Pegando tiros por Alphaville
Hace muchos trienios, ya lo avisaba el Hombre Sabio, Internet era solo un rumor pero ¨¦l intu¨ªa la balcanizaci¨®n del rock. "Es pura demograf¨ªa", me explicaba. "Los hijos de los jodidos frustrados del baby boom est¨¢n llegando a los escenarios. Son ni?os consentidos: les compraron buenas guitarras el¨¦ctricas y tienen permiso para experimentar. No quieren una carrera musical: aspiran a un ratito de vida bohemia. Si las cosas van mal, pap¨¢ recoger¨¢ los trozos".
Corr¨ªan los noventa. En Espa?a, los nuevos poperos rechazaban todo lo conquistado en la d¨¦cada anterior. Muchos cantaban en algo parecido al ingl¨¦s y despreciaban al p¨²blico convencional. Reinaba el ombliguismo pero, misteriosamente, hab¨ªan pulsado una invisible cuerda generacional. A su alrededor se tej¨ªa una red de discogr¨¢ficas, revistas devotas, emisoras consagradas al ra-ra-ra.
Hay demasiados guitarristas y pocos historiadores de la vida salvaje
Quince, 20 a?os despu¨¦s, la balcanizaci¨®n se ha transformado en atomizaci¨®n. Los sellos independientes ya no pueden dar salida a lo mejor de la oferta. Es la hora de la autoedici¨®n, de las canciones y los discos enteros regalados. Las redes sociales ofrecen la ilusi¨®n de una audiencia global pero imposible vivir de tu arte. As¨ª que mucho respeto para los que se buscan un modus vivendi paralelo. Pienso en Bruce Bennett, un guitarrista neoyorquino que toca con grupos contempor¨¢neos, aunque tambi¨¦n acompa?¨® a b¨¢rbaros arrugados como Andr¨¦ Williams o Hasil Adkins. Ven¨ªa de gira con Yo La Tengo pero no segu¨ªa a Ira Kaplan en sus expediciones gastron¨®micas. Se quedaba en el hotel, ped¨ªa un s¨¢ndwich y se dedicaba a teclear en su ordenador.
Ahora descubro lo que Bruce estaba escribiendo: Alphaville, un libro subtitulado Crimen, castigo y la batalla por el Lower East Side de Nueva York. No intenten buscarlo en las librer¨ªas espa?olas: aparte de los tomos (Homicidio, La esquina) de David Simon que saca Principal de los Libros, no se edita mucho de lo que pod¨ªamos denominar no ficci¨®n criminal.
Alphaville es el nombre cool de lo que los neoyorquinos conocen como Alphabet City, en referencia a las avenidas A, B, C y D. Pose¨ªa cierto aroma rom¨¢ntico, como testifica Venus of Avenue D, de Mink DeVille. Pero nunca falt¨® el peligro: Rub¨¦n Blades sit¨²a el encuentro fatal de Pedro Navaja entre las avenidas A y B. En Alphaville, Bennett da forma a la biograf¨ªa de Michael Codella, un agente que se empe?¨® en acabar con el tr¨¢fico de hero¨ªna en los bloques de viviendas municipales. Zona latina, donde el aviso ante la presencia de polic¨ªas era "?agua!", en espa?ol.
Naturalmente, Alphaville es autoexculpatorio. Codella, bautizado Rambo por sus enemigos, insiste en que nunca rob¨® dinero a camellos o clientes; s¨ª confiesa que se guardaba bolsitas de jaco, para mantener contentos a sus confidentes. Una mala bestia, muy capaz de putear a los desafortunados yonquis que reclamaban sus derechos o alegaban amnesia. En sus p¨¢ginas se cuelan figuras del ambiente musical, como Rockets Redglare, un colega-de-las-estrellas que estuvo cerca de Sid Vicious o Jean-Michel Basquiat en sus ¨²ltimas horas. Y Tiffany, aquella punkita que se prostitu¨ªa para mantener su h¨¢bito... hasta que choc¨® con un seguidor de la pel¨ªcula El silencio de los corderos. Se menciona de pasada a Keith Richards. Ni rastro, sin embargo, de las fantasmadas que este cuenta en su Vida, cuando relata que iba a pillar al East Side y sal¨ªa disparando al aire, para que nadie intentara robarle el material.
Con el proceso de gentrification, Alphabet City se ha pacificado... relativamente: all¨ª transcurre el reciente libro La vida f¨¢cil, de Richard Price. Se agradece que Bruce Bennett, en complicidad con Michael Codella, evoque sus a?os feroces. Hay demasiados guitarristas y pocos historiadores de la vida salvaje.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.