece al segundo grupo.
Artaud
En unos d¨ªas Gallimard pondr¨¢ a la venta el ¨²ltimo tomo de los Cahiers d'Ivry, con el que se completa -tras a?os de enconadas disputas entre derechohabientes y editores- las problem¨¢ticas obras completas de Antonin Artaud (1896-1948). Los cahiers recogen las notas, dibujos, exorcismos, fragmentos, variantes, ideas y proyectos del inclasificable poeta, actor, artista y dramaturgo durante su estancia en el asilo de Ivry, en el ¨²ltimo a?o de su vida. Se trata de un conjunto de apuntes (originalmente dispersos en multitud de cuadernos escolares) en los que lo gestual y lo visual vienen a subrayar el ansia total y angustiosa de absoluto que caracteriz¨® la indagaci¨®n personal y literaria de Artaud. Por cierto que en su nueva y divertida novela, Diles que son cad¨¢veres (Mondadori), Jordi Soler se centra en un singular grupo de personajes que, muchos a?os despu¨¦s, siguen las huellas de Artaud durante su extra?o viaje a Irlanda en agosto de 1937, cuando pretendi¨® devolver a los irlandeses el aut¨¦ntico bast¨®n de san Patricio.
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