Velocidad de los viajes
1 Viajar r¨¢pido. Viajar solo durante unos d¨ªas. Llegar por la ma?ana a una ciudad y marcharse de ella a la ma?ana siguiente. No dormir m¨¢s de una noche en el mismo hotel. Recordar en consecuencia el d¨ªa de ayer como si hubiera sucedido mucho tiempo atr¨¢s. Mirar las ciudades por la ventana del hotel. En Alemania, en septiembre, tom¨¦ la costumbre de hacer una foto desde la ventana de cada habitaci¨®n de hotel en la que me alojara y del pasillo que llevaba a la habitaci¨®n. Me acuerdo de cuando estuve con Dizzy Gillespie en Granada, en 1990. Me dijo que daba trescientos conciertos al a?o en casi trescientas ciudades distintas. Me pregunt¨® si la ciudad en la que est¨¢bamos ten¨ªa mar.
2 Madrugar para salir de viaje. El sonido de la alarma del m¨®vil en lo m¨¢s denso, lo m¨¢s silencioso, lo menos frecuentado de la noche. Borges tiene un poema acerca del sue?o en el que dice que debe de ser muy valioso lo que nos ocurre mientras dormimos para que nos despertemos siempre con un sentimiento de expulsi¨®n. Dice el poema, con esa naturalidad que tan pocas veces consigue la literatura, y que parece enga?osamente pura lengua oral: "?Por qu¨¦ es tan triste madrugar?". Por los ventanales de la sala de embarque veo el espect¨¢culo para m¨ª infrecuente del principio del d¨ªa: las claridades el¨¦ctricas de los hangares en medio de la noche, y luego un principio de grisura, como una niebla que fuera aclar¨¢ndose, y de pronto, contra las colinas del fondo, el borde rojo del disco solar, que va ascendiendo con una lentitud de majestad inapelable, que muy pronto es un c¨ªrculo grande y rojo suspendido sobre el horizonte. C¨®mo no comprender que durante milenios lo identificaran con un dios.
3 Bruselas. Desde la ventana del hotel Metropole se ve un gran cartel de Tintin y Milou cubriendo una fachada entera. Los colores l¨ªmpidos de Herg¨¦ resaltan m¨¢s en la ma?ana de sol que ha venido despu¨¦s de la lluvia. Seg¨²n el taxi entraba en la ciudad iba reconociendo los lugares de un viaje anterior. La Bruselas que yo recuerdo y la que veo esta ma?ana no coincide con la que imaginaba antes de venir y con la que todo el mundo parece conocer y lamenta, una ciudad opresiva de grisura y de lluvia. Pas¨¦ aqu¨ª unos d¨ªas de primavera soleada hace cuatro a?os y hoy encuentro un sol suave de oto?o. Me acuerdo de un verso de Jacques Brel: "C'¨¦tait au temps o¨´ Bruxelles bruxellait". El verbo bruselear me parece adecuado para mis paseos sin norte por estas calles empedradas y tranquilas con buenos comercios burgueses y tejados de pizarra sobre los cuales me orientan las agujas de la Grande Place, al parecer siempre llena de joviales erasmus espa?oles.
4 Otra canci¨®n, esta sin palabras. Brussels in the Rain, una balada trist¨ªsima de Paquito D'Rivera. Escuchar esa canci¨®n me sirvi¨® para inventar otra que habr¨ªa compuesto un pianista de jazz y que se titulaba Lisboa. Se lo cont¨¦ una vez a Paquito, que su Bruselas lluviosa me sirvi¨® a m¨ª para imaginar una Lisboa en la que a¨²n no hab¨ªa estado, y me explic¨® su origen. Estaba en Bruselas, reci¨¦n huido de la Cuba de Castro, con el aturdimiento y la desolaci¨®n de los primeros tiempos del exilio -un habanero en el invierno europeo- y recibi¨® la noticia de que su padre estaba muy enfermo. Solicit¨® al Gobierno de Cuba permiso para volver y acompa?ar a su padre en el final de la vida y no se lo dieron. La canci¨®n surgi¨® mientras caminaba una noche por Bruselas imaginando que su padre estar¨ªa muri¨¦ndose, o ya estar¨ªa muerto.
