No me lo hab¨ªan dicho
No se trata de m¨ª, sino de todos, o de casi todos. A casi todos, hay cosas que ni de ni?os, ni a veces tampoco m¨¢s tarde nos ha dicho nadie. O que nos han dicho con trampa, porque el ser humano no nace equipado para soportarlas y hay que ofrec¨¦rselas edulcoradas. Me estoy refiriendo a la muerte, claro, y este texto no tiene otra pretensi¨®n que exponer las opiniones de un hombre, de una mujer de la calle. Y no se dirige tampoco a los creyentes, a aquellos que en una u otra religi¨®n, o incluso sin religi¨®n ninguna, creen que no existe la muerte, que de un modo u otro vamos a sobrevivir m¨¢s all¨¢.
Durante siglos la Iglesia cat¨®lica mantuvo a los humanos a salvo de la muerte. "Aquel que crea en m¨ª no morir¨¢", dijo Cristo, y me parece que la mejor promesa que se haya hecho nunca a los humanos. Persist¨ªa otro temor: no exist¨ªa la muerte, pero s¨ª el pecado y el infierno. Durante dos milenios han ocasionado tanto miedo, tanta ansiedad y tantas dolencias mentales como la misma muerte. Aunque hab¨ªa paliativos y consuelos. A veces, tan ingenuos como los nueve primeros viernes de mes. Si comulgabas nueve primeros viernes consecutivos, la Virgen asum¨ªa el compromiso de que al infierno no ibas a ir. La Iglesia te promet¨ªa que si eras capaz de hacerlo, no habr¨ªa para ti condenaci¨®n. La propia Virgen Mar¨ªa asum¨ªa el compromiso, se hac¨ªa responsable. Recuerdo perfectamente que yo no consegu¨ª hacerlos nunca. Siempre surg¨ªa un impedimento que cortaba la lista antes de llegar a nueve. Y yo me preguntaba si pod¨ªa deberse a que la Virgen, sabedora de que yo no era de fiar, tem¨ªa verse atrapada en un compromiso muy dif¨ªcil de cumplir.
En cualquier caso, este problema y supongo que otros muchos, quedaron resueltos al suprimir la Iglesia de su doctrina la existencia del infierno.
Y los cristianos liberados de la muerte y de un castigo eterno por sus pecados pasan a ser un grupo privilegiado. No solo disponen de respuesta a todas las preguntas que podamos plantearles, sino que pueden dialogar con Dios todas las noches.
Pero no voy a tratar de los creyentes, sino de nosotros, de aquellos para los cuales con algunas rar¨ªsimas excepciones, la muerte es intolerable. Todo en ella nos rechaza, nos repugna, nos parece inconcebible.
Y aun as¨ª, sabiendo que produciremos seres condenados, como nosotros, a morir, nos obstinamos en reproducirnos. Una vez nacidos, sabemos que llegan con la mente en blanco y que es nuestro deber (o el deber de alguien) explicarles el mundo que les rodea: aproximarles a la realidad. Durante siglos se les ha escamoteado la cuesti¨®n del sexo, por considerarlo peligroso. Se ha preferido inventar historias de cig¨¹e?as y de beb¨¦s tra¨ªdos de Par¨ªs. Felizmente, esto ha cambiado. Se ha llegado a la conclusi¨®n de que s¨ª se deb¨ªa informar a los ni?os sobre el modo de reproducci¨®n de los mam¨ªferos, sobre todo de los nuestros. Se han derrochado montones de tinta, de teor¨ªas, de dibujos, para informarles de c¨®mo venimos al mundo los humanos. Se ha dado por supuesto que se manejaba un material muy delicado, que hab¨ªa que manejar con extrema prudencia para no provocar traumas y que, en ocasiones, ser¨ªa preciso falsear un poco la realidad.
?Y qu¨¦ ha sucedido? En la mayor parte de casos no ha surgido ning¨²n problema. A muchos ni?os les parece mejor que su hermanito viaje en la barriga de su madre, que volando en el pico de una cig¨¹e?a desde Par¨ªs. M¨¢s c¨®modo, m¨¢s natural, m¨¢s divertido. El resto del proceso debe irse explicando a medida que va preguntando el ni?o. Pero no hay ning¨²n elemento que provoque rechazo, ni que les haga sentirse inc¨®modos.
?Y con la historia de la muerte? Mi oficio de editora, entre otras muchas cosas, de libros infantiles, hac¨ªa que sintiera un inter¨¦s especial por el tema. Lo hab¨ªa vivido en mis propios hijos y era quiz¨¢ la mejor raz¨®n para no tenerlos. ?C¨®mo demonios les ¨ªbamos a contar la muerte?
Supongo que como lo hab¨ªan hecho nuestros padres con nosotros. Pero soluci¨®n no hab¨ªa: mis hijos no entend¨ªan. ?Que ellos iban a morir, y nosotros, sus padres, tambi¨¦n? Que no ¨ªbamos a volver a nacer nunca. "?Ni cuando vuelva a nacer Cleopatra?". No, nunca.
Los ni?os no lo entend¨ªan. No les cab¨ªa en la cabeza. Ni en la de los hijos de nuestros amigos. Ni en la de nadie.
Y un d¨ªa reconoces que tampoco cupo en la tuya. Recuerdas noches oscuras e interminables en que ped¨ªas que dejaran una puerta abierta, una luz encendida, en que repet¨ªas indignada, sin saber a qui¨¦n hac¨ªas el reproche:
A m¨ª no me lo hab¨ªan dicho.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.