Un gran autor, una gran biblioteca
Un libro recoge los secretos de las colecciones de 20 escritores - Gamoneda, Landero y P¨¦rez-Reverte tienen un 'corredor de la muerte' de obras sin inter¨¦s
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Antonio Gamoneda le bautiz¨® como "el inspector de bibliotecas". Desde 2007, el periodista Jes¨²s Marchamalo visit¨® las casas de 20 autores. Husme¨® con libertad en sus estanter¨ªas: "No hubo que embaucar a nadie, incluso gente famosa por su privacidad se mostr¨® dispuesta, hab¨ªa una voluntad expresa de hablar de libros". Disfrut¨® como un ni?o. Esas incursiones -varias publicadas en Abc- se recogen ahora en Donde se guardan los libros (Siruela).
La primera biblioteca de Mario Vargas Llosa fue un fest¨ªn para la polilla. Se iba a Europa -hablamos de 1958- y almacen¨® 1.000 libros en el desv¨¢n de sus abuelos en Lima. Cinco a?os despu¨¦s descubri¨® la cat¨¢strofe: ro¨ªdos y desaparecidos. Con el tiempo encontr¨® uno en una tienda y lo recompr¨®. No hab¨ªa duda de que era el suyo. "Porque siempre ha tenido la costumbre, algo escolar, burocr¨¢tica, de firmar los libros con su nombre, la fecha y la ciudad; de anotarlos y, una curiosidad inquietante, tambi¨¦n de puntuarlos. Del 1 al 20, como se hace en las escuelas en Per¨²", detalla Marchamalo. El escritor tiene ahora 25.000 vol¨²menes, repartidos entre Lima, Madrid y Par¨ªs. No se deshace de ninguno.
Vargas Llosa no se deshace de ning¨²n volumen y los punt¨²a del 1 al 20
Las estanter¨ªas de Javier Mar¨ªas sirvieron a la publicidad durante a?os. Desvela Marchamalo que el fabricante se enamor¨® de la obra, una vez rebosante de libros, y la us¨® en revistas. Mar¨ªas atesora unos 20.000 vol¨²menes, apilados por toda la casa. Con los a?os, ha acabado pareci¨¦ndose al hogar de sus padres, donde los libros crec¨ªan de un d¨ªa para otro. La gran diferencia, cuenta el periodista, es que el novelista los ordena y en la casa paterna se dejaban sueltos esperando que ellos mismos se acomodasen.
Una noche, Enrique Vila-Matas, mucho antes de publicar su primera novela en 1973, decidi¨® deshacerse de sus manuales de Derecho. "Lloviendo, a hurtadillas, en dos viajes interminables, como un conspirador, baj¨® a la calle cargado de maletas y arroj¨® a un contenedor, libro a libro, sus tres a?os de carrera. Luego subi¨® a casa, exhausto, se encerr¨® y emprendi¨® una nueva vida tras tomarse un Frenadol". Los libros que sustituyeron a los desalojados no guardan un orden alfab¨¦tico ni convencional. El periodista dedujo que responden a una clasificaci¨®n "secreta, amparada por una memoria visual que le permite recordar cada lomo y localizarlo de un vistazo".
La acad¨¦mica Soledad Pu¨¦rtolas hace ya tiempo que descubri¨® la devoci¨®n de su perra, Lura, por los libros, "sobre todo los encuadernados en tela, que mordisquea con delectaci¨®n en cuanto tiene ocasi¨®n de hacerse con uno", cuenta Marchamalo. As¨ª que la labradora tiene responsabilidad en el orden, "antes que la inicial del autor, o la cronolog¨ªa, lo preside la altura de una labradora puesta en dos patas: de ah¨ª para arriba es donde est¨¢n los ejemplares comestibles".
El poeta Antonio Gamoneda aprendi¨® a leer con el poemario Otra m¨¢s alta vida, el ¨²nico escrito por Antonio Gamoneda padre. La biblioteca de la familia, en Oviedo, fue otra de las muchas bajas de la Guerra Civil. "El libro de mi padre fue durante mucho tiempo el ¨²nico libro que ten¨ªamos". Su biblioteca actual creci¨® sin ra¨ªces, construida con mimo por el premio Cervantes. Con lo bueno y lo malo. "Y nunca he tirado uno (...) muchos que me llegan, con frecuencia dedicados, y que guardo, me interesen o no, por respeto a quien me los mand¨® y su vocaci¨®n de afecto", confiesa. Hay un lugar para arrinconar los menos interesantes: el desv¨¢n. "All¨ª, en silencio, en penumbra, cubiertas con pl¨¢sticos, acaban las cajas con los libros condenados".
Una o dos veces al a?o, Luis Landero abandona en el banco de una plaza madrile?a 50 o 60 libros. "Y siempre vuelve al rato, para ver c¨®mo viandantes an¨®nimos, convecinos, estudiantes, repartidores, jubilados ociosos se interesan por ellos, los hojean con curiosidad y se los acaban llevando", cuenta el periodista. Son ejemplares que previamente han vivido en "el corredor de la muerte", a la espera de que el escritor decida su destino final.
Dos de los libros que sobrevivieron al ataque a la biblioteca de Sarajevo, arrasada durante la guerra, est¨¢n en la casa de Arturo P¨¦rez-Reverte. "Hay algo, s¨ª, en su biblioteca de bodega de barco victorioso, de camareta de capit¨¢n corsario donde se acumula el bot¨ªn de la aventura: espadas, modelos navales, cuadros de batallas, soldados a escalas, un Kal¨¢shnikov -no esperaba uno menos-, cartas de navegaci¨®n y libros. Muchos. Como 30.000". Se extienden por un gran universo, distribuido seg¨²n funcionalidad (la de trabajo, la de diario, la de cl¨¢sicos, la de n¨¢utica... y "el sumidero"). Una escalera lleva al s¨®tano donde se apilan libros que no le interesan. All¨ª Marchamalo descubri¨®: El ni?o del pijama de rayas, Los detectives salvajes, Paul Auster o George Perec.
![El escritor Javier Mar¨ªas, en un rinc¨®n de su biblioteca.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/P5BHS27FVYDIV3D3KHO5XKSKVQ.jpg?auth=b6b8ebf63219d0fca3f9c90753ae0a430b70b70a45c880d262304dfc49bb9b77&width=414)
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