La libertad del hast¨ªo
Lo que han conseguido los diputados catalanes con la fuerza de los votos (echar a la gente de las plazas) lo van a conseguir en el resto del pa¨ªs los taurinos con el empuje de la libertad. All¨ª ya no se puede ir a los toros, y, aqu¨ª, m¨¢s pronto que tarde, el p¨²blico le dar¨¢ la espalda a este espect¨¢culo si persiste la falta de respeto, la decadencia galopante, el hast¨ªo, el sopor y un bochorno dif¨ªcilmente soportable. As¨ª, no hay cuerpo que aguante; as¨ª, no hay criatura que soporte dos horas en la dura piedra.
Si hay quien va a los toros a pagar un dineral, a comprar, encima, una almohadilla, aguantar el puro humeante del vecino, las rodillas del que se sienta detr¨¢s y tantas y diversas incomodidades como supone una corrida de toros en el siglo XXI; si hay quien, a pesar de todo, sigue yendo a los toros es que tiene fe en la emoci¨®n, ese sentimiento que supera a la piedra, al humo, al vecino, al viento, a la lluvia...
SAN LORENZO / EL CID, CASTELLA, PERERA
Toros de Puerto de San Lorenzo, -el sexto, devuelto-, bien presentados, inv¨¢lidos, mansos y muy descastados, a excepci¨®n del cuarto, bravo y encastado. El sobrero, de Los Bayones, inv¨¢lido y desclasado.
El Cid: estocada contraria (silencio); pinchazo y bajonazo descarado (ovaci¨®n).
Sebasti¨¢n Castella: estocada trasera y ca¨ªda (silencio), cuatro pinchazos (silencio).
Miguel ?ngel Perera: media ca¨ªda -aviso-, cinco descabellos y el toro se echa (silencio); casi entera (silencio).
Plaza de Las Ventas. Primera corrida de la Feria de Oto?o. 30 de septiembre. Casi lleno.
Pero lo de ayer no tiene perd¨®n de Dios. Vaya corrida: un cartel de figuras y una ganader¨ªa de post¨ªn; un festejo insoportable con toros birriosos, inv¨¢lidos, descastad¨ªsimos, y toreros avejentados, tristes, cansados, desangelados... ?Para qu¨¦ sirve la libertad de ir a los toros si no hay toros? ?Cu¨¢nto durar¨¢ la ilusi¨®n si lo que persiste a?o tras a?o es una profunda decepci¨®n? ?Cu¨¢ndo estos taurinos entender¨¢n que est¨¢n matando el presente y el futuro? As¨ª, con toda seguridad, no ser¨¢n necesarios pol¨ªticos abolicionistas; as¨ª, no ser¨¢ necesaria la eutanasia catalana; as¨ª, la fiesta morir¨¢ de inanici¨®n.
El Cid, Sebasti¨¢n Castella y Perera, tres figuras consolidadas, llegan a Madrid cansados, quiz¨¢, de una larga temporada. Y bien que se les nota. Ni un ¨¢pice de alegr¨ªa en ninguno de los tres, un atorrullamiento general, ausencia de ideas, todo muy desangelado, sin gracia, sin tono, sin voluntad de pelea, como caricaturas de s¨ª mismos, desbordados, dubitativos, son¨¢mbulos...
No hay m¨¢s que ver a El Cid, precavido en exceso, saturado o atorado, en ese primer toro, gazap¨®n y con trote cochinero y de recorrido insulso, al que torea, es un decir, despegado y soso, sin apostar un alamar. E insiste en el agotamiento en la b¨²squeda de no se sabe qu¨¦ delante de un animal amuermado.
Pero sale el cuarto, el ¨²nico toro sobresaliente de la corrida y el panorama parece cambiar de color. Y mucha gente cree estar viendo el toreo verdadero cuando El Cid capotea a la ver¨®nica sin apreturas ni hondura en los compases de recibo y en un quite. Cuando toma la muleta parece que el torero se ha venido arriba, el toro -que empuj¨® en el caballo y persigui¨® en banderillas a un torer¨ªsimo Rafael Perera El Boni, que se luci¨® en un espl¨¦ndido primer par- le espera desafiante y embiste con codicia con la cara a media altura, y se repiten las tandas de naturales despegados, con la suerte descargada, sin profundidad ni autenticidad.
Mejora su labor con la mano derecha en muletazos desmayados, cargados de sentimiento, y en unos ayudados por bajo finales que preceden a la debacle de un pinchazo y un infamante bajonazo. ?Oh...! Pues si mata a la primera y le conceden la oreja, hubiera sido de escaso peso, pues este no es el verdadero Cid, que me lo han cambiado, sino un torero moderno que ayer no rompi¨® como figura en ning¨²n momento. Bien, porque sus mu?ecas encierran clase de la buena, pero muy mal porque a ese toro hab¨ªa que cortarle las dos orejas con el toreo aut¨¦ntico.
Poco que decir de Sebasti¨¢n Castella y Rafael Perera. No tuvieron oponentes para el triunfo, ciertamente, pero ofrecieron una lamentable imagen de ausencia de mando, autoridad, conocimiento e ideas. Superados ambos en todo momento por las circunstancias, sin saber qu¨¦ hacer, a merced de la soser¨ªa de los toros, con esa lamentable impresi¨®n tan impropia de quienes se llaman figuras.
Naufragio total de los dos. Castella quiso brindar al p¨²blico su primero -un inv¨¢lido enfermizo- y se lo impidieron con raz¨®n. ?En qu¨¦ estar¨ªa pensando el torero? Y dio muchos pases a este y al quinto con el pico por bandera y la muleta retrasada. Y Perera particip¨® del naufragio despegado siempre, superficial y anodino. Un horror... Como esto siga as¨ª, el hast¨ªo acabar¨¢ con la libertad.
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