5 Viajar en tren. Viajar de Bruselas a ?msterdam, atravesando una frontera tan gradual como invisible a todos los efectos. Cada vez que cruzo una frontera europea sin mostrar ning¨²n documento agradezco esta invenci¨®n reciente a la que ya estamos tan acostumbrados que ni reparamos en ella. Viajar sin detenerse en un puesto fronterizo, sin que vigilen guardias uniformados, sin barreras que sea preciso levantar, sin polic¨ªas que escruten los documentos y que te hagan poner las yemas de los dedos sobre un lector l¨¢ser, sin visados, tampones, banderas. Bruxelles, salvo por ese verso de bruselear, no es una de las grandes canciones de Brel. Le plat pays est¨¢ entre las cuatro o cinco mejores, una de esas canciones definitivas que tienen la liviandad de un poema breve y la exactitud perdurable de un perfil en una moneda. El pa¨ªs llano, sin ¨¦nfasis, el pa¨ªs ¨ªntimo que es de uno, el que no tiene m¨¢s monta?as que las torres de las catedrales, el pa¨ªs apacible que no necesita del griter¨ªo patri¨®tico ni de la tajante agresividad de los himnos, las banderas, los cuarteles fronterizos; el pa¨ªs que se prolonga disolvi¨¦ndose en el pa¨ªs de al lado, como el delta de un r¨ªo en el mar: "Le plat pays / qui est le mien".
6 Para bien y para mal, la lejan¨ªa ya no existe. El viaje ha perdido su calidad de vida en suspenso, de transitoria amnesia sobre lo que se ha dejado atr¨¢s. En la habitaci¨®n de cada hotel hay una conexi¨®n de Internet, si es que uno no lleva un iPhone y est¨¢ permanentemente atado a esa actualidad local de la que antes nos aliviaban los viajes. En Utrecht las calles tienen el pavimento de ladrillo y los canales discurren entre frondas de casta?os, de arces, de hayas, de robles, y al atardecer hay una niebla h¨²meda en el aire, y se escuchan en las plazas silenciosas los timbres civilizados de las bicicletas. Pero en la habitaci¨®n del hotel, nada m¨¢s conectar el ordenador, all¨ª est¨¢ en la pantalla la inmunda declaraci¨®n de principios est¨¦ticos de los pistoleros, tan despreciable como la asepsia de su palabrer¨ªa. Me extra?a que, entre tanto an¨¢lisis de lo que dijeron o no dijeron, no se preste atenci¨®n al grotesco vestuario y a la puesta en escena. Esas boinas, encima de esas capuchas. Como quien se pusiera una chistera y encima un casco de bombero, o un sombrero cordob¨¦s sobre un capirote de Semana Santa. Porque todav¨ªa tienen pistolas y porque dejan atr¨¢s un mar de sangre, de miedo y de vileza no son simplemente rid¨ªculos.
7 La belleza de ?msterdam, guiado por mi amigo Pablo Valdivia.
"Bello es lo que el tiempo no hace vulgar", dice Juan Ram¨®n Jim¨¦nez. La plenitud de las cosas menores que constituyen lo diario: el dintel de una puerta, la elegancia austera de una bicicleta, de un r¨ªo de bicicletas, la forma de una barca, la refinada tecnolog¨ªa de contrapesos de un puente que puede hacerse levadizo, el talento para combinar la arquitectura de ahora mismo y la de hace varios siglos. Lo muy usado que permanece y sigue sirviendo. Una mujer medio desnuda, muy maquillada, erguida detr¨¢s de un ventanal a la altura de la calle, como en un cuadro de Hopper.
8 La tarjeta de embarque, la vejaci¨®n acostumbrada del control de seguridad, el territorio exactamente id¨¦ntico de todos los aeropuertos. -
antoniomu?ozmolina.es
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